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El invento que nació entre los barrotes de una cárcel

La necesidad es la madre de todas las invenciones y esto es lo que debió pensar William Addis, el inventor del cepillo de dientes moderno

Adobe Stock

Pedro Gargantilla

Desde la más remota antigüedad el Homo sapiens ha tratado de librarse del polvo, los excrementos, los parásitos, la suciedad… y demás incomodidades, recurriendo a todo tipo de argucias. En estas labores no descuidaron en ningún momento la higiene dental.

A finales de los noventa del siglo pasado el Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT) realizó una encuesta sobre cuáles eran los cinco inventos más importantes para los estadounidenses. En quinto lugar situaron al microondas, por detrás del móvil, el ordenador y el coche. El puesto de honor lo reservaron al cepillo de dientes.

Quizás lo que desconocían los encuestados es que el término “caries” es en sí mismo un latinismo, es decir, una palabra que se emplea de igual forma en latín. El primero en usarlo fue el médico romano Aulio Cornelio Celso, allá por el siglo primero después de Cristo, para referirse a cualquier zona ósea que entraba en “podredumbre”.

Y es que al principio las caries no eran un coto reservado a los dientes, no fue hasta el siglo diecisiete cuando se utilizó de forma exclusiva para referirse a la destrucción del marfil dentario por acción de la placa bacteriana.

Ese galeno recomendaba, además, rellenar los agujeros de los dientes con fragmentos de plomo para evitar que se llenaran con restos de comida.

De fracaso en fracaso…

También fue otro médico romano, Escribonius Largus, que vivió en el siglo I a. de C, el primero en utilizar el dentífrico. Básicamente, era una amalgama formada por polvo de piedra pómez, vinagre, miel y sal.

Si a pesar de usar esta pasta quedaban restos de comida entre los dientes, recomendaba recurrir al empleo de palillos y, en su defecto, al lentisco, una planta que mascaban los romanos a modo de chicles. Si a pesar de todo, los restos persistían podían ayudarse con plumas de ave, eso sí, que no fueran de buitre.

En el siglo XIX un médico inglés, John Lister, patentó el primer enjuague bucal de la historia, elaborado con fenol. Catorce años después otro médico, Joseph Lawrence, decidió darle un uso diferente, primero lo recomendó para tratar la gonorrea aplicándolo en la zona genital inflamada, luego para tratar los hongos de los pies… finalmente, y ante la falta de éxito, lo utilizó para limpiar los suelos.

El uso del fenol se habría quedado en el rincón del olvido sino hubiera sido por su hijo Jerry, que decidió emplearlo para tratar la halitosis. Decidió homenajear al verdadero descubridor del invento y rebautizarlo como “listerine”. Fue un verdadero éxito comercial que ha permanecido hasta nuestros días.

Un hueso de la cena

En 1780, William Addis acabó entre barrotes en una cárcel de Newgate a consecuencia de diversos avatares de la vida. Las horas de inactividad y desasosiego le hicieron preocuparse sobremanera por su higiene dental.

En aquellos momentos la forma tradicional de limpiarse los dientes era frotándolos con tela de lino mezclada con sal u otras sustancias. Addis debió pensar que en la cárcel la tela de lino no debía ser lo suficientemente antiséptica, por lo que decidió buscar un sustituto más higiénico.

Cierto día se guardó un hueso de la cena, se las ingenió para horadar en él pequeños agujeros, a los que acabó pegando unas cerdas que consiguió tras sobornar a uno de los guardias. Con todo ello elaboró el primer cepillo de dientes moderno. A la salida de la cárcel lo mejoraría y lo patentaría ganando una gran fortuna.

Palitos de miswak Wikipedia

Es cierto que no fue el primer cepillo dentífrico de la historia, para encontrarlo nos debemos remontar más de siete mil años. Fue el popular palo de miswak, que se obtiene de una planta -Arak o árbol del cepillo dental- y que todavía se sigue usando en algunos países asiáticos.

El miswak se emplea masticando su rama hasta deshilacharla y, a partir de ahí, se obtienen grandes penachos que contienen flúor –entre 8 y 22 partes por millón-.

M. Jara

Pedro Gargantilla es médico internista del Hospital de El Escorial (Madrid) y autor de varios libros de divulgación .

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