Primer genoma de un antiguo egipcio: llegó a los 60 años, tenía artritis y pudo trabajar como alfarero
La muestra de ADN más antigua de Egipto revela que el individuo, que vivió hace unos 4.500 años, estuvo emparentado con pueblos antiguos del oeste de Asia
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Iniciar sesiónUn equipo del Instituto Francis Crick y la Universidad John Moores de Liverpool (LJMU) ha logrado secuenciar el primer genoma completo de un individuo del Antiguo Egipto. Se trata de un varón de unos 60 años, una edad muy avanzada en esa época, que vivió ... hace entre 4.500 y 4.800 años, en el advenimiento del Imperio Antiguo, momento en el que se construyeron las primeras pirámides. La muestra de ADN, la más antigua de Egipto, revela que el individuo estaba emparentado con pueblos del creciente fértil, un área de Asia Occidental que abarca los actuales Irak, Irán y Jordania, lo que confirma las fuertes conexiones entre ambas culturas durante milenios. Además, los estudios del esqueleto también permitieron a los científicos reconstruir la vida de este hombre: las marcas de sus huesos indican que ejercía un trabajo duro, probablemente como alfarero.
Obtener ADN del Antiguo Egipto no es tarea fácil. Aunque ingenuamente pueda parecer que las momias son una buena fuente, en realidad, los tratamientos a los que se sometieron y el calor de la región dificultan la recuperación del delicado material genético. Sin embargo, el entierro de este individuo ocurrió antes de que la momificación artificial fuera una práctica habitual. Sus restos fueron colocados en una gran vasija de cerámica en una tumba excavada en la roca, un entorno de temperatura estable que probablemente contribuyó a la inusual preservación del ADN. Este hecho, unido a la mejora de la tecnología, permitió al equipo lograr la hazaña a partir de un diente.
«Es un logro notable, ya que hasta la fecha solo se disponía de tres genomas parciales de períodos más recientes», explica Adeline Morez Jacobs, investigadora de la John Moores y primera autora del trabajo que este miércoles publica la revista 'Nature'. El esqueleto fue excavado en 1902 en Nuwayrat, un pueblo a 265 km al sur de El Cairo, por el arqueólogo británico John Garstang. Fue uno de los ocho de lo casi mil que desenterró donados por el Servicio de Antigüedades Egipcias durante el dominio británico y se conserva en el Museo Mundial de Liverpool.
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Al analizar el código genético del individuo, los investigadores demostraron que la mayor parte de su ascendencia se relacionaba con individuos que vivieron en el norte de África, por lo que desciende principalmente de la población local. El 20 % restante podía rastrearse hasta el creciente fértil, en particular en Mesopotamia (aproximadamente el actual Irak). Este hallazgo constituye la evidencia genética de que esas personas se trasladaron a Egipto y se mezclaron con las poblaciones locales en esa época, algo que anteriormente solo era visible en artefactos arqueológicos.
«Es muy interesante porque sabemos que ambas culturas se influyeron mutuamente durante milenios. El primer sistema de escritura surgió casi simultáneamente en ambas regiones», apunta la investigadora. «Esta red de ideas -prosigue- provenía de una compleja red de personas que se movían y se mezclaban entre ellas». Sin embargo, los autores advierten de que se necesitarían muchas más secuencias genómicas individuales para comprender plenamente la variación ancestral en Egipto en aquella época.
Sentado con los brazos extendidos
Pero quizás la parte más fascinante del trabajo sea la que se refiere a la historia de vida de este hombre. Al investigar señales químicas en sus dientes relacionadas con la dieta y el medio ambiente, los investigadores demostraron que probablemente había crecido en el valle del Nilo. Luego, utilizaron la evidencia de su esqueleto para estimar que se trataba de un varón que había alcanzado los 60 años, una edad provecta que podría equipararse a los 80 actuales. Sufría artritis y osteoporosis.
«Aunque su entierro sugiere que pertenecía a una clase social alta, sorprendentemente tuvo una vida increíblemente dura», afirma Joel Irish, profesor de Antropología y Arqueología en la John Moores. «Su esqueleto estaba notablemente deteriorado -continúa-. Además de los achaques normales de la edad, encontramos marcas que mostraban que realizaba un trabajo físico muy pesado«. Indicios en los codos sugieren que cargaba material muy pesado y los isquiones, la parte de la pelvis sobre la que nos sentamos, estaban exageradamente hinchados, lo que indica que se sentaba habitualmente sobre el suelo duro. Además, mantenía los brazos y las piernas extendidos durante largos períodos de tiempo, aunque se arrodillaba con frecuencia. Sufría una artritis severa en el cuello »por mirar mucho hacia abajo, como los adolescentes de hoy en día miran sus teléfonos móviles«.
Todo esto llevó al investigador a pensar que se trataba de un alfarero. «Es una conjetura, pero es el oficio que mejor encaja», dice Irish. Esta teoría se ve respaldada por el desgaste inusual en varios huesos de los dedos y el arco del pie derecho únicamente, lo que posiblemente guiaba un torno de alfarero. Este ingenio, que se inventó en Mesopotamia, llegó a Egipto aproximadamente en la misma época. Además, las marcas esqueléticas coinciden con las posiciones que adoptaban los alfareros, tal como se representan en las pinturas funerarias. «Dicho esto, no se espera que un artesano de clase alta reciba un entierro de este tipo. Quizás era excepcionalmente hábil o tuvo éxito en ascender socialmente», apunta.
El aspecto del hombre pudo ser recreado en 3D a partir del cráneo por los expertos de FaceLab, el laboratorio de la universidad que también reconstruyó el rostro de Ricardo III. Por el momento, no es posible establecer si este artesano tiene parientes vivos en la actualidad, 200 generaciones después.
«Han transcurrido cuarenta años desde los primeros intentos pioneros de recuperar ADN de momias sin lograr una secuenciación exitosa del genoma del antiguo Egipto« , recuerda Pontus Skoglund, jefe de grupo del Laboratorio de Genómica Antigua del Crick y coautor principal. El ganador del Premio Nobel Svante Pääbo fue uno de esos pioneros. Pero el nuevo trabajo »proporciona la primera evidencia genética de posibles movimientos de personas en Egipto en esa época».
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Irish sueña con obtener ADN de la momia del faraón Ramsés el Grande desde que vio su cuerpo en el Museo de El Cairo, pero reconoce que probablemente no sea posible. En trabajos futuros, el equipo espera secuenciar más genomas antiguos o seguir con la investigación para construir un panorama más amplio de la migración y la ascendencia en el antiguo Egipto en colaboración con investigadores egipcios.
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