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¿Un pacto de qué Estado?

PARA hacer un pacto de Estado, aunque sea sobre la economía y el empleo, lo primero que hay que tener es una idea más o menos común del Estado. La crisis política española es de tal envergadura que ni siquiera existe ese concepto elemental en torno al que se puedan acercar los distintos partidos, porque el zapaterismo ha destruido los consensos vigentes desde la Transición hasta poner en cuestión la estructura del Estado mismo, la idea de la nación como ámbito igualitario de convivencia. En este momento los socialistas, los populares y los nacionalistas no están en condiciones de acordar ninguna política para España porque antes tendrían que ponerse de acuerdo sobre qué es España. El conflicto sobre la estructura y el modelo territorial interfiere incluso la toma de medidas contra la recesión; el Estado central propiamente dicho, es decir, la Administración bajo la dirección del Gobierno, apenas controla el 25 por ciento del total de un gasto público en el que las autonomías campan como por viña sin vallado.

El prestigio de los grandes acuerdos políticos y sociales arraigó en el imaginario colectivo durante el tiempo liminar en que alboreaba la democracia, pero ese espíritu de concordia generosa y transversal es el que Zapatero se ha empeñado en liquidar durante seis años de gratuito trincherismo. Aun zarandeado por una crisis que pasó directamente de negar a darla por superada con idéntica contumacia en el error, el presidente se empeña en establecer líneas ideológicas a la hora de combatir el paro: cree que hay un desempleo liberal y otro socialdemócrata. En esas condiciones ya puede clamar por un pacto el pueblo, la prensa o el Rey, que ayer volvió a retomar el discurso de Nochebuena. Todo es prédica en desierto; para que exista un acuerdo tiene que estar dispuesto a ceder en primer lugar el que tiene la responsabilidad de aplicarlo... que es precisamente el que más ahínco ha puesto en establecer diferencias y el que más se ha negado a aceptar sugerencias, consejos y propuestas.

Todavía a día de hoy Zapatero está convencido de que su política de subsidios, que él confunde con derechos, va a sacar al país de la recesión y le servirá para vencer al PP acusándolo de antipatriotismo apocalíptico; le interesa más derrotar al adversario que a la crisis. Por su parte, la oposición tiene motivos para desconfiar del hombre que hasta ahora no ha hecho otra cosa que engañarla, y al que ya considera un problema tan grave o mayor que el de la economía. Seis años de cainismo fundamentalista han dejado demasiadas heridas y han provocado un colapso político que se ha llevado por delante la mínima confianza institucional propia de un orden democrático. La recuperación de ese espacio de encuentro es primordial, pero no parece próxima; el primer objetivo de un acuerdo de Estado tendría que ser el de que siga existiendo el Estado.

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