Adiós al último rebelde
JOSÉ CARLOS J. CARABIAS
«Con un rival nunca se pacta, se pelea». Ese mensaje que convirtió en un modo de vida, en un estigma para guiarse en su deporte, no le sirvió frente a un enemigo mucho más poderoso que su orgullo. El cáncer se llevó a la ... tumba a Laurent Fignon, el último gran campeón francés, el último ciclista rebelde. Murió en París, su ciudad natal, a consecuencia de un tumor intestinal a los 50 años.
Llevaba la sentencia grabada en la piel desde hace cinco meses, cuando anunció en su libro autobiográfico —«Éramos jóvenes y despreocupados»— que la enfermedad le comía por dentro. Parisino de pura cepa, orgulloso hasta la altanería, comunicó hace tiempo que no sentía ningún tormento frente a la muerte, que el miedo o la valentía eran valores que había relativizado durante toda su vida. Y así se fue. Tal y como vivió. Muy deprisa.
La gente del ciclismo veía en él una reedición del calvario con final feliz de Lance Armstrong. El cáncer se le extendió del intestino a los pulmones y de ahí a la cabeza, y, como el americano y su voluntad insuperable, Fignon desplegó todo su amor propio frente al veneno cancerígeno. Sólo que esta vez perdió, al contrario de las señales que emitieron su trayectoria y su palmarés.
Fignon no tenía un igual en el ciclismo. Llevaba gafas para su miopía de caballo, lucía una coleta rubia que penalizaba su capacidad aerodinámica en la bici, y su carácter guerrero le llevó a numerosos enfrentamientos públicos. El más célebre, por el que se le recuerda en España, fue su escupitajo a una cámara de televisión en una estación de tren cuando un reportero le preguntaba por Delgado.
Siempre precoz en el ejercicio de su profesíón, perteneció a una generación que cambió la panorámica del ciclismo. En pleno gobierno de Bernard Hinault, a principios de los ochenta, Fignon ganó el Tour de la regeneración en 1983, el de Perico Delgado y Ángel Arroyo con sus maillots del Reynolds. Por su ardor guerrero y sus grandes facultades para la contrarreloj se
convirtió con 22 años en el ciclista más joven de la historia en ganar el Tour (luego superado por las 21 primaveras de Ullrich).
El Tour que ganó Lemond
Se agenció una bien ganada fama de infatigable luchador, aunque durmió unos años en el olvido de los triunfos. Reapareció en primera plana en el Tour del retraso de Perico en el prólogo de Luxemburgo, 1989, y el desenlace fue calamitoso para él. Llegó líder a París y allí, a las puertas de su casa, perdió el amarillo en la contrarreloj por sólo ocho segundos (la diferencia más corta de la historia del Tour) frente a Greg Lemond y su revolucionario manillar de triatleta.
«No ha pasado una semana de mi vida sin que alguien me lo recuerde», declaró en una reciente entrevista. «Tuve la suerte de encontrar aquello para lo que estaba dotado y poder vivir de ello, aunque nunca estaré satisfecho. Habría querido ser campeón del mundo, ganar más Tours, más clásicas, pero viví años fantásticos», confesó Fignon. «Vivía para ganar», le despidió ayer Hinault. «Se ha ido el héroe del ciclismo», lamentó el ex director del Tour Jean-Marie Leblanc. «Me marcó su primera victoria, en 1983, un triunfo juvenil, de la improvisación, del talento, de la audacia».
El ciclista deja un palmarés estimable, con más de 70 victorias, entre las que destacan los dos Tours (1983-84), conseguidos en el periplo más fructífero de su carrera, un Giro de Italia (1989) y clásicas monumentales como la Milán-San Remo o la Flecha-Valona. En los últimos años comentó el Tour de Francia para la televisión gala y dirigió un hotel en los Pirineos destinado a ciclistas y atletas.
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