Monedas, la guerra inútil
En economía bastan diez años para olvidar lecciones del pasado y repetir errores. El capricho actual es modificar los cursos de las monedas para aumentar el consumo de los productos nacionales en el mercado mundial
por guy sorman
El desarrollo económico exige esfuerzo y continuidad. Pero, con frecuencia, los pueblos se cansan, y la clase política y los analistas idean entonces vías para sustituir al esfuerzo. Por tanto, la historia económica es un cementerio de subterfugios y atajos ilusorios que nunca han conducido ... al crecimiento, sino que por lo general lo retrasan. A modo de recordatorio, citaremos el proteccionismo, la política industrial, la devaluación competitiva, la quiebra voluntaria y el Gran Salto Adelante. Y bien, nada de esto funciona: el proteccionismo perjudica a la innovación y favorece a los que viven de las rentas; la política industrial conduce de lleno a la corrupción; la devaluación encarece las importaciones y suscita el proteccionismo entre los socios comerciales; la bancarrota impide pedir préstamos durante una generación; y el Gran Salto Adelante genera pobreza masiva.
Este recordatorio es necesario porque el estancamiento prolongado de las economías occidentales nos hace rememorar algunos aspectos importantes: en economía, bastan 10 años para que todo el mundo olvide las lecciones del pasado y se disponga a repetir los mismos errores. El capricho del momento es modificar los cursos de las monedas y de esa manera aumentar el consumo de los productos nacionales en el mercado mundial. El Gobierno japonés se ve tentado por esta droga, y ¿acaso no es lo que llevan haciendo los chinos desde hace 20 años? En Europa también oímos decir que el euro es demasiado fuerte y que su bajada nos sacaría de un apuro. Todo esto no es más que una negación de la realidad.
Pensemos en China. Nadie sabe el valor exacto de la moneda china porque no es convertible: quizás el yuan libre subiría, pero algunos pronostican que bajaría. China no controla el yuan para favorecer sus exportaciones, sino para prohibir a los chinos invertir en el extranjero. Es más, el yuan no para de encarecerse desde hace cinco años, sin que eso afecte a las exportaciones chinas; por tanto, el valor de la moneda no es la clave de los resultados chinos en el mercado mundial. El éxito reside en el espíritu de empresa: la capacidad de suministrar en masa, con una calidad constante, unos productos relativamente sencillos. China es más o menos la única en este mercado.
Pensemos en la moneda japonesa. Una bajada del yen haría que se disparase el coste de la energía importada de la que Japón depende cada vez más: los precios de las exportaciones no podrían, por tanto, disminuir porque las empresas tendrían que añadir el suplemento pagado por la energía. En realidad, las empresas japonesas en el mercado mundial son a menudo las únicas que proporcionan unos componentes indispensables e insustituibles, y su precio es un aspecto secundario para los compradores. El estancamiento japonés, que no guarda ninguna relación con la moneda, se debe al envejecimiento y al descenso de la población. La disminución de la cantidad de trabajo en Japón explica el descenso de la producción: la solución a largo plazo consistiría en abrirse a la inmigración, no en hacer que baje el yen. Corea del Sur se enfrentará dentro de poco a una decisión parecida.
Lo que nos lleva al euro. Cuando era débil (al principio valía un 20% menos que el dólar estadounidense), en Europa nos quejábamos de que la factura de la compra de petróleo y de gas expresada en dólares era insoportable. ¿Deseamos volver a ese punto de partida? ¿Y venderíamos más con un euro débil? Como los europeos exportan en gran parte a otros países europeos, el valor de la moneda no tiene evidentemente ningún impacto sobre ese comercio. Para el resto del mundo, las exportaciones europeas o norteamericanas se basan cada vez menos en el valor, y cada vez más en la innovación, la calidad y el seguimiento comercial. Aquí también, el efecto de una devaluación del euro sería nulo para el tipo de productos y servicios que Europa vende.
Lo que nos lleva de nuevo al esfuerzo y la continuidad. El peor destino para la economía europea sería aventurarse por un atajo y abandonar las políticas de regreso al equilibrio de las finanzas públicas y de liberalización del mercado laboral. La ciencia económica nos enseña que la empresa es el motor del crecimiento y, por tanto, es inútil volver a escribir la historia. Más vale poner en práctica la lección.
Monedas, la guerra inútil
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónEsta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete