Antonio Muñoz Molina: «España necesita consenso social y político a largo plazo»
El escritor y académico publica 'Volver a dónde', un hermoso libro en el que reflexiona sobre la realidad que nos ha dejado la pandemia, el pasado compartido y el futuro aún por definir
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Iniciar sesiónDurante el estricto confinamiento del año pasado, entre los meses de marzo y mayo, cuando los días, con sus noches, no eran más que una sucesión interminable de horas, Antonio Muñoz Molina (Úbeda, Jaén, 1956) se entregó a la escritura. Lo hizo con deleite, ... sí, pero también de una forma casi obsesiva. No paraba de escribir. Y aquella tarea, tan cotidiana siempre para él, le sirvió para organizar una vida que entonces no parecía tener sentido, para vencer a la negrura que lo envolvía todo, hasta el cielo mismo de Madrid. Con la devoción monacal de su admirado Thomas Merton , comenzó una suerte de diario en el que reflejaba cuanto veía, lo que sentía, sus miedos e inquietudes. Pero también, y de una forma muy natural, espontánea, empezó a hacer memoria, a echar mano de sus recuerdos familiares, a agarrarse a ellos ante la falta de asidero de un presente incapaz de garantizar el futuro. Con el paso de los meses, esa narración combinada se convirtió en un collage literario que tal vez sea uno de sus libros más hermosos y emotivos, ‘Volver a dónde’ (Seix Barral).
Empecemos por el final. «Este no es el mundo de antes que ha vuelto», dice en las últimas páginas del libro, mientras lleva a su nieta Leonor en un taxi camino de la casa de sus padres. ¿Qué mundo es este que se nos ha quedado?
Es difícil de saber, porque estamos tan metidos dentro de las cosas… El libro termina en ese momento tan raro, en diciembre del año pasado, cuando parecía que la cosa estaba mucho mejor y vino la campaña de Navidad y se lo llevó todo por delante. Ese día había un atasco tremendo por la iluminación navideña, y yo pensaba: de nuevo parece que todo es igual. Pero hay una diferencia, y es que todo es mucho más frágil. En apariencia, hay una sensación de que las cosas son muy parecidas, pero hay algo que es muy difícil de ignorar, y es la conciencia de lo frágil que es todo y la necesidad de hacer cosas que se vio durante esta crisis que había que hacer y que probablemente no se van a hacer en la medida en que habría que hacerlas. Es un mundo muy raro. Tenemos la vacunación muy avanzada, pero no sabemos si va a haber nuevas variantes. Hay una cosa que es tremenda, y es que los países desarrollados han tenido oportunidad de vacunarse masivamente, pero no ha habido voluntad política de proceder a la vacunación universal. Es un mundo muy incierto, es un mundo que empezó en el 2001 y sigue.
¿Todo empezó con la caída de las Torres Gemelas?
Es algo a lo que le doy muchas vueltas, porque fue hace justo veinte años y lo vi con mis propios ojos. Yo creo que a partir de entonces lo que ocurrió fue que se impuso una conciencia de la fragilidad. Las Torres Gemelas mostraron que podía pasar lo inaudito en un rato, que la respuesta al ataque terrorista podía ser horriblemente destructiva. El terrorismo, aparte del sufrimiento y el dolor que provoca en las víctimas, puede provocar reacciones terribles. Vimos, después de aquello, la invasión de Afganistán; después viene el invento de las armas de destrucción masiva de Saddam Hussein y una guerra disparatada y sin motivo. Luego viene la crisis económica. Eso ya se nos ha olvidado, pero antes de la crisis había como una arrogancia. En 2006 se jubiló Alan Greenspan y todo el mundo lo despidió como el gran héroe de todo, y de la noche a la mañana todo se viene abajo y se vio que los bancos se dedicaban a una práctica disparatada. Y, luego, claro, hubo Katrina y todas las cosas que están ocurriendo en cuestiones de medio ambiente. Y ahora esto… Es decir, estamos en el mundo de la incertidumbre radical.
«Es asombroso lo poco que se aprende; y más todavía lo rápido que las personas abdican de la sensatez en cuanto deja de ser obligatoria», escribe el 30 de mayo sobre el comportamiento de la gente a medida que las restricciones empiezan a levantarse. ¿De verdad no hemos aprendido nada? ¿Todo esto, todo este sufrimiento, ha sido en balde?
No, yo creo que se han aprendido muchas cosas y se han hecho muchas cosas positivas gracias a ese aprendizaje. Lo que ocurre es que algunas personas son muy irresponsables. Pero tenemos que hacer un esfuerzo un poco completo y no caer ni en la felicidad ni en la negación, porque son dos cosas estériles. Tenemos que hacer un esfuerzo de precisión.
