más que palabras
Gonzalo Pontón, pasado y presente del mundo editorial
Empezó como corrector, dejó huella en dos sellos como Ariel y Crítica. Y continúa en una nueva editorial fundada con sus hijos: Pasado y Presente
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Gonzalo Pontón (Barcelona, 1944) no nació editor. Pero casi nació lector. Aprendió a leer con los libros que se trajo su padre desde Cuba
Un editor clásico. Casi podríamos decir histórico. Un trabajador al pie de la letra que empezó como corrector de pruebas de imprenta, pasó dejando huella por dos sellos tan imprescindibles como Ariel o Crítica y se ganó, con merecimiento, el Premio a la Mejor Labor ... Editorial en 1998. Y que continúa a pie de obra, aunque ahora con algo más de tiempo para su propia escritura, en una nueva editorial fundada con sus hijos: Pasado y Presente. Un emblema del heterogéneo mundo de los libros que se publican en español.
Gonzalo Pontón (Barcelona, 1944) no nació editor. Pero casi nació lector. Un lector raro que prácticamente aprendió a leer con los libros que se trajo su padre a Barcelona desde Cuba en una maleta. Su primer deslumbramiento, con cinco años, fueron los cuentos de Pereda. Así, a pelo, lejos de cualquier versión infantil. Especialmente 'La leva' y 'El fin de una raza'. Más tarde, se fue llevando a los ojos y a las manos todas las novelas del mundo. Pero con el paso del tiempo comprendió (con todas las reservas y el respeto hacia el género) que más allá de los cuarenta años la novela decae en su interés frente a la no ficción. Y se volvió un poco loco por el ensayo y, sobre todo, por la historia.
Tampoco, en su caso, era ésta una novedad: de niño, durante años, su libro de cabecera había sido el 'Portfolio de la Historia de España', de Manuel Sandoval del Río. Dos tomos y más de mil grabados, entre ellos (lo recuerda bien) la representación de las doce cabezas cortadas de La Campana de Huesca, convertidas en badajos por Ramiro II el Monje, rey de Aragón.
Su primer deslumbramiento, con cinco años, fueron los cuentos de Pereda
Así que no resultó nada extraño que «un muchacho tan letraherido» como aquel aceptara, con catorce o quince años, trabajar como 'negro' del novio de la hermana de un amigo, corrigiendo galeradas y ajustando traducciones del francés. Una epifanía, dice, por la que además le pagaban. Con ese bagaje, siguió bajo la esclavitud de las pruebas de imprenta mientras estudiaba Historia en la Universidad. Hasta que en 1964 entró en Ariel. Y en 1976, pensando en todas las cosas que quedaban por publicar en España al terminarse la dictadura, capitaneó la aventura de Crítica.
Siempre intuyó que se podría dedicar a escribir, además de a corregir. Pero lo cierto es que entonces decidió renunciar a ser escritor, además de a seguir adelante con su carrera universitaria, para mostrar a los demás el trabajo de los grandes autores que a él le cautivaban. Pensaba, en aquellos años de la Transición, que España era un país atrasado, donde era imprescindible pensar con más criterio, así que introdujo en la bibliografía nacional algunos títulos imprescindibles de los marxistas anglosajones, así como de los autores de la escuela francesa de los Annales. Igual no era para tanto, dice.
Pero entonces parecía tan justo como necesario. En 1989 el Grupo Grijalbo, propietario de Crítica, vendió la editorial a Mondadori, que más tarde se integraría en Planeta. Gonzalo Pontón fue su director editorial entre 1976 y 2009, hasta la jubilación laboral. En 2016 publicó, actualizando su abandonada tesis doctoral, 'La lucha por la desigualdad', reconocida con el Premio Nacional de Ensayo. Y en 2021, ya con su nueva editorial, Pasado y Presente, publicó 'España, historia de todos nosotros'. Del neolítico hasta hoy, desde el punto de vista de las clases trabajadoras: el 95 por ciento, dice, de toda la población a lo largo del tiempo. En unos meses, si todo va bien en octubre, saldrá además hacia las librerías su último trabajo, una historia gráfica, al estilo de aquel 'Portfolio' de su infancia pero del siglo XXI, para contar el franquismo. Esa etapa de la historia que las generaciones jóvenes, de una y otra parte, sólo conocen desde el «disparate mental».
Cuando su madre se enteró de que Gonzalo Pontón iba a dedicar su vida a la edición, se llevó un disgusto. Se decía, le habían dicho, que el libro de papel tenía los días contados. Pero él ha seguido y sigue hasta aquí sumando ya casi tres mil títulos. Lo que ocurre, apunta, es que el mundo se acaba casi todos los días. Y al final, añade, lo cierto es que el mercado es tozudo y ha cambiado muy poquito, digan lo que digan los titulares. La ficción y la literatura infantil mandan en las ventas. Y entre los doscientos títulos más vendidos de no ficción no hay uno solo que sea científico, intelectual o verdaderamente reflexivo. Eso sí, cocina o autoayuda, a raudales. Lo fácil, remata, es echar la culpa de esto a los políticos. Pero los políticos resultan ser tan cortitos y tan raspados como nosotros mismos. Dignos representantes de lo que en verdad es un problema estructural. Y eso son más que palabras.