LA CAJA FUERTE DE LA LENGUA

Viaje al corazón de la Academia

La cámara de seguridad de RAE guarda en su interior las joyas más preciadas y valiosas de la Academia, de incalculable valor cultural y bibliográfico. Entramos por primera vez allí para mostrar sus piezas más estimables

La autora del reporttaje en el interior de la cámara de seguridad de la Real Academia Española Fotos: Ignacio Gil / Vídeo: David del Río

María José Solano

No hay a menudo citas como esta. El equipo ha acudido temprano y aprovecha los minutos previos para revisar que todo esté en orden (sonido, cámaras, objetivos, bloc de apuntes), porque ahí dentro nada debe fallar hoy.

Tenemos por delante un trabajo singular: el ... primer reportaje realizado ‘in situ’ en la cámara de seguridad de la Real Academia Española , un lugar destinado a conservar y proteger piezas únicas, libros valiosos, ejemplares raros de la Historia de la Literatura Universal.

Caminamos hacia la puerta de acceso por la orilla externa de la acera, donde a esta hora el sol describe una línea de luz que rompe la sombra alargada del edificio académico, construido en este lugar preciso por motivos en absoluto casuales: sobre el eje norte-sur del Paseo de la Castellana se concentraban en aquel momento las sedes del pensamiento científico ilustrado del país; un triángulo del saber representado por el Museo de Ciencias Naturales, más tarde Museo del Prado, el Jardín Botánico y el Observatorio Astronómico, envueltos todos en el frescor natural del parque de El Retiro. La Academia se proyectó en mitad de este triángulo en lo alto de una suave colina sobre un terreno donado por la Corona a modo de Acrópolis de las letras.

Expertos conservadores

Accedemos por fin. Un pequeño grupo de expertos conservadores nos reciben cordiales, conduciéndonos bajo el lucernario de cristal emplomado a través del vestíbulo por una escalera trasera hacia la planta sótano , donde actualmente se centralizan los servicios de la sala de consulta. Pero, además, hay dos lugares realmente fascinantes en este subsuelo académico; uno escondido, que es a donde nos dirigimos; el otro a la vista de todos, como la carta robada de Poe.

De hecho, si no se anda con ojo, puede uno caminar junto al pasillo ciego donde descansa el mítico Fichero General creyéndolo un mueble singular, y poco más. Sin embargo, este espléndido muro de ebanistería plagado de cajones con sus correspondientes etiquetas alberga más de un cuarto de millón de papeletas escritas por los académicos a mano primero, a máquina después; una suerte de computadora del pasado que registra la vida y la muerte, el olvido y el misterioso esplendor de las palabras desde hace algo más de trescientos años.

Replicado en varias ocasiones por la necesidad de almacenaje de las interminables papeletas, nuevos muebles-fichero fueron construidos con posterioridad y repartidos por esta casa. Uno de ellos flanquea el pasadizo al final del cual se encuentra la cámara de seguridad de la Real Academia Española.

El ascensor del capitán Nemo

La conservadora responsable maneja el complejo mecanismo de la puerta acorazada empleando para ello un tiempo que al resto del grupo nos parece infinitamente lento. El silencio es tal que pueden oírse las respiraciones a través de las mascarillas . Tal vez debe ser así; los tesoros han de hacerse de rogar. Ya se trate de Ilión, el pecio de la Mercedes, la gravedad, Tutankamón o las órbitas elípticas, el empeño descubridor forma parte de la naturaleza del ser humano en lucha siempre con la certeza de saberse sentenciado a descubrir una y otra vez todas las cosas en un ciclo incesante.

Entre las páginas y documentos, descubrimos la rúbrica original del autor de ‘El Quijote’

Conscientes de las joyas acumuladas durante siglos en su biblioteca y temerosos de que algo pudiera ocurrirles, los académicos tomaron la decisión de buscar para esos libros un espacio más seguro. En 1980 y con la ayuda del Ministerio de Cultura, se construyó esta cámara que estamos a punto de franquear.

«No solo es una cámara para la seguridad, sino también para la conservación», nos aclara la bibliotecaria. «Ahí dentro l os niveles de temperatura, iluminación y humedad son los propicios para que los libros y documentos se conserven en las mejores condiciones ambientales», advierte mientras gira la rueda de la puerta acorazada con la naturalidad de un oficial del Unterseeboot U-47, que finalmente cede, presentando una espesura de palmo y medio de acero.

El habitáculo cuadrado, una especie de ascensor del Nautilus forrado de lomos de piel, podría dar cabida, no sin algo de dificultad, a cuatro o cinco personas.

Los volúmenes alineados resisten con dificultad a la tentación de acariciarlos

«Aquí guardamos lo que nosotros llamamos libros ‘raros’ ; básicamente códices, manuscritos e incunables», nos explica uno de los bibliotecarios con el cuerpo en el pasillo y la cabeza asomada al interior.

En la agradable penumbra, los volúmenes alineados resisten con dificultad a la tentación de acariciarlos. Cada uno de ellos puede presumir de u na biografía ajetreada donde confluyen las historias que narran , el camino que recorrieron hasta llegar aquí, así como la huella de los hombres que contribuyeron a que viesen finalmente la luz.

