LA BATALLA CULTURAL
La batalla cultural de la nueva derecha
Trump y Milei son dos políticos 'performer': quieren forjar una nueva realidad en donde la tradición es patriótica y sana porque protege de la diversidad disolvente
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Iniciar sesiónUna nueva derecha ha llegado al campo de batalla cultural. Su misión, dicen sus emisarios, es reconquistar el mundo de los valores que por incomparecencia quedó en manos de la izquierda. Disputar los elementos que moldean las cosmovisiones, y que hasta ahora han inclinado ... el tablero electoral hacia la izquierda.
Siendo este análisis interesante, oculta un engaño. Y es que la batalla de los valores no la ganó la izquierda, la ganó el liberalismo. Los jóvenes que se tomaron las calles en Mayo del 68 se enfrentaron a la clase trabajadora (la policía), como lamentó el comunista Pasolini, y reivindicaron las consignas morales y eróticas del surrealismo, como celebró el vanguardista Octavio Paz. Eso era lo que estaba pasando: se masificaban las actitudes vitales incubadas en los campos artísticos desde finales del siglo XIX.
Mayo del 68 sepultó las promesas de ortodoxia y uniformidad del comunismo bajo el desenfreno irónico, antiautoritario y jovial del dadaísmo y del surrealismo. La gran revolución en Occidente había sido esa, la de los valores y los estilos de vida. La generación que nació después de las guerras mundiales ya no quiso reproducir el estilo de vida de sus padres.
Llegó incluso a despreciar el paternalismo estatal y el cauce predecible que un generoso sistema de bienestar le daba a su existencia. Quería riesgo, aventura, diversión. Quería autoexpresión y exploración de la conciencia y del cuerpo.
El comunismo se deshacía entre las pesadillas de gulags regentados por burócratas de traje gris y moral totalitaria, mientras en Occidente los jóvenes consumían LSD y bailaban al ritmo del 'bebop' o del 'rock and roll'.
A pesar de su origen sedicioso, los valores de la vanguardia no atentaron contra el capitalismo ni el liberalismo; se amalgamaron con ellos. Nada estimuló tanto el consumo como el hedonismo y la expresión de individualidades proteicas.
Volvemos a tener patriotas por todo Occidente. El orden mundial de la posguerra se empieza a tambalear
Los hippies acabaron siendo empresarios exitosos e inversores en bolsa, y la lógica de la vanguardia, 'make it new', resultó ser compatible con la destrucción creativa que impulsaba la innovación industrial y la búsqueda constante del nuevo artilugio que concretara el más ambicioso sueño de la vanguardia, cambiar la vida.
Sin saberlo, nos hacíamos dadaístas y surrealistas. El odio del occidental a Occidente, su fascinación por lo exótico y por la deconstrucción de nuestras categorías de pensamiento, el humorismo y la infantilización de la vida, la ironía y la postergación de la adultez, la erotización de la vida y ese culto al yo creativo, bebían de esas mismas fuentes.
Pero entonces vino la crisis económica de 2008 y Occidente comprobó que el hedonismo y la autoexpresión desenfadada sólo eran posibles en tiempos de seguridad económica. Cuando los manifestantes del 15-M salieron a la plaza del Sol, en 2011, ya no eran rebeldes. «No somos antisistema», decían, «el sistema es antinosotros». Se habían ajustado a un sistema bohemio y 'bourgeois', como diría David Brooks, en el que se trabajaba mucho y se gozaba mucho, y el sistema los había traicionado. Y esa traición agitó las aguas morales en el mundo entero.
Agenda moral contraria
Es ante este 'establishment' postsesentayochista quebrado, que la nueva derecha posmoderna ha presentado armas. Venía de un entrenamiento riguroso en los cuadriláteros de la izquierda, curiosamente. Había peleado con Gramsci, Debord, Lyotard, Laclau, y había descubierto, para su sorpresa, que tenían la razón. La realidad se difumina entre la multiplicidad de visiones y opiniones, triunfa la lógica del espectáculo y la batalla por el poder político no se gana con políticas públicas sino con relatos.
Había que pelear por la hegemonía, y ocupar las instituciones educativas, informativas y culturales donde se forjan actitudes y estilos de vida. Había que replicar la gesta de la vanguardia artística, pero ya no de forma espontánea sino planificada, para imponer una agenda moral contraria.
No más hedonismo e infantilismo, llegaba la hora de las patrias, las familias, la tradición, los liderazgos fuertes y una moral antipluralista, hostil a la diversidad (los migrantes son violadores y los gays insanos), que le ofreciera a ese yo debilitado por la crisis la seguridad de una comunidad homogénea y de un timonel con gónadas como papayas.
Pero había un problema: ¿cómo iba a dar la nueva derecha una batalla cultural sin artistas? A este inconveniente encontraron una solución audaz: borrar la diferencia entre cultura y política. Si en la sociedad posmoderna sólo cuenta la imagen y el simulacro, el político puede convertirse en un 'performer' que, mediante la incorrección política, la agitación y el conflicto, dispute los valores y el significado de la realidad.
A eso está jugando esta derecha, con Trump y Milei a la cabeza: a forjar una nueva realidad en donde la tradición es patriótica y sana porque protege de la diversidad disolvente.
Si los dadaístas encendieron su alocada fiesta para doblegar el patriotismo que había conducido a la Primera Guerra Mundial, hoy de nuevo volvemos a tener patriotas por todo Occidente. El orden mundial de la posguerra se empieza tambalear, las nuevas derechas avanzan cerrando fronteras, pero sus ataques no van contra la izquierda. Van contra el orden abierto y cosmopolita, próspero y pacífico —si se quiere, banal y leve— que sostiene la democracia liberal.
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