Así fue la última entrevista
La periodista que entrevistó al cineasta para XL Semanal relata cómo fueron los preparativos y el desarrollo del encuentro
ANA TAGARRO
«¿Pero qué quereis hacer exactamente?» La pregunta me la hacía hace tres semanas el hijo mayor de Luis García Berlanga cuando lo llamé para proponerle hacer un reportaje con su padre en XLSemanal. «Mostrarle a la gente que Berlanga sigue ahí, viejito pero ahí, ... vivo y activo». Un mes antes había sabido por Médicos sin Fronteras que el genial director de cine, a pesar de llevar dos años alejado de los foros públicos, había protagonizado un spot para su magnífica campaña «Pastillas contra el dolor ajeno». La familia era reacia a que apareciese en un medio porque tenía importantes dificultades para expresarse, no porque tuviese alzheimer, que no era el caso, sino porque el deterioro causado por la edad le impedía desarrollar un argumento largo y hablaba muy despacio. Lo que no le impedía hacer frases incisivas y espontáneas: «El dolor me jode, pero morirme me jode más».
Con su hijo José Luis acordamos que no sería una entrevista al uso. Optamos por hacer un repaso de su vida a partir del álbum familiar. Llegamos a la casa de Somosaguas hace dos semanas, allí nos recibió un Berlanga, sonriente y muy afectuoso, y su mujer, María Jesús, una señora espléndida, con un humor ácido y seco, que merecería haber protagonizado alguna película de su marido. Que Luis estaba animado y lúcido lo demuestran sus comentarios a las fotos. Cuando le decíamos «Ésta es de cuando se fue a la División Azul», corregía: «No. Es cuando volvíamos. ¿No ves que nos estamos riendo?». O, ante las fotos de su boda y las quejas de su mujer porque no la dejó casarse de blanco, comentaba: «¿No te dejé? Bueno, sería así. Pero luego lo usamos en “El Verdugo”». Entre las fotos aparecían muchas de sus cuatro hijos. Uno de ellos, Carlos, compositor y cantante en La movida, murió en 2002. José Luis nos contaría por primera vez cómo había vivido la familia la muerte de su hermano.
Este jueves José Luis me comentó que un catarro tenía muy malito a su padre, pero el día que estuvimos en su casa estuvo especialmente vivaz y no dio en ningún momento síntomas de cansarse o aburrirse. Al contrario, cuando hacíamos las últimas fotos desde la parte alta del salón, él miraba y saludaba con entusiasmo. Al irnos, reteniendo mi mano entre la suya con gran ternura, se despidió con una sonrisa y un «hasta pronto», un emotivo gesto que hoy cobra un especial significado.
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