Jaime de Armiñán: «Las subvenciones al cine ya existían en la época de Franco»
La Academia de Cine le ha otorgado al escritor y director cinematográfico el Goya de Honor en reconocimiento de toda su trayectoria

Quizá porque por las venas de Jaime de Armiñán corre sangre de políticos (su abuelo paterno fue ministro de José Canalejas; su padre, gobernador civil durante la República) y artistas (su abuelo materno, escultor y dramaturgo; su abuela y su madre, actrices ), él ha sido un escritor de teatro, televisión y además director de cine , novelista y memorialista cuya obra nos permite comprender los grandes cambios que llevaron a la reconciliación de los españoles. Este año le han concedido el Goya de Honor por toda su trayectoria.
-Aunque estudió Derecho y primero escribió obras de teatro, enseguida se convirtió en uno de los pioneros de TVE
-Entré casi por casualidad en Paseo de la Habana. Y de «negro». Habían contratado a mi mujer, Elena Santonja, para hacer una magazín que se llamaba «Entre nosotras». El jefe de programas era José Luis Colina y Berlanga le dijo: «Lo ideal sería que Jaime escribiera los guiones, pero sin firmarlos». Luego me volvieron a llamar para hacer un programa infantil: «Érase una vez», aunque a los niños no les gustaban mis cuentos. Allí empezaron algunos actores como José María Prada, Chus Lampreave, Agustín González, María Fernanda D’Ocón, mi cuñada Carmen Santonja, que luego formaría el gran dúo Vainica Doble con Gloria van Aerssen (y que tantas canciones realizarían para mis programas).
-El éxito no se hizo esperar.
-Llegó con una serie que hice con Adolfo Marsillach: «Galería de maridos», que se continuó con «Galería de esposas». En aquellos programas también trabajaba Amparo Baró, una actriz maravillosa y una persona fantástica. Y se unieron grandes actores como Fernando Rey, Antonio Ferrandis, los hermanos Gutiérrez Caba: Juliguti, Ireneguti y Emiliguti; o Fernando Fernán Gómez, a quien luego logré que readmitieran en TVE porque lo habían echado por apoyar el famoso Contubernio de Múnich.
-Sería imposible enumerar todas las series de aquellos años, pero una producción destaca especialmente: «Historia de la frivolidad» (1968).
-La hice con Chicho Ibáñez Serrador y ganó la Ninfa de Oro del Festival de Montecarlo y además la Rosa de Oro de Montreux. La idea había sido de Adolfo Suárez y de Juan José Rosón, que querían proyectar una imagen de España más moderna en el extranjero: «¡Queremos algo que sorprenda», nos pidieron. «¿Y qué podemos hacer?», nos preguntábamos Chicho y yo. Y se nos ocurrió hacer una… ¡Historia de la censura! Aunque pensábamos que eso no iba a pasar nunca, Adolfo nos dijo que no nos preocupáramos. Y le cambiamos el título. Aun así, al censor de TVE no le gustó nada aquella sátira y amenazó con dimitir. En fin, la condición del festival era que el programa se hubiera visto antes en la televisión de origen, y se las ingeniaron para emitirlo después de medianoche, sin anunciarlo y tras el Himno Nacional, para que no lo viera nadie.
-Debuta en el cine con Marisol en «Carola de día, Carola de noche» (1969), película que no funcionó, pero después logra triunfar con «Mi querida señorita» (1973). ¿Cómo pudo torear a la censura una apuesta tan atrevida?
-Eso también me lo pregunto yo. Creo que la censura no se enteró de qué iba esta película que escribí con José Luis Borau. Nada más sufrió un corte. Mónica Randall interpretaba a Feli, una vecina, putita lista y sagaz que recibe a José Luis López Vázquez en su casa para hacer el amor (después de que su personaje, Adela Castro, ya se ha convertido en Juan). Él se está quitando los zapatos mientras Mónica se desnuda al fondo del fotograma y se le ve el pecho no más de dos segundos. Bueno, pues eso es todo lo que cortó la censura. ¡Una tontería!
«Cukor le dio a López Vázquez un papel escrito especialmente para él»
-López Vázquez cautivó a Hollywood con ese personaje, ¿verdad?
-Fue una interpretación enorme: no sabías si era hombre o mujer. A George Cukor le maravilló tanto que le propuso un contrato durante dos años sólo para que aprendiera inglés. Pero él rechazó la oferta porque trabajaba mucho y ganaba muy buen dinero en España. Y Cukor le dio un papel en «Viajes con mi tía» especialmente escrito para él, pues el personaje no sabía inglés.
