Miguel Delibes: la conciencia libre que dio voz a los desheredados
—¿Es respirable el aire del siglo XXI, don Miguel?
—Cada día más mefítico. Los viejos nos morimos de asco.
Con armas de poeta, Delibes escribió siempre pisando la raya y ahora regresa al campo, que es la fuente. Allí ya derraman lágrimas por ... él los niños arrancados de sus raíces, las bocas desdentadas de los viejos castellanos en las plazuelas de nuestros pueblos, los campesinos a quienes la contrariedad nunca podrá reducir a naturaleza. Llora lágrimas atormentadas el tío Ratero sobre su vaso de clarete y vinagre; David el Mochuelo, el Señor Cayo, el engañapastor (ave rural de tono gris que vuela cerca de los rebaños en la hora crespuscular) y el barruco (aprendiz de albañil), desgañitados y huérfanos.
«Físicamente débil, espiritualmente desanimado y caído, literariamente nulo», se envolvía Delibes en su ardivieja (flor silvestre), antes de que le saliera la hoja roja en su librillo de fumar picadura. Lúcido laconismo que traslucía la sabiduría de quien veía la vida desde el otro lado del camino. «Aunque vivió hasta el año dos mil... el escritor Miguel Delibes murió en Madrid el 21 de mayo de 1998, en la mesa de operaciones de la clínica La Luz», dejó escrito su obituario y retirose al parque. Allí observó una grajilla mientras rumiaba una sentencia demoledora: hasta qué punto cuesta aceptar nuestra debilidad como animales para sentirnos, en vez de cazadores, presas del infortunio. En este tiempo no cazó perdiz roja, ni escuchó su saseo, apenas pescó truchas ni escribió. La intervención le destronó el cáncer y su «memoria, orden mental, capacidad de concentración, hematíes, dioptrías, oído, etc... En el quirófano entró un hombre inteligente enfermo y salió un lerdo sano». Nos tambaleaba Delibes desde su bogal (parte empedrada de los montes) castellano.
«He vivido demasiado»
Los cirujanos impidieron que el cáncer le matara, pero no que le afectara. ¿Cómo se vive a esa penca (látigo) maniatado? Le costaba: «Como dirían los castizos, hecho una braga. Es no vivir. Uno se convierte en un paciente sumiso que obedece, pero la cabeza no le sirve de nada. He vivido demasiado. He tenido paciencia. La palabra feliz no figura en mi diccionario. Me alegra haber culminado una obra».
Medio siglo escribiendo, y publicando libros, pero la socarreña (chamusquina) del mundo no ha cambiado un ápice, sostenía Delibes, que nació en Valladolid el 17 de octubre de 1920. Con 17 años, y antes de que le movilizaran en la incivil Guerra, decidió enrolarse como voluntario en la Marina. Quedó marcado: «De los que participamos en aquella terrible guerra resultaría que los mutilados psíquicos somos bastantes más que los mutilados físicos que airean sus muñones».
Regresa a su ciudad y por azar, al estudiar el Manual de Derecho Mercantil de Joaquín Garrigues, descubre la belleza del lenguaje, la eficacia de la metáfora, el adjetivo oportunamente empleado, la frase justa, el nombre que nombra. Encalabrinado (engatusado) labra la literatura. Con su primera novela, «La sombra del ciprés es alargada», consigue el Nadal la noche de Reyes de 1948. Dos años antes se había casado con Ángeles de Castro y había conseguido la cátedra de Derecho Mercantil en Pucela.
Miguel Delibes aterriza como un meteorito en el barbecho literario español, con dos ojos ávidos, grandes, abiertos, como platos, para otear el horizonte. Conforme avanza en la caída, se acostumbra a ver un mundo devastado, con fuegos fatuos dispersos, y un olor acre entre pólvora y carne quemada. Era el paisaje después de la batalla. Los pequeños grupos que se concentraban ante las hogueras de las vanidades miraban de refilón a Miguel Delibes, y comentaban: «De qué nido habrá caído este muchacho?».
Niño de la guerra
Por aquello del Nadal, a un «bautista» le dio por afirmar que Delibes era un escritor de la «inmediata posguerra», pero él se sentía más próximo a la generación de «los niños de la guerra». En 1949 publica su segunda novela, «Aún es de día», que sufre innúmeros zarpazos de la implacable censura. Delibes confesaría que no se llevó mal con ella: «Había censores buenos y hasta compasivos». Alguno incluso le prestó el lápiz rojo: «En “Aún es de día”, el duro y el soez fui yo. Me deslicé, sin justificación, en un tremendismo absurdo —reconocía—. En cambio hubo pequeños cortes en otras novelas improcedentes. Pero pasaron íntegras “Los santos inocentes”, “Las ratas”, “Cinco horas con Mario” \[constante e indirecto machaqueo contra el orden dictatorial\] y “Parábola del náufrago”». Toréo la censura.
