«Mi hazaña no fue recuperar catedrales, sino salvar un pueblo»
Manuel de la Torre es restaurador de monumentos nacionales y empresario
VIRGINIA RÓDENAS
- Hace 30 años compró un castillo por 13.000 pesetas. Así arranca la historia de salvación de un pueblo.
-Lo compré en una subasta de Hacienda en Soria, para ser exactos, por 14.100 pesetas, y poco a poco lo fui rehabilitando como ... vivienda de fin de semana para mi familia. Después vino el resto del pueblo de Somaén. Así que mientras unos dicen levantar castillos en el aire yo tuve la suerte de hacerlo en la tierra.
-¿Qué le atrajo de aquel pueblo semiabandonado?
-Su paisaje de vegetación exuberante, surcado por el río Jalón, en un desfiladero de roquedales arcillosos, que parece un Cañón del Colorado en miniatura.
-Pero un pueblo sin gente es un pueblo sin alma.
-Sí, pero el alma se la pusimos con nuestra ilusión y la de los amigos que me dijeron «búscame un chozo, una casa antigua, un solar para construir un pequeño apeadero de fin de semana». Hoy son más de treinta casas, cuyos propietarios pagaron la reconstrucción de su entorno haciendo calles, plazas recoletas; se ha ajardinado, soterrado servicios, traído una línea de media tensión... Y el pueblo se ha levantado.
-La guinda la pusieron con un hotel 5 estrellas.
-Porque no había establecimientos cómodos para comer y estar, y convinimos en construir un hotel pequeñito pero precioso, La Posada Real de Santa Quiteria, de la que son socios la mayoría de los habitantes.
-¿Y qué dice el alcalde de todo esto?
-Ángel Peregrina, alcalde pedáneo, porque Somaén pertenece a Arcos de Jalón, está muy contento porque con el resurgimiento del pueblo se crean puestos de trabajo, el comercio se revitaliza y se da vida a los talleres de cerrajería y demás oficios.
-Antes de Somaén rehabilitó palacios, conventos, murallas, catedrales... ¿Su mayor hazaña?
-Pues vuelvo a Somaén, porque se ha hecho sin dinero público, solo con las aportaciones de los vecinos, salvo unas ayudas de la UE para el hotel por dinamizar la zona. Hace 35 años tenía una empresa con 400 personas -hoy eso sería una ruina- y restauré decenas de monumentos nacionales. Lo más vistoso, tal vez, los conjuntos histórico-artísticos, como el de Santillana del Mar, donde hicimos desde las fachadas de las casas hasta la restauración de la colegiata románica. Quedó como una postal y nos premiaron con el «Europa Nostra», como en Covarrubias o en Mirambel. Tampoco le voy a negar la satisfacción de trabajar en las catedrales de Burgos, Segovia o Santiago, porque ahí no le dejan meter mano a cualquiera.
-Conoció abandonos imperdonables.
-Muchos. Cuando trabajaba con la Administración sufrí restauraciones de iglesias o edificios que no valían nada y sin destino futuro, porque un político era del pueblo y debía el favor, mientras edificios importantísimos se caían. Indignante. Eso pasaba y pasa, que ya sabe cómo funciona la política.
-Al menos, le pagarían...
-Pues fatal. Las empresas estábamos permanentemente en suspensión de pagos. Contablemente funcionábamos muy bien, pero no veíamos un duro. La restauración tiene imprevistos que no se contemplan en el proyecto original y tardábamos hasta cuatro años en cobrar porque al político de ayer, como al de hoy, lo que le interesaba es inaugurar, pero no pagar.
-¿Y cómo sobrevivió?
-Al borde del infarto. Era un calvario poder pagar las nóminas, y antes que sucumbir decidí cerrar la empresa y hacer lo mismo para privados, aunque no sean catedrales, sino casonas, molinos, bodegas, obra nueva... Algunas administraciones han coqueteado conmigo para hacer en otros sitios lo de Somaén, pero sin poner capital, que es lo más difícil de conseguir.
-En la escultura tiene otro refugio.
-Me gusta trabajar la madera vieja de las vigas y el acero corten, que tanto gustaba a Chillida.
-Sabrá que su museo, el Chillida-Leku, peligra.
-Tremendo. ¿Cómo el País Vasco, una de las comunidades más ricas de España, lo permite? No sé cómo los vascos no se echan a la calle para defender su patrimonio cultural, que es el de todos los españoles.
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