-Después realiza «El amor del capitán Brando» (1974), otra apuesta de riesgo.
-Ahí sí hubo mucha guerra con la censura. Fernán Gómez interpretaba a un republicano que ha vuelto a España y Antonio Ferrandis al alcalde del pueblo, que hablaba como Franco, pues yo había escogido fragmentos de discursos suyos muy reconocibles, sabiendo que los iban a quitar. En realidad, Juan Tébar (coguionista) y yo le poníamos cebos para que dejaran otras cosas. La madre de esta película era otro proyecto que nunca llegó a cuajar, porque trataba de las huelgas estudiantiles de la época. Me dijeron que ni se me ocurriera… Como pequeña venganza en «El amor…» hay una huelga, pero de niños, claro.
-Ha tenido siempre muy mala suerte en Hollywood, porque el año de «Mi querida señorita» también competía Luis Buñuel con «El discreto encanto de la burguesía»… Tampoco pudo ser en 1980 con «El nido».
-Bueno, en 1973 yo sabía que si iba Buñuel no había nada que hacer. Pero fui y me lo pasé divinamente. Conocí a Cukor, a Billy Wilder, a Rouben Mamoulian, a George Stevens y a Alfred Hitchcock. Fue maravilloso. Los mismos que le habían hecho un homenaje a don Luis, ya sabe, el de «Los chicos de la foto». Pero el caso de «El nido» fue muy distinto.
-¿Por qué?
-Aquel año se presentaban François Truffaut con «El último metro en París» y Akira Kurosawa con «Kagemusha». Eran dos filmes que iban con mucho poder y dinero promocional detrás. Un par de días antes me dijeron que «El nido» podía ganar porque esas dos grandes películas se anulaban entre ellas. Al final, el Oscar se lo llevó una película soviética: «Moscú no cree en las lágrimas». Era un bodrio americanófilo, pero a la Academia le interesaba mucho, por lo visto, que ganara, por las razones políticas que fueran, aunque luego los rusos no dejaron a su director, Vladimir Menshov, que recogiera el premio.
-Hoy ya no hay censura, sino toda la libertad para hacer cine o teatro, pero bien parece que sin ayudas del Estado resulta casi imposible. ¿Qué piensa de las subvenciones?
«Defender la excepción cultural de nuestro cine es una de las obligaciones del Estado»
-Creo que defender la excepción cultural de nuestro cine es una de las obligaciones del Estado. Proteger el cine y al teatro, porque esta subida que han hecho del IVA también lo ha dejado tocado. Y hay una cosa que aclararle a la gente. Las subvenciones no son un invento de los socialistas, ya las había en la época de Franco: «Locura de amor», «El clavo» o «La tía Tula», que no era precisamente una película franquista ya en los años sesenta, fueron subvencionadas, por no hablar de las primeras películas de Carlos Saura. Igual que las de Berlanga, como la espléndida «Plácido», que primero se llamó «Siente a un pobre a su mesa», título que no fue aceptado. En fin, todas estaban muy bien subvencionadas.
-En 1989, vuelve otra vez a televisión y nos regala «Juncal», serie de ambiente taurino que protagonizó Paco Rabal y que obtuvo un enorme éxito.
«Yo nunca prohibiría los toros porque sería una traición»
-Yo incorporé a esa serie toda una vida junto a una familia de toreros: los Bienvenida. Yo he oído hablar a Manolo Bienvenida, el Papa Negro, cientos de veces; y a Antonio, igual; y a Ángel Luis, últimamente. Sobre todo a Ángel Luis, que era como mi hermano. Me salí de todos los tópicos del cine taurino. Pero no podía haberlo hecho sin el Papa Negro, aunque el personaje de Paco Rabal no está inspirado en él. Todo lo contrario. Pero sí en el lenguaje de Manolo, de Ángel Luis, de Antonio y de Pepe Bienvenida. Juncal podía haberla escrito cualquiera de ellos.
-¿Qué piensa del acoso a la Fiesta en Cataluña y el País Vasco?
-Un horror. Aunque en el País Vasco es distinto, porque los toros en Bilbao están muy arraigados. Y qué pasa en Navarra, ¿podrán quitarle a Pamplona los sanfermines? Creo que la Fiesta se acabará quizá porque la afición está desapareciendo en las familias. Ahora bien, en México, en Perú o en Colombia no va a ser tan fácil. Ni en Andalucía. Yo tampoco creo que los toros tengan que ver con el arte: no son cine, pintura, música o literatura. Son otra cosa, pero muy nuestra. Yo nunca los prohibiría porque sería una traición.
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