MÚSICA
Jean-Michel Jarre: «En los 60 ya supe que la revolución en la música no vendría del rock»
Después de 50 años ofreciendo los conciertos más multitudinarios de la Historia, el músico francés regresa con uno de los discos más originales de su carrera: la banda sonora para una exposición sobre el Amazonas de Sebastião Salgado en París
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Iniciar sesiónDa la sensación de que Jean-Michel Jarre (Lyon, 1948) no ha participado en un proyecto pequeño desde que, en 1979, logró su primer récord Guinness al reunir a un millón de personas en la Plaza de la Concordia de París. ... Por aquel entonces, su padre, el gran compositor de cine Maurice Jarre , ya había ganado dos de sus tres Oscar por ‘Doctor Zhivago’ y ‘Lawrence de Arabia’, pero estaba claro que su hijo le iba a superar, porque desde aquel concierto todo lo ha hecho a lo grande. Ha superado en cifras, incluso, a los Beatles , Bruce Springsteen o los Rolling Stones , pero con una música considerada poco antes una rareza futurista solo apta para friquis.
«La gente cree que ‘Oxygène’ es mi primer disco, pero no, tardé diez años en tener éxito. Cuando lo publiqué en 1976, de hecho, la música electrónica aún no era considerada música de verdad. Es la historia de siempre. Los compositores clásicos rechazaron a los primeros músicos de jazz, y estos a su vez a los primeros rockeros. Cuando yo empecé, el mundo del rock decía: ‘La música se hace con guitarras, bajos y baterías, y esto no lo es’ . Eso es lo que hace que siga siendo emocionante para mí, que a pesar de ser la música más popular del mundo, sigue siendo un poco ‘underground’», asegura.
A pesar de ello, Jarre siguió a lo suyo. En 1981 lideró las listas de ventas estadounidenses de jazz y clásica con su quinto disco, ‘Magnetic Fields’ , y alcanzó el reconocimiento mundial al convertirse en el primer músico occidental en girar por China. En 1986 congregó a otro millón y medio de espectadores más, en su espectacular concierto de Houston para celebrar el 25 aniversario de la Nasa. Y en 1997 elevó la cifra hasta los 3,5 millones en Moscú, el considerado todavía hoy el más multitudinario de la historia .
A sus 72 años, el músico francés no ha dejado de batir récords. El último: su concierto virtual de Nochevieja en Notre Dame , que juntó a 75 millones de espectadores en todo el mundo. «Mucho más que cualquier otro que haya dado, en el que logré conectar a un montón de gente aislada geográficamente a través de la realidad virtual . Es muy interesante y ha cambiado mi perspectiva de cara al futuro», advierte, antes de explicar su última aventura: la banda sonora que acompañará a la exposición de Sebastião Salgado en la Filarmónica de París , con 200 imágenes tomadas por el célebre fotógrafo en el Amazonas. Un proyecto diferente a todo lo que ha hecho hasta ahora, que recorrerá Sudamérica y Europa y que acaba de publicarse en disco.
¿Cuál de todos esos grandes conciertos le emocionó más?
Es difícil elegir… Podría escribir un libro de lo que significó organizar cada uno de ellos. Supongo que el de la Nasa en Houston, porque estaba previsto que mi amigo Ron McNair, uno de los astronautas del Challenger, tocara el saxofón desde el transbordador espacial durante mi concierto. Luego, ya saben, se produjo el accidente y murió. Fue muy especial. También el que di ese mismo año en Lyon, mi ciudad natal, con motivo de la visita del Papa Juan Pablo II, porque el escenario estaba justo en el mercado al que iba de niño con mi abuela. Fue un viaje a la infancia.
¿Persiguió conscientemente todos esos récords?
Es extraño, porque lo importante no es el número de personas, sino la relación que estableces con ellas. Yo solo con una guitarra frente a 200 seguidores puede ser igual de intenso y emocionante que ante 3,5 millones de personas, como me ocurrió en Moscú. Cada actuación es un mundo y depende de la química entre el espacio, el músico y la audiencia. Y eso es todo un misterio, la verdad.
Pero supongo que es difícil no creerse Dios...
