La montaña sagrada del agua
Milagro hidráulico en KeniaEl padre Argese, zahorí, desvió un río y perforó un bosque sagrado para darde beber a 270.000 almas
ALFONSO ARMADA
«Yo no tenía conocimientos de ingeniería hidráulica. Las primeras obras las hicimos con la ayuda de unos amigos del padre Franco Soldat, que tenían ciertos conocimientos de la materia. Pero se acabaron marchando y nos quedamos solos. No nos quedó más remedio que aprender. ... Si quieres aprender, aprendes. Este es el proyecto de una vida. Lo que tendrá que ser será. Ahora el Comité de Agua se encarga de la gestión. Yo ya estoy de retirada. En Kenia no hay ningún proyecto que se mantenga más de treinta años. El de Nyambene es un caso único. Por eso parte de la tarea fue hacer consciente a la población de la necesidad de cuidarlo».
Yo no vine a África a hacer acueductos ni a buscar agua, sino a construir una catedral. Como vivía junto a una montaña subí a la montaña». La montaña es el bosque sagrado de Nyambene, en tierra de los meru, al noreste del monte Kenia, 26 grados de latitud norte, 76 grados de longitud este. Al padre Giuseppe Argese, misionero de la Consolata, zahorí, maestro carpintero, ingeniero hidráulico por necesidad, no le gusta hablar, y mucho menos de sí mismo. Sus obras hablan por él.
Hace más de cuarenta años, ante las imperiosas necesidades de agua de la diócesis de Tuuru, y por encargo del obispo, se puso manos a la obra. Con los ojos de la razón y los de la fe, y armado con una rama de zahorí, Argese se internó en la montaña y descubrió un manantial. Con la ayuda de la población local, los meru, y de otro padre italiano tan industrioso y solitario como él, Franco Soldat, fundó un sistema de abastecimiento de agua sin parangón en la corrupta Kenia.
Las cifras de esta traída de aguas, apadrinada y financiada por organizaciones no gubernamentales cristianas, como la alemana Miseror (que puso al inicio, en 1968, setecientos mil marcos) y la española Manos Unidas, son dignas de admiración por milagrosas. Se han tendido 381 kilómetros de cañerías, desviado el curso del río Ura, practicado tres túneles de más de 700 metros de longitud en total, se han costruido presas capaces de atesorar cerca de 70.000 metros cúbicos del líquido elemento y, sobre todo, proporcionado agua potable a 270.000 almas, 43.000 cabezas de ganado bovino y más de 20.000 ovejas y cabras a través de 5.088 grifos particulares, 201 instituciones públicas y 149 fuentes o quioscos.
Complejo andamiaje
Del padre Argese, de 78 años, habla con fervor otro misionero de la Consolata, el español Enrique Rituerto, un vasco de Ochandiano, que lleva 30 de sus 65 años en Kenia, y que durante un tiempo vivió bajo el mismo techo y compartió faena con el italiano. «Argese y Soldat eran dos genios. Por eso tenían que vivir solos. Cuando vives en comunidad tienes que renunciar al genio». Y ni Argese ni Soldat estaban dispuestos a renunciar a su misión. Claro que el proyecto de abastecimiento de agua de Tuuru ha absorbido hasta tal punto las energías de Argese durante los últimos 43 años que la catedral que vino a construir, la nueva iglesia parroquial de Mukululu, una impresionante obra de piedra, sólida y airosa, está todavía por terminar, aunque los muros exteriores dan cuenta del talento del arquitecto junto a la amplia capilla frontera donde por ahora se celeran las concurridas misas del lugar. Rituerto se encarga de recalcar que «la gente ha trabajado mucho con los padres. Han hecho del agua una obra propia. Han entendido que el bosque es un ecosistema frágil que hay que preservar a toda costa». Pero no oculta su temor, compartido, de que la desaparición de Argese puede poner en peligro todo el complejo andamiaje, la tupida red hidráulica.
