FOTOGRAFÍA
Ramón Masats: «En España, nadie considera la foto tan importante como para dedicarle un museo»
Premio Nacional de Fotografía, reciente Premio Internacional de Foto de Alcobendas, Ramón Masats es Historia viva –ya retirada– de la disciplina en nuestro país
Masats, en su estudio-vivienda en Madrid
Nos recibe en su casa tras una semana «agitada»: días antes ha recibido el Premio Internacional de Fotografía de Alcobendas y ha inaugurado en la galería Blanca Berlín de Madrid . Lo preferimos «fuera de foco», en su estudio, bien asistido y fumando como un ... carretero. Ramón Masats (Caldas de Montbui, 1931), que tanto retrató esa España llena de tópicos –«sin falsear nunca la realidad»–, se muestra cercano, amigable, poco sentimental. Con una incipiente barba («va a ser la primera vez que me van a fotografiar así, vas a tener ese honor», le confiesa cómplice a nuestra fotógrafa), resultado de una convalecencia de meses que le ha impedido afeitarse. Vulnerable, pero firme. Él es historia viva de la disciplina en nuestro país. Habrá que escucharlo.
¿Le cansa hablar de su trayectoria?
No es que me guste o disguste. Considero natural que se tenga cierto interés en ella. Suelen preguntarme mucho por mis orígenes, por cómo empecé...
Todos recordamos cómo cogió Masats su primera cámara. ¿Por qué decidió soltarla?
Ya tengo 89 años y creo que es hora de descansar. La decisión se toma de una manera natural: No aceptando trabajos y no buscándolos. Recuerdo cuándo hice la última foto, pero uno no es consciente entonces de que sea la última. Fue en la comunión de uno de mis familiares.
«Gijón» (1961). Fotografía de «El instante Masats» (galería Blanca Berlín)
¿No le tienta volver a ella?
Si le soy sincero, no. Estoy tranquilo no haciendo fotos. De hecho, regalé las cámaras. A mis hijos, a Chema Conesa, a mi mujer...
Digamos que el servicio militar sí que le cambió la vida.
Sí. Ahí entro en contacto con la fotografía. Yo ya dibujaba un poco, tenía cierta inquietud artística. Entonces cayeron en mis manos unas revistas, las de Arte fotográfico , que me interesaron. Y en la mili me hice con la primera cámara. Empecé a fotografiar a mi familia, que si a un perro, que si a un gato, a mis amigos... Vivía en Tarrasa y allí entré a formar parte de una agrupación fotográfica en el casino, donde comencé a mostrar mis fotos, a xerrar [charlar] sobre la técnica, participé en algún concurso... Desde ahí llegué a la Agrupación Fotográfica de Cataluña, que me llevó a dedicarme a esto de forma profesional.
¿Se lo tomaron bien en casa?
Mi padre me dio permiso pero yo creo que siempre con un «ya volverás» en mente. Y di el paso hablando con Oriol Maspons y Xavier Miserachs, que eran fotógrafos de Gaceta Ilustrada , a los que, si me quedaba en Barcelona, les hacía la puñeta. Por eso me ayudaron a hablar con el director de la publicación en Madrid. Ya no volví.
¿Qué le dio a usted la foto?
Me ha permitido ser feliz. Me ha gustado mucho. No es fácil decir que uno trabajó contento. Yo sí que pude.
Ahora un Premio, el de Alcobendas, y una expo en Blanca Berlín, le traen de nuevo a la palestra. En verano fue la de Tabacalera. ¿Qué balance hace usted de este 2020 funesto?
Estoy agradecido, siempre es bello que a uno le reconozcan su labor. Y el año, lo he vivido con un poco de temor. Por mi edad, el contexto es peligroso. Y aunque desde la televisión intentan aplacar lo que sucede, yo creo que esto es algo bastante fuerte y que cambiará muchas cosas.
Se le considera renovador del reportaje fotográfico. ¿Uno llega a ser consciente de esto o trabaja por instinto?
Eso es algo que uno descubre a toro pasado. Y son los otros lo que lo deciden por ti. Aunque creo que algo tienen de razón. Este tipo de cosas no son las que me quitan el sueño. A mí lo que me interesaba entonces era enseñar lo que había. Trabajé casi siempre por encargo, pero siempre había un espacio y un tiempo para «mis» fotografías, tomas que no encajaban en el reportaje.
El seminarista parando el gol es una de las fotos icónicas de Masats para su autor
¿A qué se refiere?
