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EL DEDO EN EL OJO

A DIOS ROGANDO… Y EN LA MEZQUITA MOLESTANDO

MARIO FLORES

Hubo quien defendía la Alianza de Civilizaciones y aquell resultó huero. El diálogo es estéril si quienes se sientan ponen los pies en la mesa

HOY vuelvo a hablar de la Mezquita, como si tuviera algún interés personal en aquello que los modernos repiten como cotorras: «ponerla en valor». Sepan ustedes que la Catedral-Mezquita no necesita ser «puesta en valor» porque «el valor ya lo tiene puesto».

Si la semana pasada hablaba sobre lo descacharrante que resulta pretender tasar su precio (y no lo hacían las Hermanas Hurtado aunque el diputado que lo proponía comparta el apellido), hoy vengo a referirme a la celebración del juicio en el que se ven imputados ocho musulmanes austríacos que, en la primavera del año 2010, se pusieron mirando a La Meca para rezar; hasta aquí nada habría que objetar si no fuese porque ese acto respetable lo llevaban a cabo en la Catedral-Mezquita de Córdoba un Miércoles Santo. Las cosas tornáronse naturalmente adulteradas y lo que era un ejercicio respetable mutó en un hecho lamentable, reprobable y de todo punto irrespetuoso. Y no venían los mahometanos austríacos pertrechados con acordeones tiroleses (ya podían) sino con modernos alfanjes reminiscencia de los que usaron sus ancestros en las Navas de Tolosa (total para nada: se fueron calentitos).

Las naves de la Mezquita y cuantas personas deslizaban sus ojos por los prodigios de nuestro templo, pudieron contemplar el brillo de afilados cuchillos, como si se escenificara de nuevo, más de diez siglos después, al asesinato de los mártires de Córdoba a manos de aquellos musulmanes tan escrupulosos con su fe.

Y el señor juez ha tenido que travestirse de San Eulogio para, como éste hiciera, registrar el testimonio de lo acaecido y dejar constancia para los anales de que cuando la fe cierra el paso a la razón surge el dislate como por generación espontánea. Y no hemos de olvidar que a la fe también se llega por la razón; Tomás de Aquino nos lo enseñó.

Vienen a juicio estos ocho imputados a declarar que, tras ser reconvenidos por los guardias de seguridad, no dejaron de rezar porque si lo hacían «la oración no valía», como si rezar fuera un juego de niños entre cuyas reglas valiese aquella tan inocente de «pisar la raya no vale». Y niegan haberse servido de armas blancas y de muletas para acometer al infiel que les perturbaba en sus provocaciones. ¡Pero hombre de Alá, si todos os estaban viendo!

Esos que resultan exquisitos ante cualquier insinuación aviesa sobre el Islam y se rasgan las vestiduras frente a supuestas afrentas, permanecen ahora mudos como el calvo de los siete enanitos.

Hubo quien defendía la Alianza de Civilizaciones y aquello resultó huero. Parece que el diálogo interreligioso podría resultar estéril si quienes se sientan a la mesa ponen los pies encima de ella.

Espero que rija la cordura. Dios lo quiera. .. o Alá, ya puestos.

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