Argese le quita importancia a su presencia, y recuerda que «hace tiempo que el sistema funciona solo». De hecho, únicamente acuden a él en casos de emergencia. Ahora está empeñado, con Manos Unidas y otras organizaciones, en financiar la presa número 3, que una vez construida almacenaría agua suficiente para atender «en tiempo de sequía» las necesidades de una población que se ha multiplicado atraída por la certeza del agua que sale del grifo, que no depende de la voluntad del cielo.
«Yo no vine a África a buscar agua, sino a construir una catedral»
«La mejor forma de predicar es hacer. Es decir, predicar con el ejemplo». Son palabras de Rituerto, que añade: «Argese se dio cuenta de que el agua de los escasos ríos corría en dirección sureste». Nada hacia el norte, donde se asentaba la población. Tras descubrir manantiales subterráneos («la montaña sudaba agua»), tuvo primero que persuadir a los meru de que le ayudaran a excavar túneles y levantar presas. No en vano consideraban a Nyambene un bosque sagrado: «Cuando enterraban a sus muertos lo hacían mirando hacia la montaña sagrada».
Hospitalario y buen cocinero, el misionero italiano abre su hogar de Mukululu al viajero. Vive solo en una preciosa casa de madera construida con sus propias manos, a la manera de Robinson Crusoe, al pie de la montaña. A pesar de sus inclinaciones ermitañas, ha levantado una segunda vivienda para huéspedes ocasionales con el mismo buen gusto de un carpintero con habilidades de ebanista capaz además de hacer vino blanco y tinto nada desdeñables. Su huerto/jardín es el de un sabio rústico. En un recuento apresurado el visitante descubre claveles y araucarias, uvas y almendras, pimientos, acelgas, lechugas, perejil, fresas, rosas, romero y tomillo, moras... El primor de esta huerta luminosa no hace sino revelar la pasión por la naturaleza de este hombre del Renacimiento transplantado de Italia a Kenia que se ha tomado al pie de la letra el Evangelio y se ha dedicado a dar de beber al sediento. De los 600 beneficiarios iniciales del sistema de abastecimiento de aguas se ha llegado a los 270.000 actuales.
Comité del Agua
De ahí la importancia del Comité del Agua, una especie de tribunal de las aguas a la medida de Mukululu, encargado de la gestión del agua de Tuuru y de dirimir litigios. A los que roban o no pagan se les insta a trabajar para la comunidad. «Mejor negociar que castigar», dice Rituerto. Gabriel Manghe, presidente del comité, subraya que «el proyecto fue iniciado por la Iglesia. Por eso la gente lo secundó. No era algo del gobierno. El gobierno llegó después: a recaudar impuestos, y a intentar nacionalizarlo». De momento, sin éxito. Los vecinos defienden su gestión. Con 101 empleados y una tropa de voluntarios, el sistema atiende ahora las necesidades de cinco parroquias. Sin embargo, la cuenta de resultados ofrece indicios preocupantes. No en vano todo lo que recaudan (unos 150.000 euros mensuales) se evapora: un 10 por ciento se lo llevan los impuestos, un 60 por ciento el pago de salarios, un 20 por ciento reparaciones y nuevas líneas y un 10 por ciento la administración.
Argese, que tiene la difícil ternura de un plantígrado (a la puerta de su casa, recia, que aguanta sin inmutarse los aguaceros tropicales de la temporada de lluvias, un rótulo anuncia: «La cueva del oso»), llegó a Tuuru a fines de los años sesenta para atender una escuela. Empezó a recoger niños con poliomielitis, y se dio cuenta de que no había agua suficiente. El zahorí se convirtió en ingeniero, el pastor de almas en aguador. Y se internó en Nyambene: un bosque húmedo, donde los helechos gigantes, las lianas, los musgos, los alcanfores, los ficus, los abetos y el ébano forman un tupido manto que guardaba un tesoro que Argese, con la ayuda de Soldat, desenterró. Argese ha conseguido domesticar a la montaña sagrada, pero es consciente de que no se puede exprimir a la naturaleza hasta agotarla. Invita a escuchar la lengua secreta del bosque sagrado. Camina por Nyambene como un huésped: como quien se sabe de paso y que hay que preservar este paraíso terrenal.
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