Sobre todo, la gente, determinados personajes en los que ponía la atención. Y luego la forma de tomar las imágenes. Yo podía interesarme por un edificio, por una pared, que nada tenía que ver con el encargo.
¿Tuvo alguna vez problemas con la censura?
No. No recuerdo encontronazos con las autoridades.
Lo que sí que tuvo fue un «encuentro» con Franco. La única foto de la que se arrepiente.
Eso fue una encerrona en la que me encontré cuando unos arquitectos de Sevilla que estaban reformando una sucursal en Huelva me llamaron para un encargo. Y cuando entregué el trabajo, que gustó, el director mencionó que él era muy amigo de Franco, del que quería tener un retrato. Me lo propusieron y yo acepté pensando que aquello no saldría nunca...
Que solo haya una foto de la que arrepentirse es un muy buen balance.
Creo que sí, que es de la única foto de la que me arrepiento. No sé cuántas he podido hacer en mi vida. Ahora es mi hija Sonia la que me está llevando las cosas y la que está poniendo orden en mi archivo. Está haciendo un gran trabajo.
¿Cuál va a ser el destino de ese legado?
Quiero venderlo. Y si no hay nadie que me haga una buena oferta, pues ya se verá.
Se dice que España es una gran madrastra con sus hijos. ¿Es normal que a estas alturas no tengamos un Museo Nacional de Fotografía?
Y nunca lo tendremos. Esto es algo que he hablado mucho con compañeros. Aquí siempre se estará discutiendo, y cada región querrá el suyo, Cataluña el suyo... A Cristina García Rodero le han tenido que hacer uno en su pueblo, como a Carlos Pérez-Siquier. Eso nos sitúa en una red de pequeños museos. Pero, ¿uno grande? Nadie considera la foto algo tan importante aquí para tener su propio museo.
Entonces, si nos ponemos a hacer un museo Ramón Masats, ¿lo tenemos que hacer en Madrid o en Cataluña? ¿Usted ha sido el eterno madrileño en Cataluña y catalán en Madrid?
Yo soy catalán, pero no ejerzo de ello. Y estos follones que están montando con el asunto no me interesan nada. Están todos locos. Pero no va a faltar el que se meta conmigo diciendo que fui un renegado...
«Sin título» (1959-1965). Fotografía de «El instante Masats» (galería Blanca Berlín)
Algo «ejerce». Antes me usó el verbo «xerrar», en vez de «charlar».
¡Alguna palabra, hombre! ¡Lógico! Llegué a los 27 aquí, pero mi familia está allí y cuando viajo a Cataluña hablo en catalán.
Un fotógrafo documentalista, ¿es un opinador?
Claro que opinas. Aunque sea de forma inconsciente. Posiblemente no sea tan evidente para los demás, pero es inevitable que tu opinión se vuelque en lo que haces. Y ahora que lo pienso, la censura algún plano sí que me ha quitado...
Siempre ha dicho que sus fotos se hacían en la calle o en el escenario elegido, que nunca dio con ellas en el laboratorio.
A veces sí, pero habrán sido tres o cuatro. Pero en el laboratorio te encuentras más con lo contrario: te das cuenta de que esa foto que funcionaba en la cabeza no sale en la ampliación. Ahora: cuando estás haciendo una buena fotografía, eso lo sientes interiormente.
¿Qué piensa de una foto como la actual que se basa principalmente en la postproducción?
Es normal que la técnica evolucione. Y el que piense que ese es el camino, pues adelante. Que cada uno haga lo que pueda. Hoy hay grandes fotógrafos, y jóvenes. Gente muy buena que no tiene nada que ver con mi estilo o el de mi generación. Por ejemplo, a mí el que más me gusta es «el» Chema Madoz .
¿Y cuál es esa foto icónica de Masats que quizás no lo sea tanto para la crítica?
Creo que son las mismas. Recuerdo con cariño la del cura parando el balón...
¿Se siente reconocido?
Lo importante es que no tengo mucho afán de notoriedad. Soy tan vanidoso que me lo puedo permitir.
Si volviera a comenzar, ¿qué repetiría y que evitaría?
Alguna cosa sí que cambiaría, pero la fotografía seguiría siendo mi sustento de vida.
Confíeseme un secreto, Ramón: ¿La foto es ojo o técnica?
Yo he sido muy poco técnico. Pero una buena fotografía, para serte sincero, tampoco se hace con el ojo. Se hace con el corazón.