Bien, ¿y qué hemos aprendido, entonces?
Fíjese lo que han aprendido los sanitarios, los científicos, lo que ha aprendido todo el que quiera aprender.
Es que esa es la clave…
Fíjese cómo la UE ha aprendido de la experiencia calamitosa de la respuesta a la anterior crisis ahora. Fíjese cómo se aprendió a crear elementos de protección social como los ERTE o el ingreso mínimo vital. Sí se ha aprendido, se ha aprendido mucho. Lo que pasa es que hay mucho más que aprender y hay que ver en qué medida lo que se aprende pasa a la práctica.
¿Como qué?
Ahora sabemos, por ejemplo, que es fundamental en un sistema de salud la atención primaria, que el sistema sanitario español se desmanteló, que mucho personal sanitario muy valioso se fue porque aquí no había posibilidades. Sabemos cómo esas personas fundamentales muchas veces trabajan con contratos de una semana o de medio día. Todo eso realmente te plantea un campo de tareas que son concretas, no se trata de pelear si esto es el comunismo o es la libertad. Todo eso son fantasías. La cuestión está en que sabemos que necesitamos un sistema público de muy alta calidad, y eso es muy caro, pero sabemos que tenemos que crear un orden de prioridades. Otra cosa que hemos aprendido a costa de un precio muy alto es que necesitamos que el Ministerio de Sanidad tenga la capacidad de dirigir y de coordinar en situaciones de emergencia, como en cualquier sistema federal, por otra parte. Todo eso son lecciones prácticas. Sabemos que una sociedad necesita tener una formación y una investigación científicas muy potentes. Ahora que viene esta conquista extraordinaria que son los fondos europeos tiene que haber un debate nacional muy centrado en cosas concretas y muy marcado por la concordia. Porque otra cosa que sabemos es que los cambios fundamentales que necesita nuestro país necesitan un consenso social y político a largo plazo.
Habla de concordia, que es justo lo que no ha habido en el último año y medio…
Ya, claro… Ha habido una concordia civil muy grande entre mucha gente y luego ha habido el circo político, que es una cosa disfuncional en España. Es disfuncional, entre otras cosas, por comparación con otros países. Siempre es muy peligroso teorizar sobre el propio país en abstracto. Aquí en ciertas cosas hemos resultado ser bastante efectivos, en otras no. Los días de mucha bronca política fueron los días que yo me fui a vacunar y parecía que estábamos hablando de dos países distintos. A mí, se lo juro, la vacunación me produjo una emoción muy profunda. Estaba orgulloso en el sentido más noble de la palabra, no estoy orgulloso de algo que pasó o no pasó en el siglo XIV; no, no, estoy orgulloso de algo que está sucediendo ahora mismo. Luego hay una cosas que es muy española, y eso quien ha vivido fuera lo sabe, que es una disposición de cordialidad: a mí me emocionaba ver cómo las enfermeras trataban a los abuelos, a las personas que estaban vacunando...
Y es con eso con lo que nos tenemos que quedar. Usted en el libro se queja mucho, y con razón, de la clase política que nos gobierna, a uno y otro lado del espectro ideológico.
Sí, sí, por supuesto.
¿Está presa la ciudadanía española de su propia irresponsabilidad al haber elegido a esos gobernantes? ¿Hay alternativa?
Bueno, es que es muy difícil, porque este es un sistema muy viciado, es un sistema en el que los aparatos políticos de los partidos tienen una fuerza enorme. Es un sistema en el que los partidos tienen un dominio muy grande sobre las instituciones, y eso es un problema estructural.
Fíjese en lo que está pasando con la renovación del Consejo General del Poder Judicial.
Claro, exactamente. Es un problema estructural muy grande que habrá que resolver, si se puede. Pero yo creo que hay una diferencia entre el comportamiento cotidiano de la mayor parte de la gente y la traducción de la vida que se produce en la política y a veces en el periodismo. Ahí hay como una disonancia. El buen gobierno es una cosa a la que se le presta poca atención, y es una cosa fundamental. Todo el mundo puede decir lo que quiera, decir cosas es facilísimo, pero hacer cosas concretas… Cuanto más defiendes algo concreto más fácil es que llegues a acuerdos, porque en lo concreto las opciones son limitadas. En lo concreto tú no eliges entre el paraíso y el infierno ni entre la dictadura y la democracia; eliges entre opciones limitadas, porque lo que se puede hacer es limitado, los recursos son limitados y tú tienes que llegar a acuerdos. Ese descenso a lo concreto es una cosa que a mí me parece muy urgente.
En un momento del libro dice, tras una conversación telefónica con su madre en la que hace que afloren sus recuerdos, los de ella, cada vez más confusos, que «es mucho más real ese tiempo tan lejano que el presente confuso y desenfocado de ahora». ¿Cuándo empezó a hacer memoria familiar, por qué, de qué le ha servido?
