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Salvador Sostres

La cárcel

Salvador Sostres

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Hay una España truculenta, resentida y vengativa; una España Puerto Hurraco, supersticiosa y negra, con el tic de la hoguera. Es la España que corre a insultar al criminal a la salida del juzgado y luego no se pierde ninguna revista o programa que haga de su crimen un espectáculo.

El furor moderno de esta España es meter a gente en la cárcel. Ninguna condena les parece suficiente, sobre todo si el reo goza de alguna popularidad. He visto a auténticas devotas de la señora Pantoja reclamando más años de cárcel o asegurando que si había sido condenada a «tan poco» era por ser ella, cuando fue justo lo contrario y te lo digo yo que no he escuchado un disco suyo en mi vida.

El coro de las histéricas que pedía poco menos que el paseíllo para Cristina, quería ahora la prisión preventiva para su marido, y no hay que despreciar el progreso porque hace cien años habrían pedido la ejecución de ambos en la plaza pública. Ni Cristina ni tantísimas esposas saben ni tienen que saber lo que les piden que firmen sus maridos, y en cualquier caso la Infanta pagará la correspondiente multa por el dinero de procedencia irregular del que pudo disfrutar. En la misma medida, Iñaki no está en condiciones de fugarse, de destruir pruebas o de continuar delinquiendo, que son los tres supuestos que justificarían la más severa medida cautelar.

Dejando a un lado este caso concreto, es de una crueldad inenarrable que los delitos económicos se castiguen con la cárcel. En la prisión sólo tendrían que estar aquellas personas que representan en la calle un peligro físico para la sociedad, como los violentos, los asesinos, los terroristas, los violadores y los pederastas. Contra corruptos, defraudadores y similares hay penas mucho más productivas para la sociedad e igualmente disuasorias.

La cárcel no puede ser una venganza y la ciudadanía no obtiene ningún provecho de hundir a un hombre en el pozo terrible de su celda. Si a la turba le parecen pocos seis o diez años de cárcel es porque la compasión es lo divino y odiar es muy fácil; y porque carecen de la imaginación, la sensibilidad y la humanidad para entender la terrible humillación que supone entrar en una cárcel, y la atroz monstruosidad -mucho peor que cualquier delito, salvo los físicos- que es privar a un hombre de su libertad.

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