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Inmóviles

CUANDO sólo un 30 por ciento de los ciudadanos mantiene la confianza en Zapatero -el dato es aún más demoledor al revés: más de un 70 por ciento desconfía de él-, la lógica de los vasos comunicantes debería otorgar a Rajoy una expectativa de clamorosa ... mayoría, muy superior a esos cinco o seis puntos que le pronostican las encuestas más optimistas. Así ocurre en la Gran Bretaña de Brown, donde todo el mundo sabe desde hace tiempo que el brioso David Cameron ganará con holgura las elecciones en el momento en que sean convocadas, al punto que el líder tory ha sido investido de la condición virtual de «primer ministro a la espera»: instalado en la antesala del gobierno hasta que el pueblo y la reina lo llamen a ocuparlo. En España el jefe de la oposición también está esperando, pero lo que espera es que el zapaterismo se hunda del todo para alcanzar el poder con el brinco leve y comodón con que saltaba a tierra el pirata Jack Sparrow. Y esa actitud algo apoltronada, más propia de un heredero inevitable que de un conquistador proactivo, provoca en la opinión pública un sentimiento bastante más parecido a la resignación que al entusiasmo. Cansados de un seductor al que se le ha marchitado el encanto, los españoles bostezan ante una alternativa sospechosa de displicencia.

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