Las primeras armas de hueso de ballena, fabricadas hace 20.000 años en el Golfo de Vizcaya
Los cazadores del Paleolítico superior aprovecharon los impresionantes esqueletos de los cetáceos varados en las playas para fabricar útiles. El mar Cantábrico, que tenía temperaturas polares, albergaba al menos cinco especies de grandes mamíferos marinos
Las ballenas vascas que pudieron cazar lo romanos
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Iniciar sesiónLos vascos se convirtieron en el siglo XVI en los grandes cazadores de ballenas. Su valor era legendario. Una vez avistaban el chorro del cetáceo, lo perseguían en sus chalupas a través de la gélidas aguas del Golfo de Vizcaya hasta clavar sus arpones. En ... cada partida se jugaban la vida. Pero ellos no fueron los primeros en sacar provecho de estos gigantescos mamíferos marinos en las costas del Cantábrico. La tradición de explotarlos se remonta a hace 20.000 años, cuando grupos de cazadores-recolectores, probablemente impresionados por el tentador tamaño de los animales varados en la arena, acudían a las playas para consumir su carne, su grasa y recoger sus huesos. Con ellos fabricaron herramientas y armas como puntas de proyectiles o lanzas. Algunas han superado el paso del tiempo y llegado hasta nuestro días.
Un equipo internacional de investigadores con la participación de la Universidad de Cantabria, la Autónoma de Barcelona, la de Oviedo y la de Salamanca y la Sociedad de Ciencias Aranzadi en San Sebastián, ha analizado un centenar de esas herramientas óseas encontradas en una veintena de yacimientos de entre 20.000 y 16.000 años de antigüedad situados en la cornisa cantábrica y el suroeste de Francia.
Con la ayuda de modernas técnicas como la espectrometría de masas, los investigadores han identificado las grandes especies de ballenas de las que provienen los objetos: cachalotes, rorcuales comunes, ballenas azules y ballenas de Groenlandia o francas (estas dos no se pueden distinguir con estas técnicas). La ballena franca, conocida también como ballena vasca, y la de Groenlandia ya solo se encuentran cerca del Ártico. Los autores también identificaron restos de ballenas grises, cuya población actual se limita principalmente al océano Pacífico Norte y al Ártico.
Aguas polares
El hallazgo, dado a conocer este miércoles en la revista 'Nature Communications', no solo muestra una actividad que era fundamental para las poblaciones del Paleolítico superior, sino que también refleja cómo era entonces el ecosistema del Golfo de Vizcaya, cuyas frías aguas alcanzaban temperaturas polares. «Sabíamos desde hace tiempo que allí había cachalotes y delfines, porque sus dientes han llegado hasta la actualidad, pero es la primera vez que se constata la presencia de grandes cetáceos con barbas», apunta a ABC Alenxandre Lefebvre, del grupo de I+D+i EvoAdapta de la Universidad de Cantabria.
«En esa época, poco después del último máximo glacial, el nivel del mar estaba unos 100 metros más bajo que en la actualidad. Las aguas eran más frías y las profundidades de los océanos también eran distintas. Eso tiene implicaciones en la ecología y la distribución de las especies en los océanos», explica Jesús Tapia, arqueólogo del Departamento de Prehistoria de la Sociedad Aranzadi, que estudia los restos de la cueva asturiana de Tito Bustillo, donde se encontraron tres de estos artefactos hechos con huesos de cachalote «y no descartamos que haya más».
«El paisaje de biología marina era entonces mucho más rico, propio de aguas polares, con ballenas que ahora se encuentran más al norte, bien por el cambio en las condiciones climáticas o porque hayan sido empujadas hasta allí por la caza y la explotación industrial», comenta desde el famoso yacimiento, donde se encuentra de expedición.
Lanzas y jabalinas
Según el investigador, «la creación de estas armas y herramientas era importante para estas poblaciones. Las producían de forma rutinaria y con procedimientos técnicos muy pautados, no era una tarea oportunista». Los hábitats litorales ya se explotaban para el consumo de recursos marinos, como los moluscos. «Una ballena varada tenía que ser un festín», añade. Y el tamaño de sus huesos, una oportunidad. «Las astas de ciervo y reno también les servían para hacer útiles, pero estos soportes de hueso eran mucho más grandes y gruesos. Con ellos fabricaban puntas de proyectiles, jabalinas, lanzas o azagayas, una especie de jabalina con propulsor», señala.
Estos objetos viajaban «como equipaje» con los grupos humanos, que eran nómadas y se trasladaban de forma estacional detrás de las manadas de animales para alimentarse. Es posible que intercambiaran los materiales o la idea de producirlos con otros grupos.
«Tras la última glaciación, la subida del nivel del mar inundó los yacimientos costeros. Por eso no tenemos muchos datos sobre cómo los humanos utilizaban los productos del mar», dice Lefebvre. «Las ballenas eran explotadas directamente en las playas, porque es difícil viajar con esos enormes fragmentos óseos. Pero las herramientas que hacían con ellos circulaban tierra adentro durante la vida de esos cazadores, de forma que incluso se han encontrado a 300 km de la costa», mantiene.
Lefebvre menciona un yacimiento excepcional, el de Santa Catalina en Lequeitio (Vizcaya), el único en el que se han encontrado más de 90 fragmentos de costillas y vértebras de ballenas. La cueva se alza ahora sobre el mar, pero entonces se situaba a 4 o 5 km. «No sabemos por qué llevaron esos huesos hasta allí -reconoce-, pero quizás querían recoger la grasa que llevan dentro, para quemarla e iluminar las cuevas o para tratar las pieles. Puede que también usaran las barbas»
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