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El pacto

El sentido común, ya se sabe, es el menos común de los sentidos. En España, a lo visto, anda tan por los aires que raya en lo aristocrático. No se explica de otro modo que haya tenido que ser el Rey en persona quien de nuevo, pasadas las Fiestas, nos recuerde que «es hora de grandes esfuerzos y grandes acuerdos» para salvar la vajilla, a la espera de tiempos más felices en que poder tirárnosla a la cara. Como diría el Vitorio, que gusta de invertir los adagios, se puede decir más claro, pero no más alto.

Pero, señores, con la ideología hemos topado. Cómo van los partidos, tan partidarios de sí mismos, a renunciar a sus principios menos sólidos y a sus convicciones menos profundas en aras de esa cosa tan vaga -y ya tan improbable- del saneamiento económico. A la izquierda le gusta el reparto, en general de la pobreza, y a la derecha le puede su fe en la libertad, sobre todo la del dinero. Unos abogan por el subsidio y otros por el espíritu emprendedor. A lo mejor nadie tiene razón, sólo que unos menos que otros.

Los ciudadanos, evidentemente, tienen derecho a un gobierno que crea en lo que hace, y a una alternativa de gobierno que crea en lo que no la dejan hacer. Apañados estaríamos si Rajoy comulgara con la política socialista. Pero hay ocasiones en que hasta los españoles deberíamos entendernos, y ésta pudiera ser una. Aunque Zapatero viva instalado en las Batuecas, y aunque no acabe, la oposición, de concretar sus propuestas. Como a todo se aprende en esta vida, yo sólo sé que a poco que pactaran, sacarían mejor nota en las encuestas.

DESDE MI BUHARDILLA

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