Érase una vez... el sentido común
Marc Fumaroli discurre de Montaigne a La Fontaine en «La diplomacia del ingenio», que reúne dieciséis ensayos
SERGI DORIA
¿Qué conecta a los españoles Séneca, Quevedo, Gracián y Cervantes con los franceses Molière, Montaigne, La Fontaine y Perrault? Ingenio y sentido común. En «La diplomacia del ingenio» (Acantilado), Marc Fumaroli marca un siglo en el calendario. El XVII. Y un año: 1642, cuando ... Baltasar Gracián publica «Agudeza y arte de ingenio». El jesuita aragonés, apunta el catedrático de La Sorbona, «da un postrer brillo a la poética de la prosa de arte española, como si esa afirmación simbólica respondiera, en el plano del ingenio, a la derrota en el plano de las armas». El arte del ingenio que postula Gracián se parecería a la tauromaquia porque, añade Fumaroli, «se cifra totalmente en el estilo y acepta la muerte en pago del más mínimo error, el menor retraso, la menor superfluidad... Un método retórico que se superpone a todos los géneros literarios, en prosa o verso». Si acudimos al símil futbolístico, en la liga de la palabra compiten tres selecciones que aspiran al trofeo del refinamiento: España, Francia e Italia.
El ingenio como hegemonia imperial evolucionará en diplomacia de la conversación. La diplomacia del ingenio alumbra los géneros literarios más actuales. A la novela se añade el ensayo, las memorias, la literatura epistolar, el pensamiento aforístico. Una nueva prosa que no se limita al círculo de iniciados, subraya Fumaroli, apela al sentido común: «Entre el ingenio y el vulgar sentido común, que sigue ciegamente la opinión, se extiende el fértil dominio del sentido común en su acepción ciceroniana». Un espacio que comunica la alta cultura con la popular. El modelo es Montaigne: aúna ingenio y sabiduría civil para consolarse de un mundo violento. Aislado en su torre intenta «amansar las fieras que han provocado las guerras de religión y las guerras dinásticas». Definitivamente moderno, Montaigne elude formalismos cortesanos para explayarse «en la confidencia del alma y la libre sinceridad». En los «Ensayos», Fumaroli detecta un «estilo de la libertad» que huye de la cultura institucional y «su retórica de aparato». Un estilo deudor de Séneca, donde «la humildad es sólo aparente, o más bien una extrema ironía». Asoma el sujeto privado: su discurso civil prefigura los derechos humanos.
Clasicismo francés
En treinta años, el autor de «El Estado Cultural» ha estirado el hilo conductor del clasicismo francés: los dieciséis ensayos de «La diplomacia del ingenio» desmuestran la conexión entre el teatro de Molière, Corneille, Marivaux y Beumarchais; el arte de la conversación, las novelas epistolares o dialogadas, el protagonismo literario de la mujer, el «Discurso del método» de Descartes, los primeros tratamientos de la melancolía, «enfermedad del amor» que Cervantes disecciona en «El curioso impertinente» y los cuentos infantiles.
Publicada en 1605, la «nouvelle» cervantina despertó tanto interés en Francia, explica Fumaroli, que vio la luz un año después, en 1606, «en edición bilingüe, antes incluso de traducirse el Quijote...» Basándose en el «Orlando furioso», Cervantes concilia «la risueña ironía de Ariosto con la compasión identificadora de las novelas de caballerías». El «Curioso» inspirará tragedias de la Inglaterra jacobina, la princesa de Clèves de madame de La Fayette y al Corneille que mira a España adaptando a Guillén de Castro en su obra «El Cid».
Centrada en el sentido común, la «diplomacia del ingenio» atraviesa las fábulas y cuentos: el disco duro de nuestra primera memoria. «Coach» avant la lettre , La Fontaine nos ayuda a salir bien parados de los lances sociales con sus cuervos, ranas, liebres y zorras inquietantemente humanos. Perrault tamiza con sentido común los cuentos crueles del aprendizaje vital: de Caperucita Roja a Cenicienta, pasando por la Bella Durmiente, el Gato con Botas, las hadas, Barba azul y Piel de asno. Bajo la máscara «infantil» de un mero transmisor de los cuentos de la abuela, concluye Fumaroli, «Perrault estaba confiriendo a la lengua clásica, purificada para adaptarla al delicado oído de las damas de la alta sociedad, la inocencia de un mito de origen y la infancia». La alquimia de las palabras. El arte supremo de contar: «Érase una vez...»
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