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la larga guerra del siglo XX. Segunda guerra mundial (XXI)

Pearl Harbor, el mito

El ataque japonés a la flota de los Estados Unidos extendió la contienda a los océanos Pacífico e Índico

Pearl Harbor, el mito

ARMANDO FERNÁNDEZ-XESTA

Pearl Harbor, el ataque japonés a los buques que se encontraban en la base de la US Navy en las islas Hawaii, ha quedado en la memoria de los Estados Unidos, de los norteamericanos, y también de los europeos que llevamos tres cuartos de siglo bebiendo de sus iconos y más empapados en su historia que en la nuestra, con esa aureola de felonía que se reserva para las más reprobables acciones.

Apenas veinticuatro horas después de que, sin previo aviso ni declaración de guerra, la Teikoko Kai-gun (la Armada Imperial Japonesa) llevara a cabo el bombardeo, el presidente Roosevelt, ante el Congreso, acuñó para la posteridad un calificativo que desde entonces ha ido unido a esta acción: «El día de la infamia».

Infamia

No cabe duda, el 7 de diciembre de 1941 fue una jornada de infamia que deshonra a quienes decidieron tan alevoso ataque. No obstante, hubo a lo largo de la Segunda Guerra Mundial demasiada infamia como para otorgar a ese día la singularidad con que se le tiende a reconocer.

El ataque sin previa declaración de guerra no fue la excepción en esta contienda, sino la regla: Holanda, Bélgica, Yugoslavia, Dinamarca, Noruega o la Unión Soviética fueron invadidas por Alemania sin que mediara aviso previo alguno. Como fue invadida Polonia , primero por las tropas de la Wehrmacht, y más tarde por el Ejército Rojo.

La diferencia, sin embargo, es que muchos de esos ataques que sufrieron los países del continente europeo no fueron exclusivamente a acuartelamientos del ejército, buques de guerra u objetivos militares. Ciudades enteras, como Varsovia, Róterdam o Belgrado, quedaron arrasadas. Las víctimas civiles se contaron por millares. En el ataque a Pearl Harbor, sin embargo, apenas pasaron del medio centenar.

Ni siquiera la base en sí fue el objetivo principal de los aviones japoneses, ya que la mayoría de sus más importantes instalaciones resultaron respetadas, desde el Cuartel General, hasta el astillero y talleres de reparación o los depósitos de combustible: se atacó fundamentalmente a la flota y los aeropuertos.

Por otra parte, tampoco los países del Eje tuvieron el monopolio en la infamia de atacar sin que mediara un aviso previo o una declaración de guerra… El Reino Unido invadió y ocupó Siria y el Líbano, colonias de Francia, país del que había sido aliado y con el que no estaba enfrentado. Ya con anterioridad, la Royal Navy había hundido a algunas de las mejores unidades de la flota francesa en sus ataques por sorpresa a los puertos de Mers el-Kebir y de Dakar.

Justo once meses después de Pearl Harbor, el 8 de noviembre de 1942, tropas norteamericanas invadían, por medio de tres desembarcos casi simultáneos, Argelia y Marruecos, territorios ambos pertenecientes a la Francia con capital en Vichy, con quien Washington mantenía en ese momento relaciones diplomáticas plenas… Demasiadas infamias. Y las hubo mucho mayores a lo largo de esos casi seis años de guerra.

Oficialización

Más allá de la retórica y el mito, Pearl Harbor permitió a Roosevelt oficializar una guerra en la que, de hecho, ya estaba participando con la entrega de todo tipo de material militar, singularmente buques, a los británicos o con la extensión de las aguas bajo el control de su marina para proteger a los convoyes que abastecían al Reino Unido.

Y soldados norteamericanos relevaron en la estratégica Islandia a la guarnición del Royal Army que, por cierto, se mantenía en la isla después de haberla ocupado por la fuerza y sin previa declaración de guerra. Pero aún se va más lejos: en junio de 1941 son congelados todos los activos alemanes e italianos en Estados Unidos.

Y ante la falta de reacción de Berlín o Roma (que quieren evitar a toda costa que el ejército norteamericano participe en la contienda), Washington ordena el cierre de los consulados de ambos países. Con los mismos criterios se estaba ayudando a China contra Japón, al que, además, se le cortó el vital suministro de petróleo, lo que le abocaba a paralizar a corto plazo todo el país y sus fuerzas armadas… Era el límite máximo al que el presidente podía llegar con una opinión pública mayoritariamente opuesta a participar en la contienda.

Respuesta militar

Para dar un paso más y entrar oficialmente en guerra, Roosevelt necesitaba una respuesta militar de cualquiera de los integrantes del Eje. Una respuesta que conmocionara al pueblo americano y provocara su indignación. Que le hiciera presentarse como víctima y no como agresor. Que incluso le diera el apoyo de quienes habían creído en las palabras del presidente cuando aseguró de manera solemne que no permitiría que ningún norteamericano fuera sacrificado en un campo de batalla extranjero…

En ese contexto, la flota estadounidense del Pacífico, en un gesto que fácilmente podría ser percibido como amenaza, zarpó de su habitual base californiana de San Diego para trasladarse a las islas Hawaii. Después pasó lo que pasó…

Y lo que pasó está aún sujeto a distintas interpretaciones y a algunas dudas, incluida la de por qué si Japón era el agresor, el causante de la justa ira de los norteamericanos, la decisión (muy acertada por otra parte) fue «Alemania primero». Ya el almirante de la US Navy Robert A. Theobald, que mandaba los destructores de la flota del Pacífico y más tarde estaría al frente de la Task Force 8 (Pacífico Norte), denunciaba en los años cuarenta lo que él llamaba «contribución de Washington al ataque japonés».

Y el analista André J. Mutterer llegaba a preguntarse si Pearl Harbor no fue en realidad más que «la trampa tendida por Roosevelt al Japón»… Lo fuera o no, ni rebaja la infamia de la acción japonesa, ni resta lo oportuno que resultó el ataque para los planes de Roosevelt.

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