«”Cabeza de cerdo” me obligó a abortar y a prostituirme»
Así lo contó ayer una menor, víctima del mayor proxeneta del mundo
«Cabeza de cerdo», «Padrino» o «Papá», el considerado durante años el mayor explotador sexual de mujeres del mundo, se sentó ayer en el banquillo de los acusados en la Audiencia Provincial de Madrid. Pero no abrió la boca. A Ioan Clamparu, que es como se llama en realidad, de 43 años y nacionalidad rumana, acusado de liderar una organización para prostituir a jóvenes compatriotas después de traerlas a España engañadas, el Ministerio Fiscal le imputa cinco delitos de prostitución, uno de ellos a una menor, y otro de aborto, para los que pide 28 años de cárcel.Fue uno de los capos más buscados por la Interpol desde 2004, cuando cayó su red y él logró huir, hasta que se entregó en Madrid en septiembre pasado por la presión policial.
Sí declararon dos de sus víctimas, ocultas tras un biombo, al ser testigos protegidos. La primera, con el nombre falso de Andrea, ofreció, entre lágrimas, un testimonio estremecedor. Explicó que llegó a España en junio de 2000, cuando tenía 17 años, porque se quedó embarazada y no se lo podía contar a su madre. «Un conocido me dijo que, si quería, tenía trabajo en España de camarera. Me pagaron el viaje y me dieron documentación falsa».
Grave por una hemorragia
Según su relato, «a los dos días de llegar a Madrid me llevaron a la Casa de Campo, con otras chicas del piso en el que me metieron». «Te mataré a ti o a tu familia si no haces lo que yo te digo», la amenazó el acusado, tras golpearla, cuando ella le dijo: «No me he venido aquí para esto». Agregó que, cuando le comunicó a una de sus guardianas que estaba embarazada, «Ioan me obligó a abortar y dos días después me pusieron algodón en la vagina para que siguiera trabajando». Tuvo que ir al hospital por la hemorragia que sufrió.
El letrado del acusado, por su parte, intentó mostrar que Andrea se contradecía. Así, aludió a una carta suya, en la que relataba: «Desde que he hecho esto no puedo dormir por las noches y tengo pesadillas con un niño que me pregunta por qué lo he matado. Sólo Dios sabe que no quería hacerlo». Indicó que ella no entendía el idioma, que fue acompañada a la clínica por una persona que le hacía de traductora, presente en la entrevista, extremo que los médicos consideraron «insólito». Éstos indicaron que no notaron que tuviese dudas sobre la interrupción del embarazo.
Explicó que ganaba 600 euros al día trabajando desde las 22 hasta las 5 horas y que los ayudantes de Clamparu «nos quitaban el dinero para pagar la deuda del viaje». «Él era el jefe, porque cuando teníamos problemas venía y nos pegaba».
«Mandaba él. Controlaba a más de cien chicas en la Casa de Campo. Siempre nos estaban vigilando, a pie o en el coche», indicó la segunda víctima. Ambas, interrogadas por la fiscal, manifestaron: «No quiero indemnización, que vaya a la cárcel».
Uno de los policías que testificó en el juicio precisó que hicieron vigilancias en la Casa de Campo, tras recibir las primeras denuncias en 2004, en donde identificaron a miembros del grupo. «Iban armados y daban palizas a los clientes y a las chicas. Eran implacables. Todas le reconocían como jefe con auténtico terror».
En el juicio, que está previsto que acabe hoy, sólo se juzga a «cabeza de cerdo». Del resto de su red, sólo fue encausado uno, al que se le condenó a 8 años. El resto está en paradero desconocido.
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