LIBROS

Antonio Muñoz Molina, de la pandemia a la memoria familiar

Con ‘Volver a dónde’, el escritor y académico zanja una deuda con una vida campesina heredera de un mundo antiguo

Antonio Muñoz Molina en el madrileño parque del Retiro Ignacio Gil

A los sesenta y cinco años entrega Antonio Muñoz Molina el que considero uno de sus mejores libros, en la estela y, en cierto modo, continuación de otro suyo anterior, hasta ahora mi preferido: ‘ El viento de la luna’ (2006). En ambos la ... figuración de su yo narrativo en primera persona, y su contenido autobiográfico se eleva desde lo personal (muy contenido y casi eludido en cuanto a vida íntima individual) a lo familiar, que en ‘El viento de la luna’ tenía a la figura del padre campesino en su centro, pero que aquí alcanza a la madre, abuelos y tíos, hasta configurarse el yo colectivo de una generación, la de la posguerra en Úbeda, que habitó formas de tratamiento y vida ancestrales a punto de extinguirse.

Hay en la escucha de Muñoz Molina de las voces familiares algo semejante a la responsabilidad de una deuda contraída por todos los españoles con una vida campesina heredera de un mundo antiguo, que apenas se conserva. Es el mundo de quienes todavía recuerdan felicitar el santo, que coincide con Francisco, Antonio, Miguel, Juan, Leonor, Juana, nombres que seguían pautas concretas de códigos heredados.

‘Volver a dónde ’. Antonio Muñoz Molina. Seix Barral, 2021. 352 páginas. 20,90 euros

La gran verdad

Todo el mundo hablará de este libro por otro estrato que se superpone al memorialístico mencionado: la inclusión de un diario de pandemia, que va siguiendo el confinamiento vivido por los españoles en la primavera y verano de 2020, prolongado una y otra vez. Ha sido una suerte que Muñoz Molina decidiera ser fedatario de la vida de la pandemia desde su terraza, asomado a un balcón del madrileño barrio de Salamanca, anotando con precisión cuanto va oyendo, observando y, sobre todo, reflexionando sobre usos cotidianos, tanto los heroicos como los denigrantes. Digo que es una suerte porque pocos escritores hay tan dotados para atrapar la vida en sus detalles mínimos , que son los más elocuentes.

Hay escenas, como la matanza del cerdo en San Martín, antológicas, dignas de Flaubert o Zola

Hay algo más que realismo, como lo hubo en Galdós, cuya cuarta y quinta serie de los ‘Episodios nacionales’, leídos durante el confinamiento, van enseñando a Muñoz Molina la gran verdad del estilo cuando es maduro: haber sabido arrancar a lo particular esa dimensión que le excede, y que alcanza a ser vida reflexiva sobre este país cuyo destino parece tan triste como el de la reina de la cuarta serie galdosiana.

También en la vida familiar, Muñoz Molina camina de lo particular a lo colectivo . Está más interesado en la vida de los otros que en su vida, como si sintiera la responsabilidad de transmitir la vida de nuestros mayores, antes y después de la inmigración a las ciudades, con pasajes memorables, descritos con esa precisión del que parece guardar en la memoria el susurro de cuantas voces se escucharon. No siempre la recreación que viene por la vía familiar es grata, pues hubo en aquellas costumbres campesinas t anta hidalguía y nobleza como miseria , no solo física, también moral, cuando gentes hubo capaces de hacer desfilar a los tontos del pueblo precediendo el carnaval, o fueron crueles hasta la maldad más agraz con los débiles carentes de sangre (equivalente a valor).

Deuda materna

Tenía Muñoz Molina una deuda con la figura de su madre nonagenaria, que había quedado oculta tras la del padre, también con su abuela Leonor. Hay escenas campesinas como las de la matanza del cerdo en San Martín, antológicas, dignas de Flaubert o Zola. Pero no es importante este libro por el balance personal, sino por cumplir algo que solo la literatura puede hacer: ser un fantasma, figura y sombra de los recuerdos, que únicamente su narración puede salvar. Rescata del olvido vivencias colectivas (también las de la pandemia) para que las generaciones futuras tengan el precipitado artístico de una responsabilidad ética. No es lo más importante que su prosa brille, con su ritmo característico; lo hace para transmitir vida, antes de su extinción y pasado, que ya no será inerte.

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