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danza

«Vivancada»

Crítica de «Aeternum», con coreografía y dirección a cargo de Los Vivancos, representada en el Teatro Calderón de Valladolid

rosa sanz hermida

La expresión no es mía. Cristo, uno de los siete hermanos protagonistas de «Aeternum», definió esta nueva producción suya como «un cóctel explosivo de Vivancadas», pensando quizá que el neologismo definía a la perfección las cualidades intrínsecas de su espectáculo: personalidad, originalidad, creatividad, virtuosismo... Quizá se le escapó el tinte burlesco al que invita la misma sonoridad de la palabra. Pero tenía razón: «Aeternum» es una auténtica «Vivancada», en la que arte y talento se conjugan constantemente con exhibicionismo y fatuidad . Y es una pena tanto derroche de trabajo bien hecho presentado en un envoltorio inconsistente, que parece perseguir sólo el aplauso .

Se señala en el escueto programa de mano (que, por cierto, ¡se vende! al módico precio, eso sí, de un euro) que en la asesoría artística han colaborado Daniele Finzi Pasca y Julie Hamelin, esto es, dos personalidades del mundo circense , que se han encargado de supervisar toda la producción. Adoptar una óptica circense significa, desde luego, una opción , que en este caso me parece equivocada , porque no aporta sustancialmente nada a estos bailarines más que servir de pretexto para vencer desafíos (el « más difícil todavía» ) como los de taconear sobre el abdomen de otro bailarín, tocar el traverso mientras se baila, percutir el cajón con manos y pies al tiempo que se lo gira, o tañer el violoncello eléctrico con las piernas suspendidas en el aire. Alguien entre el público decía: «¿es necesario todo esto?», indicando la ineficacia del exceso, su esterilidad (subrayada además por una puesta en escena efectista).

Uno de los momentos más brillantes y en el que se percibe mejor el excelente trabajo de estos siete hermanos es en la farruca «Ciegos», con una coreografía ejecutada con los ojos vendados en la que todo funciona al milímetro; en esta pieza se ha prescindido de la saturación lumínico-acústica, permitiendo así al espectador centrarse en la belleza y perfección del baile. Menos es más.

Eso sí: el público femenino del Teatro Calderón se puso en pie al final de la actuación y aplaudió como nunca a esta pléyade apolínea que, por lo que se ve, desata pasiones.

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