Adivinando el hilo de estos pensamientos, alguien desde afuera acciona el interruptor y la pequeña estancia se inunda de una claridad artificial.

Ejemplares del Fuero Juzgo en la cámara acorazada de la RAE, con el glosario de voces antiguas y raras

Un rostro amado a media luz se descifra tocando, memorizando la textura; el olor de la piel y su temperatura, pero nosotros no podemos tocar los libros ni olerlos con esta mascarilla. El molesto foco de luz quirúrgica evoca la melancolía de no ser en este momento guardián ciego de una biblioteca, como aquel Borges (o los muchos Borges desplegados en mitad de los libros reales e inventados), que aprendió a reconocerlos con las manos y la memoria.

El regreso a los datos es inevitable: «¿Cuál sería el libro de más valor de todos estos?»

«Bueno», reflexiona con paciencia profesional el bibliotecario. «No es tan sencillo, porque a veces valor y precio no coinciden». Sonreímos todos, comprensivos. «Entre los códices, sin duda el de Gonzalo de Berceo procedente del ‘scriptorium’ del monasterio de San Millán de la Cogolla, en la Rioja, que tiene una vida de lo más novelesca: este códice del siglo XV se dividió en trozos durante los conflictos políticos del siglo XIX español. Uno de ellos fue comprado por un coleccionista americano que finalmente lo donó a la Academia, quien de inmediato se empleó en la tarea de buscar los restos, encontrando en un anticuario gran parte del códice. Los académicos lo reordenaron e hicieron una excelente edición facsímil incluyendo aquellos folios que aún hoy siguen en manos privadas».

Arcipreste de Hita

«Otro importante -continúa, señalando un lomo dorado- es el conocido como Códice Puñonrostro del siglo XV, o sea, el manuscrito del Conde Lucanor de Don Juan Manuel. Su inmenso valor hoy en día sería difícil de calcular, aunque la Academia lo compró a un librero a principios del siglo XX por el módico precio de 1.000 pesetas (¡unos 6 euros!)»

Esta biblioteca posee entre sus piezas cuarenta y dos incunables y primeras ediciones

«El tercer gran tesoro es este -dice abriendo un volumen en folio-: El famoso ‘Libro del buen amor’, del Arcipreste de Hita , un códice del siglo XIV que después de pasar por varios dueños terminó aquí, donde se le conoce con el nombre de Códice Gayoso, por el apellido de uno de ellos».

En los márgenes de las hojas crujientes de pergamino se reconocen las famosas anotaciones del padre Sarmiento , un benedictino ilustrado que supo desentrañar en pocas palabras el misterio de las bibliotecas. Y de la vida: «Este códice es copia; y copia de otra copia».

Lope de Vega

El equipo de fotografía y sonido de ABC trabaja a conciencia a pesar de la dificultad técnica que supone el reducido espacio y sus condiciones de visibilidad . Al cabo, el fotógrafo nos mira con cierta desesperación profesional, por lo que aceptamos gustosos la propuesta de los conservadores de trasladar algunos ejemplares a la Biblioteca de Académicos y continuar allí el trabajo.

En realidad, si consideramos la sala acorazada el corazón de la Academia, su biblioteca vendría a ser el pulmón que oxigena, con casi trescientos mil volúmenes, esta corporación y su obra magna, el ‘Diccionario’.

Fueron precisamente esos libros en continuo crecimiento (hoy repartidos entre las tres bibliotecas principales de la casa: Moñino, Dámaso Alonso y ésta de Académicos ) la razón de peso por la que la institución se trasladó hasta aquí abandonando el viejo edificio de la calle Valverde, posteriormente remozado y convertido en la sede de la Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales.

«Tal vez una de las cosas más emocionantes para los que amamos los libros sea poder contemplar la letra o la firma de su autor; la escritura dice mucho del pensamiento y la personalidad», comenta la conservadora mientras dispone, con ayuda de los dos bibliotecarios, los ejemplares seleccionados sobre la mesa central de la Biblioteca de Académicos.

«Aquí mismo tenemos los de Lope de Vega en ‘El bastardo Mudarra’ o el de Quevedo , aunque no en su obra sino en una carta escrita de su puño y letra en la que, apurado, pide al Ministerio de Gracia y Justicia que le conceda un poco más de tiempo para pagar una deuda de ‘ocho mil y tantos’ reales. Un lío muy propio de él».

Edición de ‘El bastardo Mudarra’, tragicomedia de Lope de Vega, fechada en Madrid a 27 de abril de 1612

Serpientes en la biblioteca

Nos interesamos señalando el manuscrito del ‘Buscón’ sobre la mesa ¿Y entonces…?

«Me temo que don Francisco nunca reconocería este texto como suyo», reflexiona uno de los bibliotecarios. «A veces, al realizar las copias del manuscrito para su conservación o venta, el copista actuaba como editor, dejándose llevar por la pasión o por la imagen pública del personaje, en este caso polémico, deslenguado, ingenioso, malhablado, retorciendo aún más el estereotipo». Continúa, melancólico, acariciando el manuscrito: «En ocasiones los textos copiados rizaban el rizo de lo quevediano, dando lugar a exageraciones o palabrería artificiosa que nunca habrían salido tan a borbotones de la pluma de Quevedo».

