Enormes fragmentos de otro mundo podrían estar enterrados bajo la superficie de la Tierra
Se trata de dos masas rocosas gigantescas y densas que se encuentran debajo de África y el Océano Pacífico y que podrían ser los restos de Theia, el objeto del tamaño de Marte que chocó contra la Tierra hace 4.500 millones de años
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Iniciar sesiónHundidas en lo más profundo del manto terrestre, a miles de km bajo la superficie, dos enormes y extrañas manchas de roca mucho más densa que el resto llevan décadas desafiando la capacidad de comprensión de los científicos. Se trata de dos masas gigantes, dos ' ... superplumas' que se conocen, por sus siglas en inglés, como LLSVP, 'Large low-shear-velocity provinces' (grandes provincias de baja velocidad de corte). Una de ellas está enterrada justo debajo de África, y la otra yace bajo el Océano Pacífico.
El tamaño de estas masas rocosas es tal que ambas son capaces de generar sus propias perturbaciones en la magnetosfera, entre ellas el gran fenómeno que en la actualidad debilita el campo magnético terrestre y que se conoce como 'anomalía del Atlántico Sur'.
¿Pero cómo y por qué existen estas extrañas masas sólidas dentro del manto , una capa de 3.000 km de grosor hecha fundamentalmente de silicatos semifundidos? ¿Y cómo llegaron hasta allí?. Existen varias ideas al respecto, pero pocas pruebas contundentes capaces de explicar su auténtica naturaleza.
Lo que sí se sabe es que esas masas de roca gigantes llevan ahí una enorme cantidad de tiempo, y son muchos los que piensan que podrían haber formado parte de la Tierra incluso antes del gigantesco impacto contra Theia, un objeto del tamaño de Marte que chocó con nuestro planeta hace unos 4.500 millones de años, lanzando al espacio una enorme cantidad de escombros a partir de los que se formó la Luna.
¿Pero qué ocurrió con los restos de Theia? ¿Quedó el protoplaneta totalmente destruido a causa de la tremenda colisión? ¿O rebotó quizá con la Tierra perdiéndose para siempre en el espacio? Lo cierto es que no lo sabemos.
Existe, sin embargo, otra posibilidad. Algunos investigadores sugieren que los núcleos de los dos planetas podrían haberse fundido en uno solo , y que fueron precisamente los intercambios químicos causados por esa fusión los que permitieron que la vida prosperara en el mundo resultante, el nuestro.
Ahora, un equipo de investigadores liderado por el geólogo Qian Yuan, de la Universidad Estatal de Arizona, ha vuelto sobre la cuestión y propone una idea capaz de explicar las misteriosas masas rocosas enterradas en el manto terrestre: y es que podrían ser dos grandes fragmentos de Theia. Sus hallazgos fueron presentados hace apenas unos días en la 52 Conferencia de Estudios Lunares y Planetarios , celebrada este año online entre el 15 y el 19 de marzo, y se publicarán próximamente en 'Geophysical Research Letters'.
Un recuerdo extraterrestre
Según el modelo realizado por los investigadores, los LLSVP podrían ser, en efecto, antiguos fragmentos del manto altamente denso y rico en hierro de Theia, que se hundió profundamente en el manto terrestre, más ligero, cuando los dos mundos chocaron, quedando enterrados allí durante miles de millones de años.
«La hipótesis del gran impacto es uno de los modelos más aceptados para la formación de la Luna -escriben los investigadores- pero la evidencia directa que indique la presencia del impactador (Theia), sigue siendo difícil de alcanzar. Ahora hemos demostrado que el manto de Theia pudo ser porcentualmente mucho más denso que el manto de la Tierra, acumulándose en estructuras que pudieron causar los LLSVP observados con técnicas sísmicas ».
A pesar de que desde hace años existe la idea de que las extensas masas de roca bajo África y el Pacífico podrían ser un «recuerdo extraterrestre» del impacto con Theia, la nueva investigación es la formulación más completa que existe hasta ahora. Además, los resultados del estudio también coinciden con las investigaciones previas, según las cuales las firmas químicas de los LLSVP tienen, por lo menos, la misma antigüedad que el impacto con Theia.
Una idea atrevida y, según los propios investigadores, «loca, pero posible». Veremos cómo reacciona ante ella el resto de la comunidad científica.
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