No, los dinosaurios no estaban en declive justo antes del impacto que los mató
Un nuevo estudio revela que, justo antes del impacto que los extinguió, los dinosaurios no estaban ya de capa caída, sino que gozaban de una excelente salud ecológica. Eran fuertes, diversos y estaban prosperando hasta que, de repente, un evento cósmico puso fin de golpe a su larguísimo reinado
Así fueron las primeras horas de la extinción de los dinosaurios
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Iniciar sesiónHace 66 millones de años, el telón de la era Mesozoica cayó de la manera más violenta que pueda imaginarse. El impacto de un asteroide de más de 10 kilómetros de diámetro en la península de Yucatán, en efecto, selló el destino de tres ... cuartas partes de la vida en la Tierra, incluyendo a los dinosaurios, las criaturas que, durante 160 millones de años, dominaron el planeta por tierra, mar y aire.
Sin embargo, y a pesar de que el culpable último de su extinción está claro, el debate científico sobre el estado real de 'salud' de aquellas poblaciones justo antes del cataclismo persiste desde hace décadas. ¿Fueron los dinosaurios aniquilados de forma abrupta mientras aún estaban en pleno esplendor, o se encontraban ya en un prolongado y lento declive, provocado por otras causas y que los hizo especialmente vulnerables a la catástrofe?
Históricamente, la balanza se ha inclinado hacia la segunda posibilidad. Pero una nueva investigación, dirigida por Andrew Flynn, del Departamento de Ciencias Geológicas de la Universidad Estatal de Nuevo México y recién publicada en 'Science', acaba de arrojar luz sobre el último capítulo de la vida de los dinosaurios. Cuando cayó el meteorito no estaban ya de capa caída, sino que gozaban de una excelente salud ecológica. Estaban vivos, eran diversos y estaban prosperando hasta que, de repente, un trágico evento cósmico puso fin de golpe a su larguísimo reinado.
La pieza perdida del puzle
Hasta ahora, la mayor parte de los datos bien datados y robustos sobre las faunas terrestres que existían inmediatamente antes y después del impacto, el límite Cretácico-Paleógeno (K-Pg), procedían casi en exclusiva de una única región: el norte de la Gran Llanura de Norteamérica, fundamentalmente de la famosa Formación Hell Creek. Este yacimiento, que se extiende a lo largo de Montana, las Dakotas y Wyoming, ha sido siempre una ventana inigualable para estudiar especies icónicas como el Tiranosaurio Rex o el Triceratops.
Pero resulta obvio que basar una conclusión global en el estudio de una sola región puede dar lugar a problemas. Es como intentar diagnosticar la salud de todo un país estudiando solo lo que ocurre en uno de sus pueblos. En el nuevo estudio, Flynn y sus colegas han subsanado esa carencia y han centrado su mirada en un lugar a unos 1.500 kilómetros al sur de Hell Creek: el 'Miembro Naashoibito' de la Formación Kirtland, en Nuevo México. La zona ya había arrojado fósiles en el pasado, pero su datación ha sido siempre controvertida, lo que ha hecho que sus tesoros paleontológicos no sean del todo fiables y no puedan usarse para determinar el estado de las poblaciones justo antes del impacto. De hecho, se consideraba que eran más antiguos, puede que del Maastrichtiense temprano o medio.
Pero eso ha cambiado gracias al uso de la datación radioisotópica y la magnetoestratigrafía, técnicas que permiten fechar rocas con una precisión espectacular usando elementos como el uranio y el plomo o los cambios en el campo magnético terrestre. Avances que han permitido a Flynn y su equipo demostrar que las capas de Naashoibito se depositaron precisamente entre hace 66,4 y 66,0 millones de años, lo que significa que los dinosaurios enterrados allí vivieron al mismo tiempo que los de Hell Creek, justo en los últimos cientos de miles de años antes del impacto.
Desmontando el mito del declive
La fauna de Naashoibito incluye especies distintivas y muy diferentes a las del norte, lo que ha permitido a los científicos construir un modelo ecológico mucho más completo que cualquiera de los anteriores. Y la conclusión es inequívoca: lejos de estar en declive, la diversidad de los dinosaurios era alta y, muy importante, seguía dividida en 'bioprovincias' (comunidades de organismos en un área) bien diferenciadas.
La del declive gradual es la hipótesis que ha dominado la paleontología durante años. La idea sostiene que los dinosaurios, tras alcanzar un pico de diversidad en el periodo anterior (Campaniense, entre 83,6 y 72,1 Ma), habían entrado en un proceso de empobrecimiento biológico durante el Maastrichtiense. El argumento principal era que Norteamérica, en lugar de albergar distintas faunas regionales (endemismo), como ocurría en el periodo anterior, se había vuelto homogénea.
