Al Qaida gana la partida en el Sahel
Han establecido alianzas con los jefes de las tribus en una región desértica y deshabitada de casi un millón de kilómetros cuadrados en los que el Estado es inexistente
«El Sahel se ha convertido en otra zona más vacía de derecho, como Afganistán-Pakistán o como el Índico en Somalia. Esto es un verdadero mar de arena que va del Atlántico al Mar Rojo, por el que se puede navegar sin un solo ... obstáculo administrativo. Así es como se trafica entre América Latina, Oriente Próximo y Europa», afirmó la semana pasada a ABC en una entrevista Souleymou Boubeye Maiga, ex ministro de Defensa y ex jefe de los servicios secretos de Malí.
Estados Unidos y, en menor medida, otros países occidentales tratan de evitar que otro «yemen» u otro «afganistán» florezca en el Sahel. Ayudan a los ejércitos y los gobiernos de la región pero, de momento, son los traficantes y los terroristas los que ganan la partida.
Muchos «yihadistas» de las guerras del Líbano, Afganistán o Chechenia regresaron en los años noventa a sus países del norte de África, donde acabaron reforzando las filas de lo que desde finales de 2006 se llama Al Qaida del Magreb Islámico (AQMI). Antes del nacimiento de esta «marca», el argelino Grupo Salafista para la Predicación y el Combate (GSPC) se había fijado como uno de sus principales objetivos extender sus tentáculos por la región del Sahara-Sahel, especialmente Mauritania, Malí y Níger.
Algunos de los terroristas más conocidos de la banda han trabado relaciones con la población local, llegando incluso a celebrar con mujeres de la zona matrimonios de conveniencia. El objetivo es ganarse la confianza y, de paso, la complicidad de los jefes de tribu. Tal es el caso del argelino Mojtar Belmojtar, casado con una tuareg del norte de Malí, que mantiene secuestrados a los cooperantes españoles Albert Vilalta, Roque Pascual y Alicia Gámez.
Conflicto tuareg
Tampoco hay que olvidar el descontento de una parte importante de la población tuareg, que no acaba de dar por válidos los acuerdos de paz sellados con Bamako y que, según las distintas fuentes malíes y extranjeras consultadas son la llave, casi más que la vía militar, para aplacar el conflicto. Muchos, sin pertenecer directamente a Al Qaida, acaban formando parte de las redes del narco, del tráfico de armas, o de grupos de delincuencia organizada.
Avión con droga
El pasado noviembre un avión Boeing aterrizó cargado de droga procedente de Colombia en una pista clandestina en el norte de Malí. No se ha informado de detenciones ni de alijos aprehendidos. Con los hombres de Al Qaida metidos a traficantes, la línea que separa terrorismo de delincuencia es demasiado delgada, reconoce un diplomático extranjero en Bamako.
El reto es tratar de «desarrollar esas zonas desérticas. Hacer que lleguen hasta allí el agua y la luz», afirma Isselmou Uld Mustapha, analista mauritano especializado en yihadismo que echa de menos una mayor coordinación de los países de la zona ayudados por las potencias extranjeras.
Estados Unidos desarrolla desde hace años el programa Trans Sahara de lucha contra el terrorismo y la delincuencia organizada en una decena de países de la región. Este corresponsal observó hace unos días a sus militares adiestrando en el desierto que rodea la ciudad de Gao a colegas malíes, pero la misión de estos hombres -no llegan a la veintena, según fuentes diplomáticas de Washington- no es tanto combatir cara a cara a Al Qaida como la formación de los Ejércitos de la zona.
El Ejército malí, escaso de medios, se ha enfrentado directamente a los terroristas en varias ocasiones, pero hasta ahora está lejos de poder dar la guerra por ganada. El Gobierno de Bamako piensa en los líderes del norte, especialmente jefes de tribu tuareg, para tratar de impedir que los terroristas sigan campando a sus anchas, pero el dinero que los terroristas reparten es muy goloso.
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