MÚSICA
Enrique Urquijo: un poeta urbano y maldito
El músico de Los Secretos dejó letras de perfecta factura. Poemas simples y concisos
Amigos en las penas: Enrique Urquijo (a la derecha) posa junto con Antonio Vega en 1992
El día que le dieron el premio Nobel de Literatura a Bob Dylan cambió la manera de ‘leer’ la música. Las letras de algunas canciones tarareadas generación tras generación sin mayor trascendencia que la de un hilo musical cotidiano pasaron a recitarse como poemas encadenados. ... Y sus autores atravesaron el rubicón de la excelencia. Bardos contemporáneos . En esta lucha batallada desde muchos frentes (el pop, el rock, el jazz, el folk...) no se nos puede olvidar el santo nombre de Leonard Cohen , a quien también le cayó la bendición del premio Princesa de Asturias de las Letras, entonces Príncipe. Si esta sana costumbre se hubiera instaurado décadas ha, no cabe duda de que los Beatles habrían acaparado todos los laureles. A ver quién se atreve a igualar la aparente simplicidad de ‘Let It Be’ o de ‘Yesterday’...
España no es diferente, aunque nos dé por pensar lo contrario. La década de los 80 zarandeó nuestra música. De ahí salieron tres poetas de la cotidianeidad y otros sinsabores : Antonio Vega, Carlos Berlanga y Enrique Urquijo . Del primero se han dicho ya tantas cosas sobre su ‘chica de ayer’ y demás letanías que a veces suenan vanas, por repetitiva impostura. Al segundo, con sus chispeantes versos para ‘Kaka de Luxe’ o ‘Alaska y los Pegamoides’, no se le ha hecho justicia hasta encumbrarlo como un rey del pop total, en la estirpe de lo ‘warholiano’. Y queda el tercero, el más tímido, el que no iba de nada, el que no se disfrazaba de moderno ni de chico malo, pero acabó siendo el moderno más independiente de la tropa: Enrique Urquijo.
Intereses creados
Cuando ‘Déjame’, una de las canciones míticas de la historia reciente de la música española, sube por primera vez al escenario, Los Secretos, el grupo de los hermanos Urquijo, no se llamaba así. Habían elegido el absurdo nombre de ‘Tos’ porque en aquel arranque de La Movida se llevaba lo escatológico, lo aparentemente cañero: pelos pincho y collares de perro en el cuello a lo ‘punk’. Y estos chicos del barrio de Argüelles no lo eran, por mucho que acabaran pasándose a ese lado oscuro -‘Walk on the Wild Side’- que cantó Lou Reed. Lo de ‘Tos’ suena a ingenuidad, a travesura de héroe de cómic ‘underground’ (Enrique era un gran coleccionista). Que ensayaran al principio en una fábrica de caramelos, a irónico. Lo dulce en su caso destila un regusto amargo, porque la vida les arrebata de un zarpazo a amigos y cómplices en el proyecto (Canito y Pedro Antonio Díaz) y les aúpa a un escenario de intereses creados, y quien está llamado a ser el líder, Enrique, quiere navegar por las aguas de sus tormentos, de sus debilidades de ‘niño’ frágil, en un segundo plano. Sin presiones discográficas.
Quien está llamado a ser el líder quiere navegar por las aguas de sus tormentos, de sus debilidades de ‘niño’ frágil, en un segundo plano
‘Déjame, no vuelvas a mi lado...’ es uno de los estribillos más tarareados desde hace décadas y no es una tontería, aunque lo parezca. Lo mismo que no lo son las canciones de los Beatles. Su ‘I’ve Just Seen a Face’ inspira parte de la melodía, como cuenta Álvaro Urquijo en ‘Siempre hay un precio’. La letra de Enrique es una loa a la simplicidad, al más es menos, a la economía de palabras, pero no de mensajes ni de sentimientos . Decir lo justo y bien ajustado. Remarcando cada sílaba (‘Dé-ja-me’), dónde se debe y cómo se debe. Nada de rocambolescos giros metafóricos. Nada de marcar paquete ni escupir soflamas antisentimentales delante de un micrófono, gritos u otros desatinos de la modernidad.
‘Sobre un vidrio mojado escribí su nombre sin darme cuenta’, canta en otro de sus versos más recitados. Ritmo de monocordes lamentos. Ni más, ni menos. ‘Agárrate fuerte a mí María/ Agárrate fuerte a mí/ Que esta noche es la más fría y no consigo dormir’, recita en la canción que dedica a su hija. Su voz parece agarrarse a las paredes del pozo para salir a la superficie, ponerse a flote. Nunca lo consiguió. Pero como los poetas malditos, de estirpe urbana, sus versos aún resuenan en nuestros oídos.