El declive se veía así: si antes un gran herbívoro como el Triceratops era solo una especie entre muchas, cada una adaptada a un clima regional diferente, la homogeneidad del Maastrichtiense implicaba que las especies restantes eran muchas menos, estaban más dispersas y eran menos diversas funcionalmente. En esencia, según esa teoría el ecosistema de los dinosaurios se había vuelto frágil, como una red con menos hilos: si se rompe uno, todo el sistema colapsa con más facilidad. En otras palabras: en el Cretácico, el último periodo que los vio con vida, los dinosaurios eran ya unos auténticos 'muertos vivientes'.
Pero los nuevos datos de Naashoibito desbaratan esta visión, y confirman que los dinosaurios siguieron estando diferenciados regionalmente hasta el final. Es decir, que no había una homogeneidad empobrecedora. El sur de Laramidia (Nuevo México), en efecto, tenía su propia 'colección' de especies, distinta de la del norte (Hell Creek), y ambas prosperaban y mantenían su diversidad.
Todo lo cual lleva a los investigadores a una simple conclusión. Si efectivamente los dinosaurios hubieran estado en un declive lento, la catástrofe de Chicxulub no habría sido más que el 'último clavo' en su ataúd. Pero si por el contrario estaban sanos, y aún así se extinguieron, significa que ningún ecosistema terrestre, por robusto y diverso que sea, es capaz de resistir a un impacto de esa magnitud.
¿Meteorito o volcanes?
El debate sobre la extinción del Cretácico-Paleógeno (K-Pg) no solo gira en torno al estado de las poblaciones de dinosaurios, sino que se extiende también al papel que pudieron tener otros factores. Durante un tiempo, en efecto, la ciencia barajó la posibilidad de que la causa principal de la extinción no fuera el impacto en sí, sino el vulcanismo masivo de los Traps del Decán en la India. Estos volcanes protagonizaron una de las erupciones más voluminosas de la historia geológica, una que se prolongó durante 30.000 años y vomitó millones de km cúbicos de lava que cubrieron un área de más de 1,5 millones de km cuadrados (hoy reducidos a 500.000 km cuadrados debido a la erosión y a los movimientos tectónicos). El proceso, además, liberó incontables toneladas de gases tóxicos y alteró drásticamente el clima del planeta justo antes, durante y después del límite K-Pg. Un escenario, desde luego, lo suficientemente catastrófico como para ser tenido muy en cuenta.
Sin embargo, los modelos climáticos y ecológicos, especialmente en el ámbito marino, han demostrado de forma consistente que el asteroide fue el principal motor de la extinción. El impacto fue un evento súbito de destrucción ambiental a escala global: terremotos masivos, tsunamis, incendios globales y, lo más letal de todo, un 'invierno nuclear' que bloqueó la luz del Sol con polvo y hollín, paralizando la fotosíntesis y colapsando la base misma de la cadena alimentaria. El nuevo estudio, al certificar la vitalidad de los dinosaurios hasta el último momento, refuerza la idea de la extinción catastrófica y abrupta provocada por el meteorito.
Los dinosaurios, pues, no murieron por enfermedad, ni por falta de diversidad, sino a causa de un 'traumatismo cósmico' súbito y letal. Estaban en la cima de la vida, y la vida, como sabemos, es frágil.
¿Por qué es importante el estudio?
Hallazgos como este, capaces de corregir nuestras ideas sobre capítulos del pasado profundo de la Tierra, van mucho más allá de la mera fascinación por los fósiles. Como señala un artículo de Perspectiva en Science, que acompaña al estudio, el conocimiento sobre la fragilidad o resiliencia de los ecosistemas del pasado tiene una relevancia directa para la humanidad en el presente.
La Tierra se encuentra inmersa en lo que muchos científicos llaman la Sexta Extinción Masiva, impulsada esta vez por la actividad humana. Y el estudio de los ecosistemas actuales nos dice que las redes ecológicas empobrecidas son más propensas al colapso. Algo que es la base de la preocupación de los científicos ante la pérdida actual de biodiversidad.
Si la hipótesis del declive gradual de los dinosaurios hubiera sido cierta, podríamos haber extraído una lección, en cierto modo, de 'alivio': los dinosaurios murieron porque ya estaban débiles. Por lo tanto, si mantenemos nuestros ecosistemas sanos, quizá podríamos resistir una gran crisis ambiental futura.
Pero la nueva realidad es más inquietante. La demostración de que los dinosaurios estaban sanos, eran diversos y estaban bien adaptados cuando el asteroide impactó, y aun así se extinguieron, sugiere que la diversidad por sí sola no es una póliza de seguro contra el colapso. Y que un evento lo suficientemente extremo, ya sea un invierno de impacto o un cambio climático galopante y rápido, puede diezmar incluso a las comunidades biológicas más robustas.
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Al final de sus días, pues, los dinosaurios no eran gigantes tambaleantes y enfermos, sino criaturas vitales, vigorosas y en el apogeo de su diversidad. Pero eso, en última instancia, no supuso diferencia alguna frente a la fuerza implacable de la naturaleza.
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