Eso fue llegando. Este libro nace de una manera muy espontánea, nace de un diario, va saliendo. El libro va sucediendo según van llegando las cosas. Yo escribía y hablaba por teléfono con mi madre. Llamaba a mi tío, para que me diera consejos sobre los tomates, y él me hablaba de su vida y eso me llevaba a recuerdos muy poderosos. Y fue así. El estado emocional en el que nos encontrábamos todos hacía que fuera mucho más fácil, todo eso llegaba con mucha más intensidad.
Y era mucho más reconfortante refugiarse en esos recuerdos. Ante la inestabilidad del presente buscabas el refugio del pasado.
Claro, porque el pasado también es un espejismo. Y mientras escribía también fue llegando la parte sombría del pasado, en parte a través de una psicología como la de mi madre. Cuando haces ficción tienes libertad para crear personajes; cuando haces no ficción tienes que crear un personaje que no puedes inventar.
Te enfrentas a la verdad de ese personaje.
Hay una responsabilidad ahí. El crear o el dibujar a mi madre, a mis abuelos, a mi padre… eso tiene un componente en parte melancólico, pero tienes que conseguir un equilibrio entre la lucidez y la compasión. Hay una cosa muy fea muchas veces que hacen los hijos con respecto a los padres o los jóvenes con respecto a los mayores que es el célebre ajuste de cuentas.
Pero en este libro no hay ni rastro de eso.
No, yo creo que lo que hay es piedad.
Y reencuentro, reencuentro con ellos.
Sí, sí, sí, y el considerar cómo ellos, las personas que son muy mayores, tienen muy presente su propia infancia. Que mi madre me contara esa historia tremenda, cuando le regalaron la muñeca de cartón, que se mojó, y no había tenido nunca una muñeca… Son cosas que dices…
Son cosas que para algunos, además, resultarán increíbles, pero que son de anteayer en este país.
No, claro, claro que sí. Esas heridas que quedan en la memoria. Son las vidas de la gente trabajadora, de la gente humilde, son vidas que no se cuentan muchas veces.
Y que no pasan a la historia.
Claro. Hay una responsabilidad. Tú sabes que este trabajo es muy incierto, y para mí es más incierto según me hago mayor. Es decir, no sabes, no sabes lo que estás haciendo, no sabes si lo que haces está bien, si es bueno, si has hecho todo lo que podías… Puedo tener cierta tranquilidad de que he dejado un testimonio, he contado lo que he visto con la máxima atención y he contado también lo que otros me han contado.
¿Y qué pasará cuando esa memoria familiar, la suya y la de una determinada generación de españoles, desaparezca?
Bueno, quedará en la memoria. Si yo he escrito esto, alguien podrá saber cómo era esa vida, igual que yo he podido saber cómo era la vida de una niña de clase humilde en 1935 porque mi madre me lo ha contado. Hay una cadena de transmisión de la experiencia.
Y es importante que esa cadena no se rompa, no se interrumpa.
Sí, sí. Además, es una cadena viva.
Pero muy frágil.
Claro que es muy frágil. Dejar constancia de eso, de cuántas cosas había que eran terribles y que por fortuna luego han desaparecido. Porque tú has dicho la palabra refugio, y es verdad, el refugio tiene un peligro, y el peligro del refugio es que embelleces lo que no necesariamente fue bonito. Siempre corres el peligro de que el pasado lo estés tergiversando a la medida de tus intereses. Y para mí es importante recordar que junto a la belleza y la ternura que hay en los recuerdos del amor que uno ha disfrutado de niño está lo áspero y lo cruel, la crueldad cotidiana que había en muchas cosas, en el trato a los pobres, a los débiles, a los discapacitados, a los animales, la crudeza del trabajo… Ahora tenemos mucha más sensibilidad para todas esas cosas. Los que tenemos recuerdos de otros mundos anteriores tenemos la conciencia de la necesidad de dejar constancia de cómo era el mundo, pero también tenemos que abrir los ojos y contar que muchas cosas que ahora parecen normales y cotidianas no lo eran hace nada. Yo he vivido en un mundo en el que una mujer no tenía existencia jurídica.
Ni podía abrir una cuenta en un banco.
Exactamente. Entonces, yo tengo que contar eso.
Porque lo que no se cuenta no se sabe.
Exactamente, y para saber cómo las cosas han cambiado muchas veces para mejor, porque si no te conviertes en una especie de quejumbroso. Yo tengo la obligación de contar que cuando yo era niño en las escuelas te pegaban con crueldad, sin necesidad, y que los padres tenían la potestad de pegar a sus hijos.
