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Eduardo Chillida, diez años sin el constructor de silencios

La huella del escultor español más universarl es imborrable, aunque su jardín de hierro esté cerrado al público

Eduardo Chillida, diez años sin el constructor de silencios abc

itziar reyero

Eduardo Chillida solía decir que la escultura no existe sin el vacío , de la misma forma que tampoco la música lo sería jamás sin el silencio. De ahí que sea en la ausencia física del escultor vasco cuando su presencia artística se revela aún más imponente. Inquebrantable al paso del tiempo y del espacio, aquel que sus manos de portero de la Real Sociedad y de joven estudiante de Arquitectura se ocuparon de forjar, Chillida ha dejado una estela de creación inmortal que trasciende lo académico y ocupa su sitio en el imaginario colectivo universal.

Hoy, cuando se cumplen diez años de su desaparición, familiares y amigos le rinden homenaje en Chillida-Leku velando por que la «utopía», el sueño anhelado de sembrar un bosque de hierro , vuelva a abrir sus puertas al gran público más pronto que tarde. Será un brindis poético al hombre y al genio, al que las gentes de la cultura han dedicado «100 palabras para Chillida», glosadas en un recopilatorio impulsado por su hija Susana.

Allí, bajo el magnolio donde descansa junto a Joaquín, jardinero y amigo inseparable, el maestro es testigo privilegiado de su huella imborrable. El espíritu de este genio del Renacimiento tardío, prolífico y polifacético, conduce al observador al encuentro de sus gigantes, en esa búsqueda infinita del hombre por la esencia de lo que nos rodea . La pregunta martillea a cada paso. ¿Cómo es posible que Chillida-Leku, el lugar donde la creación de nuestro escultor más nombrado cobra todo su sentido poético, no halle una solución para su reapertura?

«Soy como un árbol»

«Yo quiero que mi obra quede aquí», determinó el artista al adquirir, junto a su mujer, Pilar Belzunce, el caserío Zabalaga de Hernani en el año 1983. «Soy como un árbol, con las raíces en un país y las ramas abiertas al mundo» , se decía el Premio de la Bienal de Venecia en 1958. Y un feliz día del año 2000, cuando la enfermedad amagaba ya con dejarle sin memoria, aquellas fértiles campas de Chillida-Leku se convirtieron al fin en bosque animado. Pero una década después, en enero de 2011, la familia, que desde un principio llevó las riendas de un modelo de gestión privada deficitario, tomó la dolorosa decisión de poner vallas al campo de los sueños del artista tras lanzar sucesivos aldabonazos a las instituciones, a las que siempre han requerido una mayor implicación y esfuerzo para preservar el legado de uno de los grandes autores españoles del siglo XX.

«Chillida-Leku no está cerrado, pero lo que no podíamos hacer era mantener un museo como un servicio público», aclara Luis Chillida, hijo y hasta ahora director del centro, que continúa recibiendo a estudiosos, coleccionistas y entusiastas de su obra venidos de todo el mundo. Luis, junto a sus siete hermanos, asume el deber moral de defender la casa del padre y cultivar su obra, tan prestigiada en Alemania, Estados Unidos o Asia.

Lo cierto es que, año y medio después, no se vislumbra ninguna salida y los contactos entre familia y Gobierno Vasco están bloqueados . «No hemos perdido nunca la esperanza de reabrir, pero queremos una solución de futuro para garantizar que aquello en lo que trabajó el aitá los últimos veinte años de su vida permanezca donde y como él quiso», señala el hijo, sin ocultar tampoco que la profundidad de la crisis actual amenaza todo intento de arrimar dinero público a la cultura.

En Chillida-Leku descansa una parte importante de la obra de este creador insaciable, que forma parte del paisaje natural de ciudades como Berlín, París, Múnich, Madrid, Houston o su querida San Sebastián peinada al viento. El déficit del museo movió a la familia a subastar doce piezas en Florida a finales de 2010, las primeras desde la muerte del artista. Aunque asegura que aquello fue puntual –«la venta de obras no es prioridad»– , Luis Chillida constata el enorme tirón de su apellido en el mercado del arte, y que hace que al caserío de Hernani le hayan salido numerosas «novias» en forma de inversores extranjeros.

Un soñador

«Chillida fue un grandísimo soñador. Algunos proyectos quizá fueran utópicos, como la propia Tindaya –reconoce Luis–. Pero nuestra responsabilidad es cuidar de su legado para que se perpetúe». Se refiere así al otro gran sueño inacabado del artista, que visionó el vacío interior de una montaña sagrada de Fuerteventura , y que acabó convirtiéndose en pesadilla, con líos judiciales y contestación de los ecologistas.

«Chillida queda en nosotros y quedará en las generaciones sucesivas»

Un cuarto de siglo después, y solventada la declaración de impacto medioambiental, Tindaya sigue parada a la espera de encontrar una empresa que realice la obra a cambio de su gestión futura. Otra vez la maldita crisis . «Prisa ya no hay, porque el aitá no está, pero lo que se haga debe hacerse bien», señala Luis, que destaca la enorme vigencia de Chillida diez años después. «Nuestro padre sigue presente. Incluso nos cuesta hablar de él en pasado. Fue un ejemplo. No es tal el vacío… Chillida queda en nosotros y quedará en las generaciones sucesivas», concluye Susana.

Chillida en el almacén del Reina Sofía

En el décimo aniversario de su muerte, sorprende la falta de una programación específica sobre la obra y figura de Chillida en los principales museos de arte contemporáneo españoles. Han sido los hijos del artista donostiarra, referente del arte español del siglo pasado, los que han impulsado su propio plan de actividades en 2012, que incluye exhibiciones internacionales en Alemania, Francia y Reino Unido.

En España, los hitos expositivos se limitan a una doble muestra en Menorca, donde fijó su residencia estival, y otra exposición en el Museo ABC , donde este otoño podrá verse una colección con sus logos e ilustraciones. La familia no oculta su decepción por el escaso interés mostrado por instituciones como el Reina Sofía , que ya albergó una antológica del escultor vasco en 1998, pero que este año no ha previsto ningún guiño a Chillida para conmemorar su efeméride. «Si le soy sincera, no lo puedo entender», concede Susana Chillida, hija del artista. «Una cosa es que no tengas obras, pero en este caso el Reina Sofía tiene verdaderas maravillas de nuestro padre, joyas de valor incalculable que no están expuestas al público. Ahora mismo solo hay una pieza visible. Comprendo que quien dirige el centro es libre de decidir, pero creo que Chillida no está bien representado. Y desde luego, no se merece que lo tengan en un almacén».

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