Redondillas del alcalde
AL dar tierra a don Carnal/ los ripios salen de balde,/ mas los que zurce el alcalde/ habrán costado un ojal./ Tal derroche de agudeza,/ tal finura en el dibujo,/ tal boato, tal embrujo...,/ ¡Viva Madrid, viva el lujo! ¡Viva la inopia del blanco!/ ¡Viva la guasa del negro!/ ¡Vivan el yerno y el suegro!/ ¡Viva Prisa, viva Franco! Y es que el arte del edil/ no se paga con dinero./ Otra ronda, camarero,/ en honor del zascandil.
Como vate, el tío Alberto/ es la caja de Pandora;/ tanta malicia atesora/ que compone en verso muerto./ Quiere rimar el futuro/ con la ruina del presente,/ pero no engaña si miente:/ se clarea por lo oscuro./ De la vanidad mundana/ nada le resulta ajeno,/ atorrante cacaseno/ gallea de lo que afana./ Pero pica del tasajo/ si le atizan en la cresta:/ el leguleyo se apresta/ a socorrer al marrajo./ A la secta, por lo ameno;/ por el tras a los herejes,/ en esos tejemanejes/ es bonísimo, muy bueeeno.
Aspira, quizás en vano,/ en vano, conste, no en vena/ a madrugarle la cena/ a la doña y a Mariano./ El que espera, desespera/ y si se aspira en exceso/ el ansia te deja tieso/ y te sorbe la sesera./ Locura es que, por ser Ruiz,/ pretenda ser arcipreste/ (y pandémico y celeste)/ el que medra en el desliz./ Gaseoso y ambidiestro,/ el liróforo del foro/ oscila del caño al coro,/ ora fantasma, ora espectro.
Con la música no sacia/ el socavón de su ego/ y pretende dar el pego/ tirando de pluma lacia/ Solecismos a raudales,/ anacolutos de chiste.../ Lo del español ya es triste,/ apiádese de sus males/ Otrosí: no se rebote/ si, fungiendo de poeta,/ se lleva una cuchufleta/ o le motejan de zote. Cállese, dijo Quevedo,/ el que se ofenda del eco;/ no grite quien tenga miedo/ a que le afeiten en seco./ Pues si el padre del Buscón/ nunca rehuyó los retos/ de más prosaicos aprietos/ ha escapado Gallardón.
Al cabo, ¿de qué se trata?/¿De abocetar un romance?/ Los romances son un lance/ que despacha a cala y cata. Si fuera un soneto, aún/ se tentaría el cerebro;/ aparejar un requiebro/ lo solventa al buen tuntún./ Es Alberto tan gallardo/ tan gallardo y calavera/ que siempre que se sincera/ es para clavar el dardo./ Y si amaga que recula,/ no hace mutis el ladino./ Enfrascado en lo divino/ habla por boca de mula.
Porque de barrer la cuadra,/ con fervor y con arrobo,/ se preocupa Fray Escobo/ que, cuando no lame, ladra./ El coplero de coplones/ amonesta al as de coplas:/ «Cuidado con lo que soplas,/ padrino, que te indispones»./ «Una coplilla y remato»,/ asevera el aludido/ sacrificando al olvido/ la estática y el recato./ Luego, el numen es tacaño;/ las musas harto veletas;/ la lírica y las recetas/ no trascienden el apaño.
El regidor de la Villa,/ empero, supera el corte./ ¿Qué importa que pierda el norte?/ Todavía, ancha es Castilla./ Y, al sepultar la sardina,/ al asco le arrima el ascua/ e intenta hacerle la pascua/ a su indómita vecina./ Municipales y espesas,/ las trovas de Gallardón,/ petimetre y boquerón,/ quedan en fatuas futesas./ Si se marchase al «Inferno»/ en compañía del Dante / daría menos el cante/ y aminoraría el muermo. Abandonad la Esperanza./ Y «la Commedia _ finita»./ No cabe ni pon ni quita./ No hay delito sin venganza.
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