LIBROS
La biblioteca perdida de Pedro Salinas
Cuando el poeta madrileño marchó precipitadamente al exilio al estallar la Guerra Civil, los recuerdos de toda una vida se quedaron en su casa. También sus libros. Una exposición, «Salinas recuperado», recuerda su historia de expurgos y vicisitudes
Jesús Marchamalo
A finales de junio de 1936, Pedro Salinas viajó con su familia a Santander, donde era secretario general de la Universidad Internacional de Verano. Días antes, su casa, en el número 76 de la calle Príncipe de Vergara, en Madrid, se convertía en un ... zafarrancho de mopas y plumeros antes de quedar cerrada durante todo el verano : se sacudió el polvo de las alfombras, se desmontaron las lágrimas de cristal de las lámparas, se frotaron las tapicerías con cepillos y se encamisaron butacas y sofás antes de rociar las habitaciones con flit.
La casa quedó al cuidado del portero de la finca, Félix, que tenía una copia de las llaves, y de Lorenza, una vieja ama de confianza que había criado a don Pedro, su «Pedrito», y que comprobaba un par de veces por semana que todo estuviera bien.
Sublevación
Instalados en el Palacio de La Magdalena, la mañana del 19 de julio, los Salinas recibieron con inquietud la noticia de que el expreso procedente de Madrid había sido retenido en Valladolid por militares. Y escucharon por la radio las noticias, confusas todavía, que informaban de que un grupo de generales se había sublevado y las tropas del Ejército de África llegaban en avión desde Canarias.
Una mañana, pocos días más tarde, el pequeño Jaime Salinas -tenía once años entonces- vio desde la playa cómo una lancha entraba tímidamente en la bahía y, tras unos minutos de vacilación, arriaba la bandera republicana para izar a continuación la enseña rojigualda.
Con las fronteras terrestres ya cerradas, él y su hermana Solita embarcarían casi enseguida rumbo a Francia gracias a las gestiones de Mathilde Pomés, que los acompañó en el viaje, y don Pedro y su mujer, Margarita, saldrían también de España, tras la autorización del Ministerio de Instrucción Pública, en un guardacostas norteamericano, The Cayuga, fondeado en el puerto de Bilbao.
La muestra da cuenta del carácter poliédrico y holístico de Salinas y de su generación
Años más tarde contaban cómo, a punto de embarcar, vivieron un desagradable incidente con unos milicianos , a quienes les pareció sospechoso el mango de una raqueta de tenis que asomaba por la cremallera de una de las maletas. «Estos son unos fascistas», les escucharon decir. Al final, y no sin tensión, el matrimonio logró subir al barco gracias al contrato que había firmado Salinas con el Wellesley College, en Boston, donde iba a enseñar Literatura Española ese curso. La hija del capitán -casualidades- estudiaba allí español.
No lo sabían entonces, pero ya nunca volverían a su casa de Madrid, donde quedaron muebles, cuadros, ropa, recuerdos y papeles que se perdieron en el largo invierno, homicida, de la Guerra Civil.
También la biblioteca, los libros de Salinas, cuya larga peripecia de expurgos y vicisitudes se cuenta ahora en una exposición, Salinas recuperado , que se inaugurará el 25 de marzo en la Biblioteca Regional Joaquín Leguina, de Madrid.
«Una biblioteca es, desde luego, una autobiografía, de modo que la de Pedro Salinas es una muestra de su universo». Enrique Ortiz Aguirre es el comisario de la exposición. «Salinas es poeta, dramaturgo, editor, conferenciante, crítico, profesor, y la exposición da cuenta de ese carácter poliédrico, holístico, no sólo del propio Salinas, sino de su generación, y de un contexto histórico en el que la cultura vive un momento cumbre en nuestro país. No podemos olvidar que en esos años viene a España Albert Einstein, viene Marie Curie… y la biblioteca de Salinas, su contenido y sus vicisitudes, dan cuenta de una serie de avatares que tienen mucho que ver también con los sucesos históricos ».
Testimonios y papeles
La historia de los libros de Salinas ha podido ser reconstruida, no sin dificultad y a veces por mero azar, a través de testimonios y documentos. Se sabe -lo contó su hijo Jaime en sus memorias, Travesías (Tusquets, 2003)- que muchas casas del barrio de Salamanca abandonadas por sus propietarios en el verano del 36 fueron asaltadas y desvalijadas por grupos de incontrolados en las semanas posteriores al alzamiento.
