Diego Doncel - EN LOS MÁRGENES
Joaquim Manuel Magalhães, poesía de la desaparición
El poeta portugués el día en que se vio rodeado sin tregua por las caravanas del furor vacacional, lo vendió todo y se fue al interior
Joaquim Manuel Magalhães nace en Peso da Régua, Portugal, en 1945
Joaquim Manuel Magalhães es el poeta más solitario que conozco. Es tan solitario que no tiene patria, es decir, no tiene una lengua en la que él crea que merece la pena escribir. Si para Pessoa la patria es la lengua portuguesa, para Magalhães ... la lengua portuguesa es un enemigo con el que ajustar cuentas, al que combatir sin piedad, al que intentar hacer invisible. En la última edición de su poesía completa sometió a sus poemas a un extremado ejercicio de limpieza: hizo desaparecer de sus versos la fonética más propia del portugués y los presentó como restos, como residuos de su escritura anterior. La incomodidad que Portugal crea en Magalhães es honda, la incomodidad que para la sociedad literaria portuguesa crea la figura y la persona de Magalhães es de una ferocidad sin tregua. Si Thomas Bernhard sacudió Austria con sus desprecios y su sintaxis sarcástica, Joaquim Manuel Magalhães se alejó de Portugal de una manera humilde y silenciosa, recluyéndose en el campo y mirando todo con distancia. Abandonó Lisboa porque la encontraba desajustada y se fue a vivir a lo alto de un acantilado, en Consolação, al lado de Peniche.
Desde esa casa se veían las puestas de sol en el Atlántico y se oían a los campesinos en sus huertas. Cuando empezó a llegar el turismo levantó los muros y se quedó con sus libros, sus peces en el estanque y su pequeño jardín. Pero el día en que se vio rodeado sin tregua por las caravanas del furor vacacional, lo vendió todo y se fue al interior. Cerca de Bombarral se hizo construir la Casa do Pátio, su último refugio, su último modo de desaparecer. Nadie en la poesía portuguesa ha hecho tanto por desaparecer como Joaquim Manuel Magalhães, nadie ha hecho de su biografía un punto de fuga moral como él.
Baluarte moral
Íntimo amigo de Eugénio de Andrade o de Jorge de Sena, después de ellos el más grande de los poetas portugueses de este tiempo, Magalhães se ha construido un baluarte moral frente a la barbarie de una sociedad literaria que traiciona el verdadero papel del poeta. En alguien como él, que llevó a cabo l a más honda transformación de la poesía portuguesa desde los años 70 hasta la actualidad, que fue y sigue siendo el crítico más influyente, sorprende que haya dicho adiós a todo eso y defienda que ser poeta hoy es alejarse de la urgencia de los prestigios y el maridaje con la política.
Catedrático de literatura inglesa en la Universidad de Lisboa, Magalhães ha sabido enriquecer la poesía portuguesa con todas las geografías literarias. Cuando Magalhães lee o traduce a Dylan Thomas , a Frank O’Hara, a Eliot, a Tom Gunn, a Anna Ajmátova, a Kavafis, a Seferis o a los poetas españoles está confrontándolos con su propia obra y con la dinámica de las distintas poéticas lusas de este tiempo, señalando carencias y poniendo el reloj estético en hora.
Se alejó de Portugal de una manera humilde y silenciosa. Es el poeta más solitario
Magalhães, en cualquier caso, hizo de la intimidad y de la realidad los puntos cardinales de su obra. Sedujo a sus lectores con aquella palabra limpia y emocionante que trataba de intensificar lo real. Cuando publicó ‘A poeira levada pelo vento’ (1993) obtuvo los más importantes premios de su país. Tal vez en ese momento empezó a decir adiós y se afanó en construir una biografía no con una dimensión previsible, sino una biografía en consonancia con la grandeza humilde de ese puñado de palabras que es el poema. Nunca necesitó levantar la voz sino ser un poeta de la lengua pobre , de esas periferias del diccionario donde se expresa la alucinante normalidad.
Sombra de una quimera
Sus últimos caminos, sus últimos libros han llenado de desconcierto a la crítica y a los lectores. En ellos Magalhães coge su rostro de siempre, su voz de siempre y la hace añicos. Amparándose en la música y la teoría musical de Anton Webern realiza una profunda reflexión sobre fonéticas, estructuras e imágenes. Es, de nuevo, una forma de poner distancia con él mismo, de poner distancia con ese mundo de discursos marcados que tanto le incomoda.
El solitario Magalhães siempre ha tenido un hueco por el que fugarse, siempre ha tenido una matemática para no hacerse exacto. Ha ido siempre persiguiendo lo que persiguen los grandes escritores: la sombra de una quimera. Su soledad esconde una trágica afirmación de sí mismo, como si necesitara afirmarse en este momento, en esta hora frente a sus contemporáneos. Cuando todos andan persiguiendo la gloria, él ha tratado de oscurecerse para brillar de otra manera, para hacerse un lugar en los márgenes donde alguna vez estuvieron los grandes escritores ignorados , despreciados o combatidos.
La Portugal de Magalhães es esa Portugal de quienes volvieron la espalda, la Portugal de Florbela Espanca, de Antero y, a su modo, de ese tal Bernardo Soares que creó Pessoa. Todos ellos cruzaron una esquina y se encontraron con un precipicio. Todos ellos hicieron de la disidencia un desplante moral, hicieron sus propias utopías de solitario porque la realidad les parecía imposible. La figura de Magalhães, como la de Camus, nos interroga sobre qué es ser un rebelde, y nos contesta que un rebelde es aquel que dice no.