«La 'islamofobia' está creciendo a pasos agigantados al este de África»
Para el activista keniano Al Amin Kimathi, esta persecución religiosa podría provocar el efecto contrario: servir de germen al islamismo radical
EDUARDO S. MOLANO
En las estanterías del keniano Al Amin Kimathi tan solo se asoman manuales de política. Y entre ellos, nos lanza su primer dardo. Apenas queda espacio para la literatura.
«En los últimos años la 'islamofobia' está creciendo a pasos agigantados al este de África. ... Una persecución religiosa que podría provocar el efecto contrario: servir de germen al islamismo radical», denuncia a ABC el activista, quien preside el foro musulmán de los Derechos Humanos de Kenia.
Kimathi sabe de lo que habla. En septiembre de 2010, este musulmán que roza la cincuentena fue detenido por la Policía ugandesa acusado de orquestar los atentados ocurridos dos meses antes en la capital del país, Kampala. En la acción armada (sobre la que pende la autoría de la milicia somalí Al Shabab) fallecieron 74 personas. Ninguna prueba demostró su participación en los hechos.
«Pese a no existir ningún indicio fui encarcelado durante un año en una celda de aislamiento. Sin embargo, mi único delito fue denunciar los abusos que se estaban cometiendo contra los musulmanes en favor de la llamada guerra contra el terrorismo», asegura.
Alertado por las familias de las víctimas, Kimathi había denunciado solo unos días antes la desaparición de ciudadanos de origen somalí en Uganda. Conforme a sus investigaciones, tras los atentados de Kampala y en solo una semana, al menos 30 personas fueron interrogadas de forma ilegal por agentes del FBI en prisiones secretas de Etiopía, Uganda y Somalia.
«Antes de los atentados de 2010, el problema islamista nunca había sido una preocupación para los Gobiernos regionales. Sin embargo, desde entonces esta supuesta amenaza se ha ido magnificando», destaca.
Para Kimathi esta hipérbole es debida a dos motivos: Por un lado, gracias a su valor económico ( «la cruzada anti terrorista genera una ingente cantidad de dinero en forma de ayuda humanitaria» ). Y por el otro, dado su interés político («como cortina de humo de los problemas diarios»).
«Hay un interés en la clase política de crear una sensación de inseguridad. Y acusar al islamismo radical de todos los males es sencillo», añade.
Kimathi se apoya en pruebas. En el último mes, se han registrado decenasde choques religiosos en el conocido barrio de Eastleigh, de la capital de Kenia, Nairobi, entre residentes musulmanes (el distrito es de mayoritaria población somalí) y turbas de jóvenes procedentes de los alrededores.
¿El detonante de los incidentes? La muerte de al menos siete personas a comienzos de mes en el atentado contra un «matatu» (transporte público local) apostado en las cercanías de la iglesia de Santa Teresa, en pleno corazón de Eastleigh. Sin embargo, no es el primer incidente de este tipo en el país. A comienzos de julio, diecisiete personas fallecían en el ataque contra un centro religioso cristiano de la localidad de Garissa, en la frontera entre Kenia y Somalia.
Pese a las acusaciones, en ninguno de estos crímenes se ha demostrado la participación directa, ni de Al Shabab, ni de la comunidad musulmana.
«Los ataques con granadas contra estaciones de policía, clubes e iglesias atribuidos por el Gobierno keniano a los terroristas son, sin duda inaceptables. Pero también lo es la respuesta del Gobierno, que está pisoteando los derechos de los kenianos, lo que reduce la confianza del público en el Estado y la alienación de comunidades minoritarias. La conducta ha contribuido a la radicalización continua de nuestros jóvenes », asegura Kimathi.
Y en riesgo, no poca cosa: la estabilidad regional. Política y religiosa.
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