La bibliotecaria interviene: «La cosa cambia en los siglos posteriores, donde sí hay ejemplos numerosos de autógrafos conservados; desde Bretón de los Herreros o Alarcón a los Quintero, Rubén Darío o Lorca , quien por cierto dedica, con esa característica letra onírica y vertical acompañada de dibujos surrealistas, numerosos libros a su mentor y amigo Dámaso Alonso, quien fuera director de esta institución».

Inclinados sobre los libros, nos llama la atención uno de ellos; un manuscrito de texto menudo, apretado y claro: es el ‘Tenorio’, escrito de puño y letra por Zorrilla , su inmortal, desdichado, controvertido autor. Alguien lee en voz alta un fragmento: «No es verdad, ángel de amor/ Que en esta apartada orilla…»

Y ahí, interrumpiendo el verso, una mancha de tinta negra corrige la primera idea. Queda la duda atrapada, aleteando bajo aquella furiosa tachadura, como un pentimento apasionado.

En silencio, miramos los prácticos artefactos que soportan los ejemplares, sujetas sus páginas por unos cuerpos alargados como filamentos gruesos de tela. «Se llaman serpientes y están rellenas de plomo para que pesen sobre la hoja manteniéndola abierta», comenta la conservadora, concentrada en su minucioso trabajo de colocación de los volúmenes.

Por fin, satisfecha, se hace a un lado. Iluminados bajo el alto sol del mediodía que entra a través de los ventanales de la crujía oeste, brillan los textos de manuscritos e incunables recorridos por extrañas serpientes de seda blanca.

Cervantes y Farenheit

De pie en torno a la mesa, esperamos a que los fotógrafos terminen su trabajo. La conservadora lanza en voz baja una reflexión: «Si ardiera ahora esta biblioteca , me pregunto qué ejemplar, por instinto, salvaríamos cada uno de nosotros».

Quien no ama los libros no puede entender esa angustia, aunque apostaría el brazo izquierdo, asumiendo una manquedad poco heroica, a que la mayoría de los aquí presentes libraría de las llamas a ‘Don Quijote de la Mancha’ . Sin dudar.

Y es que, de alguna manera, rescatar la obra de Cervantes es rescatar la literatura clásica griega, latina y medieval cuya tradición impregna toda su obra, además de garantizar la creación del presente; pues como adelantado a su época, d on Miguel proyectó en su novela una modernidad de pensamiento que nadie, cuatrocientos años después, ha sabido superar.

Brillan con aspecto de joya los cantos dorados de los príncipes cervantinos (las primeras ediciones de 1605 y 1615 de las dos partes del ‘Quijote’, respectivamente) y en su interior, sobre el papel procedente del Monasterio del Paular, la letra «atanasia» del cuerpo doce reproduce preliminares legales, privilegio, aprobación, tasa, dedicatoria, prólogo, colofón, tablas e índices y por supuesto, el texto quijotesco. Bajo la encuadernación en piel, su portada original luce en el centro el emblema con el halcón y el león dormido y la leyenda «Post tenebras spero lucem» (Job, XVII, 12) utilizado por diversos impresores, aunque la marca más conocida es, claro está, la de Juan de la Cuesta.

«Esta biblioteca -explica la conservadora- posee cuarenta y dos incunables y primeras ediciones que incluyen ejemplares del Siglo de Oro además de prestigiosas obras anteriores como ‘Las Partidas’ del rey Alfonso X, el ‘Cancionero’ de Juan del Encina , las ‘Etimologías’de San Isidoro y cómo no, la ‘Gramática Castellana’ de Nebrija en edición impresa en Salamanca aquel decisivo 1492.

Cómo no, la ‘Gramática Castellana’ de Nebrija en edición impresa en Salamanca aquel decisivo 1492

En un ángulo de la mesa, un pliego en folio apenas llama la atención. Sin embargo, al leer su portadilla nos quedamos de piedra; se trata nada menos que del ‘ Acta de rescate' de Miguel de Cervantes llevado a cabo por los padres trinitarios en 1580, cinco largos años después de que la galera Sol, procedente de Nápoles, fuera abordada por corsarios argelinos frente a las costas catalanas y el joven alférez Miguel y su hermano, como el resto de la tripulación, apresados y condenados a permanecer encerrados en una prisión junto al mar.

Tras hojearlo, es devuelto con cuidado a la mesa, esta vez acompañando a los incunables del ‘Quijote’, pues nada tiene que envidiar la vida del autor a la de su personaje, ambos tan ligados a la valentía, el talento, el desengaño y los libros.

Nunca unas monedas de oro, benditas sean, fueron mejor empleadas, pues pagaron algo más que el rescate de un hombre; gestaron su gran obra, la razón literaria de esta Academia y su acorazado corazón, así como nuestra fortuna como lectores.

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