Lee Friedlander: Un encuadre perfecto para los tiempos de la pandemia

No puede ser más pertinente la exposición de Lee Friedlander en estos momentos que vivimos y en los que la cultura es algo que nos impulsa a respirar y a repensarnos. En los que cada momento, compartido como si fuera una instantánea difícil de lograr, cuenta . Sobre todo cuando sabemos lo que ha costado reunir estas imágenes.

La muestra que debía haberse inaugurado en mayo pasó una odisea de confinamientos y falta de vuelos entre San Francisco, Nueva York y Madrid, vía Londres y París , si sumamos otras exposiciones que Mapfre estaba produciendo. Pero había que lograrlo. Nadia Arroyo, directora de cultura de la fundación, sabe el buen trabajo desplegado para que podamos disfrutar con seguridad, en época de aforos reducidos y distancia social, de intimidad con todas estas obras. ¿Cuántos vendrán?

En los comienzos de Lee Friedlander suena música de jazz , una de sus pasiones. Contratado por Atlantic Records para fotografiar a las grandes figuras de la época dorada -Miles Davis, Aretha Franklin, Sarah Vaughan, Duke Ellington...- , realizó más de trescientas portadas de álbumes para el sello. Pero cuando iba a trabajar siempre traía otras fotos que cazaba, más de su gusto, algo jazzeras porque eran «improvisadas», con las bandas dormitando en autobuses, acarreando instrumentos, en polvorientas habitaciones de hotel.

Esa caza de imágenes para sí, de momentos que revelaba y guardaba por placer, por ver adónde le llevaban, no paró cuando trabajaba para «Sports Illustrated» y otras revistas. Allí conoció a María, la que sería su esposa , la que todavía lo es. El catálogo incluye una larga entrevista con ella, maravillosa, en la que asistimos de primera mano al asombro con el que su obra fue creciendo. El mismo que sintió cuando vendió su primera fotografía por 25 dólares. ¿Quién iba a decir que se venderían? Era de una serie, «Nashville, 1963», en las que la televisión, nuevo miembro de la familia, posa de forma original para el fotógrafo entre los muebles y los enseres, la ropa y las molduras más modestas del sueño americano. María es, además, protagonista de algunos de sus mejores retratos, donde el amor conjuga el tiempo, y viceversa, ante la cámara.

De Kennedy a Donald Trump , que también sale en un cartel de 2012, su cámara no ha parado de hacer lo mismo. Sus fotos no han dejado de revalorizarse, en las revistas, en las colecciones, en los museos. Su indagación no le ha dejado detenerse jamás. Hasta dibujar la obra de un mirón original. Primero con encuadres agresivos, cortantes, luego con la capacidad de crear puzles: «Consigue hacer unas composiciones que parecen casi como un puzle o un collage, todo tiene su presencia y un interés, si quitamos alguno de ellos la fotografía se cae», explica Carlos Gollonet, comisario de la muestra. Contra la teoría de Henri Cartier-Bresson del «instante decisivo», Friedlander impone la idea del «encuadre preciso».

Hay que pararse delante de estas fotografías para poder contemplar los detalles, cómo cada década va aportando nuevos hallazgos técnicos que le permiten ir más allá . De los paisajes urbanos de los sesenta a los contenedores de los dos mil, los rascacielos nunca están solos, los anuncios y las personas conviven con cables, semáforos, cabinas telefónicas y sombras que proyecta la tarde. También paisajes desde el coche, puesto que una de sus más largas series es la de «America by car» .

Visitará paisajes, a hombros de gigantes, los grandes fotógrafos del XIX norteamericano, y lleva su mirada limpia a los encuadres que permiten descubrir delicadas tramas en la maleza, nieve intacta en primer plano, con la grandiosidad del paisaje americano al fondo. Esa mirada tendrá reflejos en sus paisajes de Japón. También visitó España, dejó instantáneas de Burgos, Barcelona, Madrid, Málaga.. . Siempre originales, siempre fidedignas.

Es la vida que otorga a los retratos tal vez lo más impactante de su trabajo. Amigos, como Garry Winograd o Diane Arbus, otros anónimos, que reciben igual tratamiento . Deja claro que lo importante es la imagen, no la fama (¡en estos tiempos de selfies!). Y cuando retrata a la familia eso le permite un encuadre muy preciso sobre el paso del tiempo, ese puzle que nunca sabemos cómo completar.

Sus imágenes podrían ser tomadas como fotos fallidas desde la tradición, dice el comisario en el catálogo. Pero rompen la frontera entre lo bello y lo feo, es en esos instantes imperfectos donde la vida, hoy más difícil detrás de la mascarilla y el miedo, tiene aún que florecer.