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La nueva novela de Lorenzo Silva

Bevilacqua y Chamorro, frente a la base de los escorpiones

La última entrega de la saga creada por Lorenzo Silva y protagonizada por dos agentes de la Guardia Civil viaja a Afganistán

César Cervera

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La picadura de algunos escorpiones es capaz de matar a una persona adulta. El animal asombra a su víctima con sus enormes pinzas, como quien presume de inoperantes tríceps de gimnasio, antes de lanzar su auténtico ataque con el aguijón cargado de veneno. En Afganistán no es difícil encontrar aguijones inesperados. La base de Herat , que durante años sirvió de hogar a soldados españoles, se asienta literalmente sobre un terreno plagado de escorpiones. Resulta el lugar más peligroso del mundo para levantar arena o resolver un asesinato.

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Sabedor del embrujo de aquel país que ha frenado a tantos imperios, Lorenzo Silva (Madrid, 1966) emplaza la novena entrega de su saga de los guardias civiles Rubén Bevilacqua y Virginia Chamorro en Afganistán. La pareja de sabuesos deberá viajar a esta base de la OTAN a investigar la muerte de un soldado español que fue, supuestamente, degollado con un «lohar». Esto es una especie de hoz empleada por los afganos para cegar amapolas, la materia prima de la heroína, que pasa por ser el motor económico del país.

El responsable puede estar dentro o fuera de la base. Puede ser un talibán infiltrado, un compañero de armas o incluso un soldado perteneciente a otra de las fuerzas internacionales que también empleaban esta base. En el país de los aguijones hay muchas formas de perecer. «El paisaje es desolador y el horizonte está borrado. Vas todo el día masticando polvo y compartiendo el sol con un pueblo con el que casi no hay contacto. La sensación general debe parecerse mucho a las trincheras de la Primera Guerra Mundial », explica el autor sobre un territorio poco hospitalario.

Una ciudadela construida por Alejandro Magno en Herat recuerda a los visitantes que los imperios solo están de paso por Afganistán. Los protagonistas de la novela son enviados allí desde la UCO (Unidad Central Operativa) , en un avión Hércules, para investigar un crimen que sobrepasa las competencias de los guardias civiles presentes en esta base. Bevilacqua y Chamorro deberán moverse sobre un terreno que no dominan y en el que son intrusos, tanto como lo fue el propio Lorenzo Silva durante su visita en 2014. De esta estancia, que precisamente gestionó la Guardia Civil, nació « Música para feos » (2015, Destino), otro éxito editorial, y ahora « Donde los escorpiones ».

Con motivo de la presentación del libro, la editorial Destino ha querido trasladar al autor madrileño y a la prensa a la residencia acuartelada del GAR (Grupo de Acción Rápida) en Logroño , donde se encuentran destinados los guardias civiles que participan en operaciones en el extranjero. «Pensaba que nunca volvería a Afganistán, pero el libro me trasladó de golpe allí», asegura el sargento Javier Latorre, uno de los agentes destinados en esta base.

Una guerra mal explicada

Lo que ocurre en Afganistán se queda en Afganistán, repiten los agentes que estuvieron allí. «Es una guerra, o al menos se le parece mucho, que no ha sido bien explicada a la sociedad española», expone Lorenzo Silva. No en vano, el militar asesinado al principio de la trama, traumatizado por su paso por Irak y finalmente Afganistán , es una forma de reproche hacia un país que ha blanqueado tanto sus operaciones internacionales que ha terminado por olvidar que tiene soldados desplegados por algunos de los rincones más peligrosos del mundo.

La meticulosidad de Lorenzo Silva es apreciada en la Guardia Civil, que en el año 2010 le nombró agente honorífico, y ha contribuido a que sea hoy sea la institución más valorada por los españoles. El coronel y los distintos mandos del cuartel de Logroño le tratan como una autoridad. Saben que cuando empezó la saga, Silva debió superar la visión añeja que se tenía todavía del Instituto Armado en los años posteriores a la Transición, lo cual fue en su contra a la hora de encontrar una editorial. El ganador del premio Nadal en 2000 vio cómo durante tres años la primera entrega de la saga volvía una y otra vez a sus manos. «Escribir una novela negra de la Guardia Civil en 1995 era casi tan experimental como el “Ulises” de Joyce », bromea Lorenzo Silva.

Las dificultades no solo estaban en los protagonistas, sino en el género. Lejos de la buena salud actual, la novela negra era un género denostado en los años noventa y, en palabras de Lorenzo Silva, una oportunidad para un escritor valiente. «Hacer una novela de detectives protagonizada por guardias civiles era una historia original. Solo faltaba encontrar a un editor valiente», afirma. Más de una década después, la saga es un éxito en ventas y ha servido para tirar casi en solitario del género. De hecho, la novela negra suele florecer tras las crisis económicas porque, al igual que en el crack de 1929, «siempre hay alguna estafa en su origen».

La Guardia Civil del siglo XXI

Porque, además, las historias de Bevilacqua, un suboficial de la Guardia Civil «con más pasado que futuro», y Virginia Chamorro, no pierden de vista la actualidad. En anteriores entregas, los detectives han investigado la corrupción en Valencia y Andalucía, así como han intuido los vaivenes que avecinan la nueva política. «El futuro de la saga lo marcará la sociedad española. A lo mejor Pablo Iglesias llega a La Moncloa y suprime la Guardia Civil », especula con humor Lorenzo Silva sobre el futuro de sus personajes.

Tal vez por ese pulso con la actualidad, el escritor ha avanzado que su novela «La niebla y la doncella», la tercera de esta saga, se va a llevar a la gran pantalla. La película estará producida por Tornasol y su rodaje empezará en agosto.

Tras una exhibición del GAR bajo la atenta mirada de unos viñedos de la Rioja, la comitiva formada por Lorenzo Silva y la prensa se trasladó también a la base aérea de Zaragoza, donde está integrada el Ala 31 del Ejército del Aire. Es la base de los Hércules en los que Vila y Virgi, los «picoletos» de la ficción, vuelan a la tierra de los talibanes y los escorpiones. El interior de estos monstruos aéreos permanece desnudo de paredes y muestra cada cable. Es la estampa cruda que han visualizado todos los soldados españoles que viajaron a Afganistán durante doce largos años. «Somos los primeros en llegar y los últimos en volver», presume el coronel Andrés Gamboa de esta unidad aérea.

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