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ABC Cultural

Grave percance de Aparicio y triunfo de El Cid

ANDRÉS AMORÓS

La dramática cornada de Julio Aparicio, en el primer toro, marca el signo de la tarde. La flojedad y apagamiento de los toros de Juan Pedro (y los sobreros de Gavira y Camacho) está a punto de hundirla. En medio del guirigay, Morante borda el toreo con el capote y El Cid se reencuentra consigo mismo y con el público madrileño.

El primer toro parecía suave, justo de fuerzas: «va de dulce», dicen a mi lado. Pero tropieza al diestro y, en el suelo, le mete el pitón: tapándose la boca, con sangre, lo trasladan a la enfermería.

El signo trágico continúa en el primero de El Cid: después de dos buenos naturales, va claramente a por él y le rompe la taleguilla por dos partes... Por un momento, todos hemos creído que Morante se quedaba solo en el ruedo para matar los seis toros.

Luego, la flojedad y descastamiento de los toros de Juan Pedro está a punto de despeñar la tarde. Tampoco lo arreglan los sobreros, igualmente flojos y parados. Eso no impide que Morante de la Puebla borde el toreo a la verónica en el quinto. Y que El Cid culmine su gran tarde -¡por fin!- con una faena clásica, compacta: además de cortar una oreja, eso significa claramente su recuperación.

La tarde ha tenido algunas cosas más. Julio Aparicio, que venía de triunfar en Francia, ha toreado con su estética, muy tranquilo, al primero de la tarde, antes de que la res, como un futbolista leñero, le pusiera la zancadilla y, en el suelo, le metiera el pitón por muy mal sitio: algo que ha impresionado profundamente hasta a los más avezados.

Morante mata a ese toro y, a partir de ahí, cambia el turno: él lidia los toros impares y El Cid, los pares.

No triunfa José Antonio como hace un año pero no veo motivos alguno para reprocharle. El segundo que mata se para por completo en la muleta: no hay nada que hacer y desiste.

En quinto lugar, le corresponde uno de Juan Pedro, muy flojo, que es devuelto. Lo mismo sucede con el sobrero de Gavira, protestado por su presentación y su flojo comportamiento. Otro sobrero de Camacho, muy ensillado, levanta las tablas al rematar pero también se cae. Aunque se queda muy corto, Morante borda el toreo con el capote. No es un mito, no: lo mueve con una elegancia y un ritmo que hoy resultan, por desgracia, insólitos. También me gusta con la muleta al correr la mano. Dibuja naturales que hacen honor a su nombre. (Hoy, muchos olvidan que el toreo, como resumían Pepe Luis y Antonio Bienvenida, debe hacerse con naturalidad). Pero el toro no da para más y José Antonio se aflige al matar.

Y El Cid resucita, para los que lo daban por muerto. Toda la tarde muestra una gran actitud, una disposición evidente, sin una duda. Ya en su primero hace quites a cámara lenta y no se asusta por los arreones del toro: se mete en su terreno, con valor sereno y se justifica plenamente.

A su segundo, un sobrero de Gavira, lo torea primorosamente, muy tranquilo, mientras el toro aguanta. La suerte premia su actitud de toda la tarde con el último, el mejor de Juan Pedro. Con él, El Cid vuelve a desplegar en plenitud su clasicismo: conduce perfectamente las embestidass por la derecha, manda, alarga, liga con el de pecho. (Algunos derechazos, en este toro, y algunos naturales, en el anterior, han sido de lo mejor de esta pobre Feria). Pero el toro se acaba pronto y no le permite cuajarlo por la izquierda. Por ello se ha de contentar con una oreja, después de una gran estocada: sí, «el Cid cabalga».

Una tarde de luto por la sangre de Aparicio y de gloria por el arte de Morante y El Cid: «sangre y arena» y arte.

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