Pues es justo lo contrario, yo me siento pequeño. Recuerdo el concierto de 1990 en el barrio de La Défense, en París, con motivo de la celebración del bicentenario de la Revolución Francesa. Estaba encima de aquel escenario gigante y, al mirar atrás y ver 2,5 millones de personas, pensé: «No han venido por mí, es solo algo que ocurre a mi espalda por otra razón». ¡Te lo juro! Y creo de verdad que no se trata de mí.
¿De qué se trata entonces?
Intento ofrecer algo más grande que yo, de ahí todas esas luces, imágenes, efectos visuales y diseño escenográfico. En los 70 ya concebía mis conciertos como esas viejas óperas donde los pintores y carpinteros del escenario eran tan importantes como los músicos. Quiero que la gente disfrute de lo que ocurre más allá de mi persona e, incluso, de la música. Dar más de lo que ofrecen bandas de rock como los Rolling Stones.
La música electrónica siempre ha estado muy conectada con la imagen…
Sí, por una razón muy sencilla. Los músicos acústicos siempre han compuesto sus canciones para ser tocadas en público con una guitarra o un violín, pero nosotros no. La música electrónica está hecha en un estudio con secuenciadores y ordenadores, y cuando se llevó al directo, los artistas tuvieron que buscar un vocabulario nuevo que la hiciera interesante en el escenario. Por eso creamos todo ese lenguaje a través de los vídeos y los efectos visuales.
¿Qué tiene de especial ‘Amazônia’ con respecto a todos esos grandes conciertos?
Nunca me interesó repetir un proyecto por muy poco convencional que fuera. En este sentido, ‘Amazônia’ no es música electrónica ni nada similar a lo que he hecho antes.
¿Qué es?
Cuando la Filarmónica de París me llamó, fue un desafío enorme, porque la música era una parte importante de la exposición, pero no buscaban una banda sonora. Tampoco es una película ni una exposición al uso. Querían que la música interactuara con las fotografías y yo tuve claro que no iba a hacer la típica música de ambiente, sino una que actuara como contrapunto de las imágenes y no intentase explicarlas.
«Tocar solo con una guitarra ante 200 seguidores puede ser igual de intenso que ante 3,5 millones, como me ocurrió en Moscú»
¿Habló con Salgado sobre la música antes de empezar?
Sí, porque quería recrear los sonidos naturales de la selva e incluir archivos sonoros del Amazonas seleccionados del Museo de Etnografía de Ginebra. Quise acercarme a la selva de una manera poética y evocadora, pero respetando sus contrastes. Los momentos de paz y de ruido, y el pájaro que suena dulce y violento.
¿Recuerda qué sintió la primera vez que vio una fotografía de Sebastião Salgado?
La primera ni sabía que era suya. Era el retrato de una mujer y, al lado, una de sus famosas fotografías en las minas de Serra Pelada en 1986. Pensé: «¡Guau, esto es especial!». Las imágenes en blanco y negro de los trabajadores que habían acudido al Amazonas atraídos por la fiebre del oro me impactaron. Miles de hombres cargando sacos y empapados. Ahí empecé a seguirle.
Su música fue calificada de «adelantada a su tiempo» en los 70. ¿Así la percibía usted?
No, aunque a finales de los 60 yo ya experimentaba con mi primera banda de rock, The Dustbins. A París llegaban muchas bandas de rock extranjeras que me gustaban, pero pensaba que la música que hacían era de raíces estadounidenses y que la revolución en la música no vendría solo del rock. Entonces descubrí la música electroacústica de Pierre Boulez, que era europea, no tenía nada que ver con el rock y venía de nuestro mundo. Luego me fijé en los primeros artistas de música concreta, como Stockhausen en Alemania y Pierre Schaeffer en Francia. Y, por último, empecé a mezclar la música electrónica que estaba emergiendo con el pop. Ahí pensé que sería la música del futuro. Hoy, de hecho, el jazz, el flamenco y la música clásica usan elementos de música electrónica.
Habiendo batido esos récords, ¿qué sueños le quedan?
El Covid y el concierto de Notre Dame me han cambiado mucho. Me di cuenta de que la realidad virtual me ofrece más posibilidades de las que imaginaba. Mis conciertos futuros serán diferentes. Mezclaré el escenario real y los elementos virtuales... Una nueva etapa.
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