La incontinencia sexual del poder
El sexo ha hecho perder la cabeza y la vergüenza a los poderosos, a menudo embriagados por el mando
Cuenta la leyenda que España fue invadida por los árabes porque el Rey don Rodrigo violó a Florinda, hija del conde don Julián, que abrió las puertas del reino a los invasores como venganza. Asunto que inspiró numerosos romances. Como aquel memorable que decía: «El desdichado Rodrigo soy... el que tiene su alma perdida, por cuyos negros pecados toda España es destruida». Y que culmina describiendo cómo se ceba con él una culebra «comiéndole por do más pecado había».
Tras don Rodrigo, la leyenda se materializó a menudo en historia. El poder, dicen, es un afrodisiaco. Lo aseguró el ex secretario de Estado norteamericano, Henri Kissinger , quien decía hablar por experiencia. Y lo probó en carne propia el presidente John Fitzgerald Kennedy , quien en su disculpa aseguraba que si pasaba 72 horas sin sexo sufría unos insoportables dolores de cabeza.
Ese incontinente apetito sexual se ha convertido a menudo en motivo de perdición para el poderoso, que en en la embriaguez del mando extravía también la vergüenza y el sentido común. Como don Rodrigo, son muchos los poderosos que pierden la cabeza y la decencia por el sexo. Y que, a menudo, han terminado contemplando cómo se les extraviaba también el poder por do más pecado habían.
El caso más reciente fue el del ex presidente israelí, Moshé Katzav, a quien se le condenó a siete años de prisión por violar dos veces a una de sus colaboradoras cuando era ministro de Turismo en los años noventa. Menos escabroso, pero siempre turbulento fue el currículo de correfaldas de Bill Clinton . Acusado de acoso sexual en un hotel por su ayudante, Paula Jones, su carrera política casi se va al traste en el culebrón de su becaria Monica Lewinski. La historia del puro, la mancha y la conversación política mantenida en paralelo con toda sangre fría se colocó en el centro de la alta política internacional, con la guerra de los Balcanes y el futuro de la superpotencia norteamericana al fondo. Clinton lo negó todo. Ante su esposa y ante el Congreso. Mintió. Y aquello casi le cuesta el puesto, pues a punto estuvo de verse ante una moción de censura en el Senado.
En nuestros días, las juergas del «bunga-bunga» que Berlusconi mantenía en su mansión se han convertido en el factor más relevante de la política italiana. El primer ministro italiano podría verse en apuros si se demuestra que había menores implicadas en aquellas fiestas.
Pero injusto sería colocar todos estos casos en el mismo saco. Hay una diferencia fundamental si las relaciones son consentidas. O si en las mismas hay abuso de poder o un perverso ejercicio de autoridad desde una posición de superioridad.
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