Manzanares, dos orejas y Puerta Grande en San Isidro
Julián López «El Juli» también paseó un trofeo
ANDRÉS AMORÓS
Después de la Puerta Grande de Talavante, el ambiente taurino de San Isidro está —como en la película de gánsteres de James Cagney— de verdad «al rojo vivo». El cartel de hoy es de máxima expectación: reventa, gente famosa... «Tarde tormentosa» (como en la melodía ... de jazz), chaparrones dispersos y mucho viento que molesta claramente a los toreros. Toros deslucidos, esfuerzo de los diestros y, al final, riesgo y triunfo grande de José María Manzanares: una impecable estocada en la suerte de recibir, después de una faena de mérito, pone en sus manos las dos orejas. ¡Otra Puerta Grande! ¿Quién se acuerda ahora de algunos políticos?
La tarde comienza mal con el remiendo de los toros de Núñez del Cuvillo por dos de Ortigao Costa. La pregunta es obvia: ¿no tenía el ganadero toros suficientes para una corrida completa? La autoridad también ha debido de ser hoy más estricta. Aún así, la presentación de varios es regular, suscitan el enfado de los sectores exigentes. Algo escurridos son segundo, tercero y cuarto: todos los de Cuvillo, salvo el sexto, con más pitones. Los más descarados de cabeza, éste y el quinto, de Ortigao, devuelto por flojo. El primero, también de Ortigao, y el sobrero de Carmen Segovia, demasiado sosos.
El mayor interés se centra en dos toros, los que matan en segundo lugar El Juli y Manzanares.
Ya sabemos que a Julián se le exige mucho en Madrid. Su primero se va del caballo, flaquea, no tiene ninguna codicia. Lo lleva al centro del ruedo y muleta correctamente, pero sin brillo, a un toro apagadísimo, que no transmite nada. Pincha antes de la estocada con el habitual saltito.
El cuarto también es flojo, sale de las suertes con la cara alta. Después de unos doblones eficaces, lo va metiendo en el canasto, poco a poco. Dejándole la muleta en la cara, consigue excelentes series por la derecha, mandando mucho. Sufre una colada, el toro protesta por la izquierda. Vuelve a la derecha y logra buenos muletazos de mano baja, que enlaza con el cambio de mano y el ligado de pecho. Mata con decisión y la Plaza pide la oreja, que el presidente concede pero no pocos protestan. División de opiniones: una de las grandes tradiciones españolas.
José María Manzanares se enfrenta en primer lugar a un toro flojo y manso, que huye a tablas pero sí galopa. Magníficos pares de banderillas de Trujillo, que saluda. Molestado por el aire, José María enlaza muletazos con su habitual estética: acompaña con la cintura, liga, manda. Cuando le baja la mano, el toro clava los pitones en la arena y le busca a la salida de las series. Estocada al encuentro.
Fenomenal estocada
Pero llega el sexto, otra vez bajo la lluvia. Es muy astifino, levantado: el único de Cuvillo que nadie protesta de salida. Coge al caballo por las manos y derriba al piquero Chocolate, que ha de pasar a la enfermería, por la gran costalada. El toro tiene mucho que torear pero se mueve, más largo. Lo templa primero por la derecha, alarga la embestida hasta conseguir un círculo completo. Sale de un momento de apuro con un garboso molinete. Los naturales tienen lo que su nombre indica: naturalidad. Le da pausas pero el toro se queda. En un cambio de mano, el toro lo entrampilla con mucho riesgo, le rompe la taleguilla. La gente acaba de entrar en la faena: no ha sido sólo de estética sino también de mando y valor. Como debe ser. Y lo abrocha todo con una fenomenal estocada en la suerte de recibir: en lo alto, atracándose de toro. Visto en directo, parece perfecta. El entusiasmo se desborda: dos orejas y salida a hombros verdaderamente clamorosa.
Subrayemos algo. Manzanares es un segurísimo matador, con su peculiar técnica: abanica con la muleta hacia la izquierda, empuña el acero y cambia su sentido. Matando así, no suele fallar. Pero este año se ha empeñado en conseguir algo nuevo: matar recibiendo; es decir, la forma primitiva de matar los toros, la más arriesgada y más espectacular.
Tiene menos fortuna Castella. Su primero, justito de todo, se queda sin picar. Aguanta el francés dos coladas fuertes, en el centro del ruedo. El toro tiene peligro sordo. Consigue algún natural bueno, alargando la embestida. Y, muy cerca, le saca una tanda buena, con mérito.
El sobrero de Carmen Segovia que hace quinto es un manso muy manejable. Se hace ilusiones Castella y lo brinda al público, inicia faena con los usuales cambiados, en el centro del ruedo, pero el toro se apaga por completo: un marmolillo. Se escucha lo que nunca quiséramos oír en una Plaza: «¡Eso lo hago yo!» Es injusto pero expresa bien la decepción del público con toros que no transmiten ninguna emoción.
El Juli ha mostrado su maestría, su actual seguridad con todos los toros. Manzanares ha conquistado Madrid, después de Sevilla (Guadalquivir de arte, no Manzanares,le proclamó Antonio Burgos), Jerez, Valladolid... Va lanzado hacia la cumbre. Y todavía debe progresar, porque es muy joven. No es arriesgado pensar que puede ser torero de época.
El Juli y José María Manzanares son dos grandes toreros, en estilos diversos. Los dos, además, tienen carácter: felizmente. He recordado lo que escribió don Gregorio Corrochano de la última gran rivalidad de la historia, la de Luis Miguel y Ordóñez. Como Carlos V y Francisco I —decía—están totalmente de acuerdo: los dos quieren París; es decir, mandar en el toreo. Son las dos porterías del fútbol que don Gregorio echaba de menos en los toros: dos figuras que apasionen a la gente y susciten discusiones, polémicas.
Eso es exactamente lo que la Fiesta necesita, mucho más que pasar a un Ministerio u otro.. Con El Juli y Manzanares, puede haber tardes gloriosas: ha de ser con toros encastados, naturalmente. Eso sería, de verdad, como en las películas, un auténtico «Duelo al sol», un «Duelo en la alta sierra».
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