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Leo Messi, una estrella de andar por casa

Encumbrado por sus últimas exhibiciones, el argentino, de 22 años, mantiene intacta su rutina. Hogareño, familiar y poco dado al glamour, la estrella azulgrana no se olvida de lo difíciles que fueron sus inicios

Leo Messi, una estrella de andar por casa

Apenas levantaba un metro del suelo y el pequeño Leo ya era un gigante. Más o menos equiparable a lo que es ahora, el mejor jugador del planeta. Por entonces, en su Argentina natal, Messi traumatizaba a todo niño que intentaba frenarle, situación que se repite cada tarde en la actualidad. Siempre con la pelota cosida a su pie izquierdo, el más cotizado del mundo, tan exquisito que hasta se le equipara con sólo 22 años a los cuatro grandes de la historia (Alfredo Di Stéfano, Pelé, Johan Cruyff y Diego Armando Maradona). Se pregunta el personal dónde está el límite de Leo Messi (Rosario, 20 de junio de 1987), pero nadie parece tener la respuesta porque cada día se adentra un poquito más en lo desconocido.

Una anécdota de sus años mozos sirve para desenmascarar al personaje, cuya ambición es incomparable. Sin que se sepa el motivo, resulta que Leo, cuando se formaba en las categorías inferiores de Newell's Old Boys, se quedó encerrado en un lavabo y no había remedio para abrir la puerta, un drama ya que ese día se disputaba la final de un torneo cuyo premio era una bicicleta, palabras mayores para esa muchachada. La solución, después de miles de intentonas fallidas, fue romper el cristal de la puerta y, aunque llegó con el primer tiempo ya disputado (su equipo perdía 1-0), Messi marcó tres goles y dio el triunfo a sus amigos. Alma de líder que exhibe de forma silenciosa también ahora con el Barcelona.

«Pagaría por ser anónimo»

Silencioso porque Messi no es de los que reclama la atención mediática, cuota que corresponde a otros jugadores que presumen de glamour y no ocultan sus excentricidades. «Pagaría por ser anónimo», dijo recientemente. No puede serlo, no puede pasar desapercibido y menos después de tantas entregas de excelencia en el campo. Si Messi sale en los medios de comunicación y acapara portadas es precisamente por su fútbol y no por sus aventuras extradeportivas, receloso cada vez que se le pregunta algo sobre su vida privada.

Sólo una vez habló al respecto ante las cámaras. Fue para confirmar que tiene novia, de nombre Antonella, bella argentina morena que estudia Nutrición y con la que comparte intimidades siempre y cuando el trabajo concede una tregua a Leo, enfrascado en una vorágine permanente que se inició cuando abandonó el modesto barrio de La Tablada, en Rosario, rumbo a Barcelona. Con Antonella (y el perro) se le ve pasear a menudo por la playa de Castelldefels, el lugar escogido por la familia Messi para vivir, localidad aislada del núcleo urbano y destino frecuente entre los futbolistas y otros famosos. «Conozco a Antonella desde que tengo cinco años, es la prima de mi mejor amigo, rosarina como yo. La he visto crecer y ella me ha visto crecer a mí. Nuestras familias se conocen, así que no tenía dudas», confesó Messi, que de inmediato recibió la aprobación de los suyos. Antonella, siempre en segundo plano, es una más e incluso se va de viaje con la familia al completo.

Porque para Leo la familia es sagrada. No se separa nunca de su gente aunque su madre, Celia Cuccitini, y su hermana, Marisol, tuvieron que regresar a Rosario por problemas de adaptación. Y no precisamente con la ciudad, que les encanta. Cuentan que a la niña, la menor de cuatro hermanos (los otros dos se llaman Matías y Rodrigo), se le atragantó el catalán y retomó los estudios en su país, pues en Barcelona no encontraron un centro apropiado. De hecho, y pese a llevar media vida en Cataluña, Messi no se atreve con el catalán y ni siquiera ha perdido el acento argentino, explotando las expresiones típicas del lugar.

El estirón de Leo

Con perspectiva, ahora que pasea feliz por el paraíso de los elegidos, Messi se acuerda constantemente de sus inicios. «No fue nada fácil», relata Jorge, su padre, encargado de tomar una decisión trascendental cuando el niño tenía 13 años. A su hijo, que no crecía ni a tiros (medía poco más 130 centímetros y pesaba 30 kilos), se le diagnosticó un retraso en el crecimiento (desarrollo de la estructura ósea) a causa de un déficit en la producción de la hormona del crecimiento. Conclusión: necesitaba un tratamiento especial que costaba cerca de 1.000 euros mensuales y la familia no podía permitirse semejante lujo ya que el padre era un humilde trabajador de la industria metalúrgica. Y tampoco ningún club argentino, por lo que la aparición del Barcelona fue como un milagro.

