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JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD

El birrete de San Juan de Ávila

La diócesis y en especial Montilla celebran la declaración del «Apóstol de Andalucía» como Doctor de la Iglesia

El birrete de San Juan de Ávila VALERIO MERINO

POR LUIS MIRANDA

Las palabras del Papa Benedicto XVI en su reciente visita a España han sonado con fuerza en todo el orbe católico, pero existe un rincón en Córdoba donde han tenido un eco muy especial y se han recibido con júbilo. Se trata de Montilla, el lugar en el que reposan los restos de San Juan de Ávila, patrono del clero secular español. El Pontífice anunció lo que ya se intuía: que el próximo año se le declarará Doctor de la Iglesia, un honor con el que se reconoce su aportación a la doctrina y su carácter de maestro de la fe. Son doctores de la Iglesia entre otros, personalidades tan altas como San Agustín, Santo Tomás de Aquino y San Jerónimo, además de los españoles San Isidoro, San Juan de la Cruz y Santa Teresa. Lo hizo ante sus restos, llevados allí por la diócesis de Córdoba.

San Juan de Ávila nació en Almodóvar del Campo (Ciudad Real) en 1500, pero el grueso de su vida como sacerdote lo desarrolló en el Sur, lo que le valió el sobrenombre de «Apóstol de Andalucía». Estudió en Alcalá de Henares y fue un hombre que quiso vivir el Evangelio con radicalidad, tanto en la pobreza personal como en su voluntad de llevarlo a todas partes.

Pretendió marcharse a las Indias para llevar allí el mensaje de Jesucristo, pero el arzobispo de Sevilla, Alonso de Manrique, le convenció para que lo hiciese en Andalucía. Predicó primero en Écija, donde la fuerza de su mensaje y su llamada a la renovación del clero no tuvo siempre buen eco: la Inquisición le procesó entre 1531 y 1533 acusado de erasmismo, aunque fue absuelto.

Fundaciones y amigos

En 1535 llega a Córdoba, la tierra donde más hizo sonar su mensaje y que se terminó convirtiendo en su verdadera patria. En el Alcázar Viejo reunió a una veintena de sacerdotes para evangelizar las comarcas de la diócesis, con especial atención a la Sierra, pero trabajó intensamente en toda Andalucía, donde dejó huellas tan importantes como la Universidad de Baeza. Tuvo amistad con algunos de los santos más destacados de la Iglesia, como San Ignacio de Loyola, San Francisco de Borja y San Juan de Dios, y asistió a los primeros momentos de la Compañía de Jesús, con la que mostró una gran cercanía espiritual, aunque nunca ingresó en ella.

Se hicieron famosos sus sermones, comentarios sagrados y cartas, y de él no sólo destacó lo doctrinal, sino también lo literario, hasta el punto de que algunos estudiosos le han atribuido el soneto anónimo «A Cristo Crucificado», célebre con su comienzo «No me mueve, mi Dios, para quererte». En 1554, cansado y enfermo, se retiró a Montilla, donde siguió escribiendo con tanta precisión teológica como belleza, predicando y ejerciendo la caridad cristiana hasta su muerte en 1569.

La Iglesia, y en particular la cordobesa, ha reconocido al «Maestro Ávila» en multitud de ocasiones. En 2000, los obispos españoles celebraron en Montilla el cuarto centenario de su nacimiento y el año pasado sus restos, contenidos en un relicario que se venera en la iglesia de la Encarnación de Montilla, visitaron Córdoba con motivo del año sacerdotal.

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