La de Salinas, no. La finca, discreta, nada ostentosa y alejada de las zonas más significadas del barrio, se mantuvo a salvo durante semanas. Se sabe incluso que Dámaso Alonso y el catedrático José Antonio Rubio Sacristán, acompañados por el portero -quien casi desde el primer día cambió su librea por un mono azul para pasar inadvertido-, subieron un día a la casa para llevarse de un escritorio cartas y papeles comprometedores -pudo ser incluso el propio Salinas quien se lo pidiera- aunque nunca se supo exactamente cuántos ni en qué sentido podrían resultar peligrosos.
Muchos ejemplares se usaron como combustible para calentarse. Otros se salvaron en la BNE
La casa fue requisada después por milicianos y ocupada por familias de refugiados -«evacuados», se les llamaba- y parte de los libros, archivos y papeles desapareció. También la ropa y algunos muebles fueron decomisados por milicias del Partido Comunista que, tras cargarlos en un camión, expidieron el correspondiente recibo al portero.
La primera noticia que se tiene de la biblioteca de Salinas es un oficio de la Junta de Incautación y Protección del Patrimonio Artístico fechado el 11 de agosto de 1937. El teniente Francisco Reyes, de la 70 Ligera Mixta, entregaba a José Vallejo, de la citada Junta, tres cuadritos, un espejo con marco dorado, un marco de conchas, dos fanales con florero y «la biblioteca», según aparece especificado en el acta que, a mano, cumplimentaron y firmaron ambos.
Depurado y apartado
Los libros de Salinas llegaron pocos días más tarde a la Biblioteca Nacional, donde se pusieron a resguardo, mientras que los pocos objetos restantes -los cuadros, el espejo, los floreros- acabaron en un almacén y desaparecieron para siempre. «Gracias a la organización de esta exposición, y a las investigaciones que hemos realizado, ha aparecido una documentación del máximo interés que permite hacernos una idea bastante precisa de lo que ocurrió con esta biblioteca». Es de nuevo Ortiz Aguirre. «Efectivamente, los libros de Salinas quedan desasistidos en su casa de Madrid, y muchos de ellos desaparecen arrojados a la chimenea a manos de esas familias de refugiados que se protegen con ellos del frío, hasta que gracias a la intermediación de ese miliciano, el teniente Reyes, llegan a la Biblioteca Nacional, donde Antonio Rodríguez-Moñino coordina las actividades que permiten poner a salvo miles de ejemplares de bibliotecas particulares que de otro modo se habrían perdido. Y ha sido precisamente en la Biblioteca Nacional donde hemos dado con un inventario que no se había hecho público hasta ahora, y que nos ha permitido reconstruir la historia de los libros».
Terminada la guerra, Pedro Salinas, como miles de profesores, fue depurado y apartado de la universidad. Así, el 29 de julio de 1939 se publicaba una orden que decretaba la separación directa de sus cátedras de, entre otros, Américo Castro, Claudio Sánchez Albornoz y Pedro Salinas, por ser «pública y notoria su desafección» y su «pertinaz política antinacional y antiespañola». La orden terminaba con un resolutivo y amedrentador: «La evidencia de sus conductas perniciosas para el país hace totalmente inútiles las garantías procesales, que en otro caso constituyen la condición fundamental de todo enjuiciamiento».
Muerte en el exilio
Salinas nunca regresaría del exilio -murió en Boston en diciembre de 1951- y sus libros permanecieron almacenados en la Biblioteca Nacional hasta febrero de 1940. Fue entonces cuando llegaron al Instituto de Enseñanza Media Miguel de Cervantes, en la calle Prim, a petición de su entonces director, Enrique López Montenegro. Allí, se elaboró un primer inventario, algo tosco y descuidado, que ocupa 43 hojas con el sello del instituto y en las que se enumeran los 2.298 libros de Salinas -apenas se detalla el nombre del autor y el título- que llegaron al centro. No se sabe cuántos habían desaparecido de la casa durante el primer año, pero sí cuántos desaparecieron a partir de ese momento.
El inventario, conservado en la Biblioteca Nacional, es el que ha permitido reconstruir el contenido de la biblioteca: una parte muy significativa de libros en inglés - Milton, Shelley, Conrad o Whitman - y francés, entre otras una muy anotada edición de A l’ombre des jeunes filles en fleurs , de Marcel de Proust, que Salinas utilizó para la traducción, hoy clásica, de los dos primeros tomos de La recherche.
