El día de mi padre
«El verdadero día del padre llega cuando, ya mayor, te miras al espejo y descubres que, si te fijas bien, tus ojos son idénticos a los de tu padre a tu edad y que, en el fondo, te miran como él»
por esteban gonzález pons (Vicesecretario de Estudios y Programas del PP)
Aquí donde me veis, con esta naturalidad y este desahogo con que escribo, soy nieto de dos abuelos que también fueron padres, hijo de un padre que también ha sido padrastro y yo mismo, padre de 3 criaturas y padrastro de otras 3. O sea, ... un experto en el tema. Pues bien, dejadme que diga, desde mi profundo conocimiento de la cuestión, que no existe el llamado « día del padre ». Así, en general. Espero no haber decepcionado a nadie con esta revelación, pero ya en los 70 mi papá decía que lo del día del padre era un invento de los centros comerciales para vender máquinas de afeitar, enciclopedias del bricolaje casero y marcadores de etiquetas DYMO.
Para nuestros hijos, todos los días son el día del padre (en particular los sábados con partido de fútbol en el colegio o los domingos despiertos a las 8 de la mañana). Hasta que la pubertad los confunde y, el espacio que compartíamos en exclusiva con sus madres, pasa a pertenecer a Justin Bieber , la Play 3 o a un amor que no les hace caso.
Para nosotros, no hay un día que solamente sea el nuestro, más bien son muchos. No todos, pero casi todos. La noche en que nacen ya es día del padre . Su primera caminata al colegio bajo una mochila gigante que puede ser de Tortuga Ninja o de Dora exploradora, también lo es. Y su fiebre, su tos, su otitis, su reacción a las vacunas, sus puntos en la rodilla, su vomitado en el coche.
También es día del padre cada madrugada en que un tal Ratón Pérez se lleva sus dientes de leche de debajo de la almohada a cambio de 5 euros (¡qué difícil explicarles para qué quiere tantos dientes un roedor que se pasea por sus camitas sin darles asco!), o cuando llega la hora de vaciar el cubo de agua que pusieron para los camellos de los Reyes Magos y dejar los regalos junto a sus zapatitos. Cuando les enseñas a ir solos en bicicleta y caes agotado de correr mientras ellos se van pedaleando, cuando les repasas interminablemente una lección de ciencias o la conjugación de un verbo y se quedan dormidos escuchando tu penúltima explicación, cuando te ganan por primera vez al ajedrez y superas la tentación de fingir que te has dejado, ¡entonces es! Entonces es claramente el día del padre.
Mi hijo mayor va a las manifestaciones que considera justas aunque su padre sea diputado del gobierno y, por eso, estoy orgulloso de él. A mi hija mayor siempre le he enviado un ramo de margaritas por su cumpleaños, pero el domingo pasado, inesperadamente para mí, esas flores no fueron las únicas que le llegaron, me ha destronado sin dejar de sonreírme (como cada mujer de mi vida, claro). Me queda la más pequeñita que, a sus 3 años, aún se quiere casar conmigo , ella de princesa y yo de caballero.
Pero, dejadme decir que, cada 19 de marzo, yo también me acuerdo de ese hombre bueno y trabajador que es mi padre. Cuando él vivía en Madrid, mi abuelo le escribía a diario cartas llenas de consejos y buenas ideas y, para llamar su atención, cuando iba a decir algo que consideraba importante, cambiaba la cinta de la máquina de escribir y lo ponía en rojo.
Yo quisiera hacer algo parecido para terminar este artículo con tinta roja, y diciendo: el verdadero día del padre llega cuando, ya mayor, te miras al espejo y descubres que, si te fijas bien, tus ojos son idénticos a los de tu padre a tu edad y que, en el fondo, te miran como él. Y te encuentras matizado por sus miedos, sus preocupaciones, sus desvelos y sus sacrificios. Y haces el esfuerzo de imaginarte y comprender, ¡por fin!, cuánto te ha querido tu padre. Ese es, cuando llega, el auténtico día de tu padre. Y lo fue no hace mucho del mío, por supuesto.
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