Sí, pero fíjese que hasta hace bien poco ser homosexual era un delito en España, y ahora, precisamente, estamos viendo cómo están aumentando los delitos de odio en ese sentido en nuestro país...
Claro, es que tienes que estar en guardia permanente para defender los valores fundamentales, valores que hace nada no se respetaban y que aunque ahora parezca que están aceptados siempre están en peligro. Eso es una cosa fundamental, y ahí debe estar el trabajo del escritor. Generalmente se considera escritor al que escribe libros de ficción, pero escritor somos todos los que escribimos, los que contamos el mundo con palabras. Yo soy tan escritor cuando hago un reportaje o una entrevista como cuando escribo una novela, igual que tú. Se puede cambiar a mejor y este país nuestro ahora es mucho mejor que lo que era hace cincuenta años.
Durante el encierro la lectura fue su «dedicación más asidua», según confiesa. ¿Qué papel desempeñó durante ese tiempo la escritura?
Tremendo. Yo siempre he escrito de manera intermitente diarios, me gusta mucho hacer ese ejercicio. Lo que yo escribo depende mucho de la herramienta que tenga. Me gusta comprar cuadernos en tiendas de artistas, en tiendas de arte, en Portugal hay unos cuadernos extraordinarios. Tenía unos cuadernos grandes de la época de Nueva York, y esas hojas tan grandes parecía que te animaban a escribir de otra manera y, también, a pegar cosas; yo pegaba titulares, artículos, recortaba siluetas de gente con mascarilla… Eso se convirtió en una dedicación absorbente. Yo decía: no paro de escribir… Fue una cosa muy natural. La escritura formaba parte de las tareas cotidianas, del modo en que organizabas la vida para vencer la negrura.
«Comprar libros en una librería es un acto de militancia», reflexiona el 14 de mayo, primer día en más de dos meses en el que va a una librería.
Claro.
¿Y por qué hay tan poco militante en la causa de la cultura?
Bueno, en España hay más que en otros sitios. Hay un problema que es el de la consideración pública de la cultura. En España también hay un contraste entre un público lector que es muy fiel y una falta de atención pública. Acuérdate, al principio, el ministro de Cultura que había entonces que llegó a decir que…
Que la cultura no era una prioridad, dijo literalmente.
¡Dijo literalmente! Tú veías que en Francia, en Alemania, las ayudas a los artistas, a los libreros… Ese es otro problema español, la falta de conciencia pública del valor de la cultura, no ya como bien espiritual, sino como factor de riqueza económica. En la UE la industria cultural crea más puestos que la del automóvil. Y más en un país como este, con un patrimonio como el que tiene y un idioma como el que tiene. Cuando hay otra lección que hemos aprendido, y es que un modelo económico como el nuestro, basado en el turismo de masas y los bares no se sostiene. La cultura es un factor, por decirlo en términos antipáticos, estratégico. Pero hay una tradición tan antigua en España de negligencia pública… Lo asombroso es que a pesar de todo haya lectores, sobre todo lectoras.
La última pregunta: ¿es optimista?
Soy optimista y soy pesimista, soy las dos cosas. Yo soy muy aficionado a la Historia, soy muy lector de libros de Historia, me apasiona. Hay circunstancias históricas en las que se ha reaccionado admirablemente y se ha salido de situaciones que parecían imposibles, y otras en que se ha optado por el error o por el disparate. El mundo que tenemos ahora se basa en que después de la Segunda Guerra Mundial los antiguos enemigos decidieron reconciliarse. Cuando terminó, una serie de personas con una lucidez extraordinaria decidieron que había que hacer otras cosas, que había que crear instituciones como las Naciones Unidas, como los primeros conatos de Unión Europea… Estados Unidos hizo el 'Plan Marshall'. De la Primera Guerra Mundial se salió de tal manera que la segunda era inevitable casi, la Primera Guerra Mundial se planteó como una venganza contra Alemania. Yo me acuerdo perfectamente de la incertidumbre que había antes de que muriera Franco y tantas cosas pesimistas que se decían, y se construyó un sistema, con muchísimos defectos, pero un sistema que sirvió para tener una vida bastante mejor y para tener una experiencia democrática sostenida y duradera durante casi medio siglo. Entonces, las cosas pueden ir en una dirección o pueden ir en otra, y todo depende de la capacidad de racionalidad de los seres humanos. Dice Antonio Machado: «No está el mañana ni el ayer escrito». Hay cosas que son indicios que dan lugar a un cierto optimismo y hay otras como la crisis climática o las tensiones políticas que hay en el mundo… Qué sabemos… Predecir es absurdo.
Quedémonos con las certidumbres.
Sí, con las certidumbres y con la conciencia de que hay muchas cosas que no sabemos. Ese es un acto de humildad escéptica y racional.
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