Shanghai'10, laboratorio de arquitectura
Las exposiciones universales nacieron en el siglo XIX para mostrar al mundo lo mejor de cada país. Puro espectáculo donde los pabellones de cada nación han sido pieza clave para el reclamo y la experimentación arquitectónica. La Torre Eiffel, el Pabellón van der Rohe y ... el Atomium fueron obras coyunturales que surgieron por y para una exposición universal. Hoy son auténticos iconos con mayor o menor fortuna. Shanghai es el último acto. ABCD repasa este fin de semana la simbología histórica de las exposiciones universales y algunas de las obras que con el tiempo se han convertido en auténticos iconos.
Torre Eiffel (PARÍS, 1889). La permanencia es seguramente el deseo secreto que subyace tras la creación de muchas de esas estructuras diseñadas para formar parte del escenario de los eventos culturales de trascendencia planetaria, como son las exposiciones internacionales y universales, las olimpiadas y todo tipo de acontecimientos similares. Se trata de alcanzar el estatus magno en la Historia de la Arquitectura y en el imaginario de la humanidad que han logrado estructuras que se crearon para ser pabellones o emblemas icónicos, del que la Torre Eiffel, motivo de la Exposición Universal de 1889 en París, es el paradigma absoluto. Aquella torre de acero de más de 300 metros de altura, erigida como reflejo exultante de la enérgica intensidad de la actividad cultural y científica que hacían de París, exactamente un siglo después de la Revolución Francesa, el centro vital del planeta, ha sobrevivido a las duras controversias que su construcción generó y a la inicial expectativa de vida de dos décadas. Eiffel la concibió como una estructura desde la que desarrollar investigaciones científicas. Actualmente, además de constituir la atracción turística obligada de la capital, ejerce eficazmente como enclave de telecomunicaciones.
Crystal Palace (LONDRES, 1851). Exposiciones universales e internacionales surgieron inicialmente a mediados del siglo XIX como grandes exhibiciones del nivel de desarrollo de la civilización de la era industrial. Las arquitecturas creadas como escenario contribuían a reforzar ese carácter de gran acontecimiento y a subrayar su vocación de símbolo de progreso. Desde aquella expresión de modernidad que fue el Crystal Palace (diseñado por Joseph Paxton para la primera gran exposición de 1851 celebrada en Londres, y que supuso la prueba que corroboraba la emergencia de una nueva arquitectura que exigía nuevos criterios de valoración), los pabellones realizados para este tipo de eventos se han planteado como culminaciones del potencial tecnológico de cada momento y como proyecciones de la esencia más sublime de la capacitación humana.
Pabellón Mies van der Rohe (Barcelona, 1929). Entre los pabellones para exposiciones construidos durante el siglo XX, sólo algunos han acabado perteneciendo a la categoría de obras esenciales de la Historia de la Arquitectura. A ella pertenece el Pabellón de Alemania de Mies van der Rohe, obra fundamental de la modernidad. En él su artífice resolvió cuestiones cruciales de la expresión arquitectónica de ese momento. Originalmente construido para la Exposición Internacional de Barcelona en 1929, fue desmantelado poco después de su clausura para ser reproducido a mediados de los ochenta para convertirse no sólo en uno de los referentes del patrimonio arquitectónico de la ciudad, sino también en un activo centro protagonista de la vida cultural local. Este desmantelamiento y posterior reconstrucción para acoger un nuevo uso específico, y erigirse a la vez como pieza de culto, es un proceso que forma parte de la historia de otros pabellones: el Crystal Palace se trasladó, tras la exposición de su emplazamiento original en Hyde Park, a Upper Norwood (donde finalmente se incendió en 1936); otro ejemplo es la reproducción del Pabellón de la República Española de Josep Lluís Sert y Luís Lacasa, donde fue exhibido el Guernica durante la Feria Internacional de París en 1937, y reconstruido en Barcelona en 1992. Finalmente, pertenece también a la memoria de la arquitectura del siglo XX el pabellón de Finlandia de Alvar Aalto para la Exposición Universal de 1939 en Nueva York.
Cúpula Geodésica (Montreal, 1967). Emparentado, y superando la determinación visionaria con que se materializó la Torre Eiffel, aparece la impresionante Cúpula Geodésica diseñada por Richard Buckminster Fuller y Shoji Sadao, que fue el Pabellón de Estados Unidos para la Exposición Internacional de Montreal de 1967, y que hoy acoge el Biosphère (Museo de Medio Ambiente). Tampoco se puede olvidar Aquapolis, una estructura flotante diseñada por el metabolista Kiyonori Kikutake para la Exposición Internacional de Okinawa de 1975, y en la que se concretaban sus investigaciones sobre la posibilidad de crear ciudades marinas, y que estuvo en uso hasta 1993. Cómo no, otra de las estructuras más icónicas surgidas con motivo de una exposición universal fue el Atomium , diseñado por el ingeniero civil André Waterkeyn para la de Bruselas de 1958.
Pabellón-Puente (Zaragoza, 2008). Tras la II Guerra Mundial, el carácter de las exposiciones fue transformándose para ir constituyéndose cada vez más claramente como eventos con un carácter lúdico y pedagógico, cuya celebración proporcionaba el mejor argumento para desarrollar estrategias urbanas que revitalizaran determinadas áreas de las ciudades anfitrionas, utilizándolas como supuestos bálsamos milagrosos. Desde esta concepción, el pabellón, aun sin perder la esencia que lo distingue como objeto arquitectónico excepcional y simbólico, aspira a trascender esa dimensión de objeto contenedor, efímero constructor del escenario contextualizador del evento, en pos de una ambición de perpetuidad que cada vez en más ocasiones se corrobora imposible, ya que la desmesura vanidosa de algunos de estos edificios ha hecho muy difícil su reconversión.
El Pabellón-Puente de Zaha Hadid para la Exposición Internacional de Zaragoza puede ser, por su falta de uso hoy y su deterioro material, uno de los exponentes más cercanos de esa incongruencia que hace patente cómo es preciso replantear la necesidad de espectacularidad de estos eventos y que induce a la convicción de que es preciso, por el elevado costo y por el valor añadido como piezas dinamizadoras urbanas que se les quiere atribuir, conservar este tipo de estructuras, que a veces, por mor de la fastuosidad, acaban exudando un valor arquitectónico muy discutible.
De una forma u otra, algunos pabellones han permanecido. Incluso, hasta llegar a hacerlo bajo la forma de una reproducción. No obstante, en la coyuntura actual y con la experiencia de la Historia, se hace necesario reconocer que no es posible asimilar todas esas estructuras, para así evitar caer en la tentación de levantar edificios tan caros e imposibles de desmontar, y posiblemente también tan desvinculados del auténtico espíritu del tiempo presente, ya que pueden terminar haciendo de la superficie de una exposición un cementerio de inmuebles.
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