La rebelión de la sardina

Fue un espectáculo con mayúsculas, aunque abajo del escenario, que no tuvo apenas uso. Bastó con juntar espetos con chorizos, butifarras con lomo y ponerlos a cocinar. El plato fue «de vergüenza», según lo calificaban algunos de los que estuvieron allí para apoyar a Sandokán, que comparecía para la prensa mientras en el parking vecinos de Las Palmeras, que habían acudido en decenas desde el cercano barrio andando por la calzada de la carretera de Palma del Río, luchaban por hacerse los primeros con la panceta y las sardinas que se asaban en la barca con arena que Gómez había mandado traer.

Pero no quedó ahí la cosa. «¿Por qué le han hecho esto a Rafael, si decían que lo querían tanto?», se preguntaba una mujer en la sede de la empresa después de ver cómo muchos de los que habían asistido al espectáculo lo protagonizaban llevándose sin permiso, sin control y a manos llenas gran parte de la comida que había preparada para cocinar en el improvisado chiringuito. Todo un homenaje a la tradición cordobesa del veraneo en Fuengirola, que cerró antes de lo previsto y sin más actuación estelar que la de la Policía que se personó en el lugar y la del propio Rafael Gómez calentando a las masas contra los medios por no darle su apoyo. Que se lo cuente a Ocaña.