Su «Síntesis de la Historia de España» fue retirada de las librerías como libro de texto por «no comentar adecuadamente» el triunfo del levantamiento militar de Franco. Un sentido moral y cristiano presidía su obra. Pero el Periodismo fue su gran pasión. Al frente de «El Norte de Castilla» se batió el cobre por el medio rural castellano enfrentándose al Régimen y a la censura rampantes. Jamás abdicó en su empeño de denunciar la postración de Castilla y, cuando no pudo hacerlo desde el diario, lo abrochó en la narrativa. Delibes dio voz a los que no la tuvieron. Luchó por la nivelación social. Trató de aproximar a los hombres porfiando contra la injusticia. Una cultura rural desaparecía. La sustitución del abuelo por el televisor marca las diferencias. En 1963, como consecuencia de diversos enfrentamientos con el ministro de Información, Manuel Fraga, dimite como director de «El Norte», aunque seguirá dirigiendo el diario en la sombra hasta 1966. «Pretender que pasáramos por libres los directores visiblemente maniatados era feroz, una crueldad demasiado prolongada y vergonzosa». Miguel Delibes no estaba dispuesto a que otros usaran como laureles sus despojos.
El 1 de febrero de 1973, la Real Academia Española le elige, y el 22 de noviembre de 1974 muere su «equilibrio», su alma, su esposa Ángeles, a los 50 años, «la mejor mitad de mí mismo», y con la que tuvo siete hijos: Miguel, Ángeles, Germán, Elisa, Juan, Adolfo y Camino. Ángeles será «Señora de rojo sobre fondo gris» en una inigualable lección de humanismo. El hachazo de la muerte de su mujer sume a Miguel Delibes en un abismo del que ve la luz poco a poco.
Una de sus grandes dimensiones fue la de crear y salvar almas inocentes. Todas sus criaturas tenían cosas de él, y él de ellas. Desde el Mochuelo al Señor Cayo, Delibes se veía retratado con frecuencia en sus novelas. ¿Dónde se esconden los Azarías en este tráfago irrespirable? Delibes lastraba: «¡Milana bonita! ha sido un estribillo que ha marcado a toda una generación. Desgraciadamente hay Azarías, pero están recogidos, se procura darles una enseñanza. Paco Rabal, al vocearlo por el altavoz de Cannes, lo hizo famoso en el mundo entero. La película estaba ahí».
Salvador de almas
Delibes se esforzó en ser justo con el hombre como animal acosado por una sociedad insensible. Siempre trató con una exquisita generosidad, imparcialidad y buena voluntad a sus compañeros de viaje literario. ¿Recibió la misma? «A veces. Otras no». Pero esas cosas no le importaban. No se sorprendía de una coz respondiendo a una caricia. Es un problema de orgullo y sensibilidad. ¿Era Delibes lobo estepario? «Eso va con el creador. Los hay que anteponen la soledad al rebaño», fulminaba.
Le llovieron los premios: Nadal, Crítica, Nacional (dos veces), Príncipe de Asturias, Castilla y León de las Letras, Honoris Causa por la Complutense y Alcalá de Henares, Letras Españolas, Cervantes, y el Vocento a los valores humanos, que le entregó el Rey. Cerró su obra en 1998 con «El hereje», un monumento a favor de la libertad de conciencia.
¿Qué consideraba deseable o útil para mejorar nuestro nivel moral o crítico? «La educación, la educación, la educación. Incluso la educación del gusto. Tal vez esta sea la primera exigencia», enseñaba. Creía que en la naturaleza el hombre encuentra respuestas a la iniquidad que nos aprisiona, aunque hay cazadores que pierden la moral en el campo. Jamás escribió su biografía: «No hay cosas importantes en mi vida que la justifiquen», despejaba.
Escuchando, Miguel Delibes ha salvado el habla popular, la lengua viva, y la ha conservado. Puso en pie a unos personajes de carne y hueso, y les infundió la libertad: «Ya me gustaría salvar vidas, créame». La niña de sus ojos era «Mi vida al aire libre». Delibes está ya en el cielo, con sus santos desheredados, inocentes, pequeñas almas destronadas... ¡Milana bonita!
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