Cuando Pina acunó a Manuela
POR MARTA CARRASCO
He querido una y otra vez enjaretar palabras para decir lo que siento, sin poder. Al final empiezo a escribir desordenadamente. He llamado a los amigos. José Luis Rivero, director del Auditorio de Tenerife, me contesta: «Estoy en el aeropuerto con Baryshnikov ... y no se lo puede creer. Vamos a brindar por Pina». Eva Yerbabuena no puede en su llanto y desconsuelo: «Ha muerto, ¿cómo es posible?...»
Precisamente fue con Eva Yerbabuena con quien conocí a Pina Bausch hace unos años, en el Festival que dirigía en Düsseldorf. Yerbabuena había montado un fragmento de la obra de Pina «Nefés», y mi encuentro con Pina no fue glamouroso: la ví comiendo spaguetti en una calle de Düsseldorf, sola, sin «corte» alrededor. Yo iba con Manuela, la hija de Eva, y la niña se echó a las rodillas de Pina. Ella, dejando su plato, la acunó en sus brazos y me comenzó a hablar. Yo sabía que estaba delante de un mito, aunque luego comprendí que ella no conocía el significado de esa palabra.
Pina era así. Era la ternura personificada, la discrección absoluta. Venía a Andalucía de vacaciones. Se alojaba en un pequeño hotel de Carmona, el Alcázar de la Reina, en una habitación desde la que se veía la Vega. Ella y su marido, Ronaldo Kay, el poeta chileno, su compañero.
Aquella noche del primer encuentro, tras la actuación en la Ópera, fuimos a la Casa de la Danza de Dusseldorf, y cuando la noche se había más que estrenado, Eva le bailó a Pina en pequeño formato, sólo diez personas. Era algo de Eva para Pina. Aún recuerdo su cara, iluminada, blanca y con sus ojos generosos, mirando a Yerbabuena y haciendo compás con sus largas manos.
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