Hay auténticas joyas dedicadas por sus autores y con anotaciones del propio Salinas
Había en la biblioteca clásicos, naturalmente; Góngora o San Juan de la Cruz ; obras de la Generación del 98: Unamuno, Antonio Machado, Azorín, Valle-Inclán o Baroja; libros de filosofía, crítica e historiografía literaria, erotismo, así como primeras ediciones de sus propios libros : Seguro azar , publicado por Revista de Occidente en 1929; Razón de amor , en la revista Cruz y Raya , 1936, o Amor en vilo , que fue el título con el que publicó los primeros poemas de La voz a ti debida , cuando los editó en La tentativa poética, la imprenta de Concha Méndez y Manuel Altolaguirre.
Y, por supuesto, primeras ediciones de la Generación del 27, y de otros escritores coetáneos , ejemplares muchos de ellos firmados y dedicados por sus autores: la propia Concha Méndez -«Al poeta y escritor Pedro Salinas, con mi admiración, amistosamente»-, Gerardo Diego -«Para Pedro Salinas, poeta y amigo, este ruboroso sarampión romántico», se lee en la edición de su El romancero de la novia -; Luis Cernuda -«A Pedro Salinas, desde los días ya lejanos de Sevilla»-, o Ramón Gómez de la Serna, en cuya revista Prometeo publicó Salinas sus primeros poemas y que en la primera edición de El circo , con su inconfundible letra roja y su caligrafía inmoderada, le escribe:
«A Salinas, en prueba de mucho afecto y mucho compañerismo en las alturas (en los tejados)». Ramón.
Impresiona también el ejemplar de La deshumanización del arte , de Ortega y Gasset , anotado por Salinas en los márgenes: «Deporte y juego», se lee, escrito a lápiz, en una de las páginas. «Ironía en irrealidad» o «farsa en el buen sentido», en otra.
Sustracciones
El 1950, el Instituto Miguel de Cervantes se trasladó al nº 15 de la calle Fortuny, ocupando el edificio que había sido sede del Colegio Alemán, y diez años más tarde sufrió una nueva mudanza hasta su actual emplazamiento, en la glorieta de Embajadores. En estos traslados se extravió una parte muy significativa de los fondos bibliográficos y, años después, se habló de un bedel que sustrajo durante años ejemplares del legado, muchos de ellos dedicados, que circularon por la Cuesta de Moyano y librerías de lance.
El inventario, conservado en la Biblioteca Nacional, es el que ha permitido reconstruir el contenido de la biblioteca
Lo cierto es que el propio Salinas, en una entrevista con José Manuel Blecua publicada en Insula en 1952, hablaba de algunos de los libros que le hubiera gustado salvar de su biblioteca. Citó el manuscrito de Teresa que le había regalado Unamuno; un ejemplar de las poesías de Antonio Machado con una cuarteta manuscrita; otro de Juan Ramón Jiménez, Jardines lejanos , dedicado a él, y libros de Federico García Lorca en los que le había hecho dibujos con lápices de colores. Ninguno de ellos se ha recuperado.
Los libros de Salinas llegaron a la Biblioteca Regional de Madrid en 2017, donde se catalogaron 1.300 ejemplares, prácticamente la mitad de los que aparecen en el primer inventario y que hoy pueden consultarse por investigadores y estudiosos, como recuerda la directora, Eulalia Iglesias . «Tener en la mano estos libros produce emoción, en primer lugar por la propia peripecia de la biblioteca y las circunstancias en las que Salinas la perdió. Por otro lado, leer las dedicatorias, muchas de ellas muy personales, las anotaciones en algunos ejemplares, provoca ese pudor de estar entrando en la vida de otra persona, pero también una sensación de privilegio . Y ver esas primeras ediciones históricas, de Salinas y de muchos de sus coetáneos, te trae también la evocación de esas mismas lecturas que tú misma has hecho».
Los libros de Salinas, su biblioteca perdida, podrán verse hasta el 20 de junio . Cuentan que Jaime, su hijo, a quien se contactó para ofrecerle la posibilidad de recuperar los libros, no contestó nunca a la solicitud. Guardó siempre, eso sí, una copia del acta de incautación firmada por José Vallejo y el teniente Reyes que, en agosto de 1937, salvaron la biblioteca, los libros de su padre.
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