Certeza emocional de Ricardo Muti
Triunfo en el Festival de Salzburgo del director y la Orquesta y Coro de la Ópera de Roma en su vibrante «Nabucco» verdiano
alberto gonzález lapuente
¡Qué barbaridad! No es la música fina lo que levanta al público de sus butacas sino la del joven Verdi: gruesa, excesiva, inmediata, ambiciosa . El Festival de Salzburgo se ha hecho permeable a la grandilocuente efusión de «Nabucco» tan lejana ... del civilizado ambiente que recorre los espacios comunes de la Grosses Festspielhaus.
De entrada, el Coro y Orquesta del Teatro de la Ópera de Roma aparecen en la sala con un bullicio infrecuente: movimiento de sillas, atriles recolocados, el coro desperdigando la mirada en todas direcciones, la orquesta afinando con un orden muy particular. Luego los solistas, y tras ellos pausa y silencio. Riccardo Muti requiere su momento de gloria , un recibimiento personalizado antes de que suba al podio, dé la orden y aquello atruene .
Aquí no hay paños calientes . La orquesta lo da todo porque se le pide. «Nabucco» es obra excesiva y mejor así . Con una orquesta y particularmente un coro que tienen manifiestas carencias técnicas pero que vienen dando lo mejor de sí mismos, muy bien ensayados e impecables ante la disciplina de la batuta, siempre exacta e innegociable. Observar a las flautas, mejor aún al flautín, dejándose la vida es ya por sí un espectáculo ; fijarse en Muti mientras desborda energía mediterránea y declara a los cuatro vientos la ascendencia popular de la obra, toda una lección .
La impresión es clara: el barullo tiene orden, el abuso coherencia, la reunión de intérpretes una certeza emocional . La soprano Tatiana Serjan tuvo que ser sustituida a última hora por la napolitana Anna Pirozzi, una voz soberbia para el demoledor papel de Abigaille, por volumen, raza y recursos, con agudos como cuchillos y estimables filados . También suenan grandes las del tenor Francesco Meli y la de Zeljko Lucic, con la voz algo trasera, pero vibrante y muy entregada en su aria final «Dio di Giuda!» que se aplaude. Incluso lo fue el coro «Va pensiero», más por tradición y porque Muti lo administra con sabiduría que por haberse escuchado en una inmaculada versión coral. El triunfo es absoluto.
En el Festival de Salzburgo cualquier victoria se suma a la de «El milagro venezolano» que trajeron los jóvenes músicos de la Orquesta Simón Bolivar con Gustavo Dudamel a la cabeza, representantes de ese milagro educativo musical que es «El sistema». De su estancia queda una emocionante exposición fotográfica instalada en la Grosses Festspielhaus, la Leica Galerie Salzburg y en la orilla del río Salzach. Imágenes crudas y verdaderas. Como aquel Verdi.
Certeza emocional de Ricardo Muti
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