A Josep Maria Minguella, ex agente de jugadores con media vida dedicada al Barcelona, le pusieron en la pista desde Rosario dos colegas (Martín y Fabián) y al ver en acción a ese chiquillo se le iluminaron los ojos. «Lo vi clarísimo, no dudé ni un segundo, era diferente», confiesa. Se puso en contacto con Carles Rexach, entonces secretario técnico del club catalán, que tuvo una reacción similar, pero algo más campechana, fiel al estilo Charly: «¡Cojones! A este niño hay que atarlo», exclamó.

Aunque parezca increíble, hubo quien puso reparos a su fichaje. Demasiado pequeño de estatura y de edad, al margen de su coste, que implicaba un contrato laboral para el padre y su estancia. Resueltos los escollos, la manera provisional de darse el «sí, quiero» fue surrealista. Se autorizó la operación en la servilleta más famosa del mundo: «Yo, Charly Rexach, en presencia de Horacio Gaggioli (representante del jugador) y Josep María Minguella, me comprometo a la contratación de Lionel Messi en las condiciones pactadas, a pesar de la contra interna que existe en el club». Y desde entonces (14 de diciembre de 2000) hasta ahora, el sueño rosarino de Leo Messi hecho realidad. «Muchas veces me miro al espejo y pienso que lo que me está pasando no es verdad. No me lo puedo creer, nunca soñé con que las cosas salieran así de bien», expone, tan risueño como serio cuando piensa en sus inicios: «Lloraba mucho porque no estaba el resto de mi familia, pero nunca delante de mi papá. Me escondía. Resultó complicado, yo era muy pequeño». Echaba de menos a toda su tropa y en especial a su abuela Celia, que fue la primera en llevarle a un partido de fútbol.

Ronaldinho, lo bueno y lo malo

Reclamo publicitario, Nike, la marca deportiva que le vestía anteriormente, la clavó con un anuncio en el que Messi, un auténtico desconocido en plena pubertad, alertaba al universo: «Recuerda mi nombre», sentenciaba. Ahora se le conoce en cualquier esquina y es el ídolo de los niños, la aspiración de todo chaval sin que importe su lugar de origen. Su camiseta arrasa en la tienda oficial del Barcelona como en su día ocurrió con Ronaldinho, referencia de Messi cuando el brasileño contagiaba al entorno con la sonrisa y su saludo surfero. Tan íntima fue la relación que tuvieron, siempre con Deco de por medio (de hecho, Messi llevaba el dorsal «30» porque era la suma del «10» de Ronnie y del «20» de Deco), que la directiva del Barcelona respiró aliviada cuando Ronaldinho asumió el fin de su era como azulgrana, entregado a la causa nocturna y anteponiendo la noche —con todos los excesos que ello implica— al fútbol. Era la época de la autocomplacencia tolerada por Frank Rijkaard y Messi se dejó llevar, continuamente lesionado por no controlar su alimentación y sus hábitos.

Ahora no se separa ni de Gabi Milito —uña y carne, le ha dedicado sus dos últimos goles— ni de Pinto y ha apartado las pizzas, el escalope a la milanesa, el chocolate y los refrescos de cola. Al menos a los ojos de Pep Guardiola, que desde que tomó los mandos le privó de todos sus caprichos alimentarios y le ha fijado una dieta en donde priman las verduras, la fruta, la carne y el pescado, todo un descubrimiento para él.

Muy, pero que muy hogareño, con cierta alergia a los sitios públicos y a las discotecas, consume horas frente al televisor o jugando a la «Play» con música cumbia o de Eros Ramazzotti de fondo. Conduce un Audi Q7, es el icono de Adidas —hasta en eso compite con Cristiano Ronaldo, que es la principal imagen de la competencia— y no se puede decir que varíe mucho su indumentaria (siempre tejano, camiseta y calzado deportivo). De hecho, hasta hace dos años jamás había cambiado de peinado y pasó de la melena con raya al medio a un corte más inglés, obra de Ramiro y Sebastián, hermanos y peluqueros de Buenos Aires que le cobraron unos 80 euros por el cambio de «look».

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