Castro agrupa a los prisioneros antes de que salgan a España

Como en el caso de los desterrados en 2008, también el reencuentro entre los reos y sus familias será en el aeropuerto, a donde serán conducidos bajo custodia policial, para volar en un avión alquilado entre mañana y el miércoles.

La jerarquía de la Iglesia católica cubana, que desde mayo mantiene un diálogo sobre los presos políticos con la dictadura castrista, difundió el jueves y el sábado los nombres de los 17 reos que respondieron «sí» al cardenal Jaime Ortega cuando les llamó personalmente para preguntarles si estaban dispuestos a empezar una nueva vida en España. Aunque los rumores propios en una dictadura apuntaban que serían finalmente 25 los presos que abandonarían la isla en los próximos días, según aseguró por teléfono Berta Soler, integrante de las Damas de Blanco y esposa del preso político Ángel Moya Acosta.

En el hospital de esa macroprisión de La Habana se encontraban al menos una decena de los 17 opositores, procedentes de diferentes cárceles del interior del país, para realizar las pruebas médicas y trámites migratorios previos al viaje, según informó el prisionero de conciencia Normando Hernández a la disidente Martha Beatriz Roque en la madrugada de ayer.

Al mismo tiempo, la mayoría de las familias residentes en las provincias ya se hallaban en La Habana para realizar los mismos trámites que los reos, alojadas en una unidad militar del Ministerio del Interior en la periferia de la capital, según informaciones coincidentes de las Damas de Blanco y otras organizaciones de la oposición. La comunicación y las visitas a las familias hospedadas en el Instituto Capitán San Luis era imposible, según denunciaron los mismos portavoces consultados. «Es un secuestro virtual», precisó Elizardo Sánchez.

Alida Viso, la esposa del corresponsal de Reporteros sin Fronteras Ricardo González Alfonso, se encontraba en una clínica del Vedado para realizarse el chequeo médico junto a otras cuatro familias cuando recibió la llamada de este periódico. A su lado, Oleivys García, la mujer del periodista independiente Pablo Pacheco, explicaba que había llegado a las siete de la mañana, después de un viaje de seis horas desde la provincia de Ciego de Ávila, con su hijo de once años. Dejaron el equipaje en la mencionada unidad militar de Valle Grande —donde recibieron un trato «bien exigente» (de buena calidad)— y se dirigieron hacia la clínica.

Por Yaraí Reyes, la esposa de Normando Hernández, supieron que el reencuentro con sus maridos sería en el avión, después de más de siete años de ausencia de casa. Al dramatismo de tener que dejar atrás a parte de la familia, los amigos y su país, se unen momentos dramáticos como el que vivió Yaraí, a quien las autoridades le dieron dos horas para recoger sus pertenencias antes de viajar desde Camagüey.

Aunque tanto la Iglesia católica como el ministro de Exteriores, Miguel Ángel Moratinos, que ha «acompañado» el diálogo de la jerarquía eclesiástica, han insistido en que la salida a España es «voluntaria», el modo en que se están realizando las excarcelaciones ha hecho pensar a la oposición democrática que se trata de un «destierro encubierto». Laura Pollán, coordinadora de las Damas de Blanco, se preguntaba ayer qué pasará con los presos políticos que no quieran viajar a España, si volverán a su casa o no. Liberados o deportados, los opositores y sus familias llegarán a España después de la final del Mundial de Sudáfrica y del regreso de la selección española. Dos acontecimientos mediáticos que habrá quien se haya molestado en que no se solapen.