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Nos estamos quemando

EL gobierno no se entera. O, lo que es peor, no quiere enterarse, porque sus técnicos de Economía se lo están diciendo por activa y pasiva. La situación económica es muy mala, no voy a repetir aquí las cifras, pero la gestión de la crisis es peor, lamentable, de manual de cómo no hacer las cosas. Lo de esta semana ha sido para despedir a medio Gobierno, aunque, bien pensado, el problema está en un presidente que considera prioritario irse a rezar laicamente con Obama mientras el país se consume en el desconcierto. Conseguir enfrentarse con sindicatos, con su propio partido, con todo el espectro de la oposición, con comunidades autónomas y ayuntamientos, con los analistas internacionales más reputados y la prensa económica de referencia, es verdaderamente un acontecimiento planetario. Que estamos pagando todos los españoles, y, si no, vean el precio que han tenido que pagar el Tesoro y el ICO para colocar sus emisiones de deuda.

El Gobierno tiene un problema serio. Ha estado tres años ocultando la realidad, presumiendo como un niño con zapatos nuevos y el viernes pasado tuvo que decretar el estado de emergencia económica. Como si fuera un huracán. Y la gente no entiende nada. Su credibilidad era escasa, pero tras el hecho insólito de retirar en dos horas el Programa de Estabilidad por puro miedo, es ahora inexistente. Es malo no hacer reformas, es peor retirarlas una vez presentadas porque no se tiene la habilidad ni el coraje político suficientes. Es estúpido lanzarse a criticar a diestro y siniestro al mundo mundial. Sobre todo porque todos ellos -Blanchard, Krugmann, Almunia, todos menos Roubini, que yo sepa- han sido invitados repetidas veces a España en los últimos tiempos y recibidos en Moncloa con foto incluida. Tuve la oportunidad de departir con Blanchard (hoy FMI) y Krugmann y decían exactamente lo mismo: que si España no ajustaba sus salarios reales y liberalizaba su mercado de trabajo sería víctima del euro. La única diferencia es que hoy se ha acabado la paciencia. Porque ya se han perdido seis años.

Como economista me indignó oír el miércoles a la vicepresidenta Salgado echar la culpa a sus colaboradores porque creían que estaban redactando un documento técnico y desconocieron las servidumbres políticas del mundo real. Con esa frase, repetida varias veces, se ha cargado a todo su equipo y le ha hecho un gran favor a los especuladores. Esto se empieza a parecer cada vez más a la caída de la libra esterlina que propició Soros. Porque el Gobierno ha hablado y ha dicho que no tiene lo que hace falta. Ha puesto por escrito lo que habría que hacer, pero ha dejado claro que no lo va a hacer. Si no va aumentar la edad de jubilación ni el período de cotización para el cálculo de la pensión, si el presidente mismo ha ordenado retirar la única propuesta seria de reforma laboral, como era el contrato único, ¿quién se cree que van a reducir casi tres puntos del PIB la masa salarial de los funcionarios o las transferencias corrientes? Todo el documento enviado a Bruselas es papel mojado, una declaración del borracho que suplica la última copa mientras promete solemnemente que va a dejar de beber. Pero el barman está harto, ya ha perdido mucho dinero con este cliente.

Carthago delenda est. España aparece hoy irremediablemente condenada a un largo período, diez años parecen muchos, pero Japón lleva veinte, de estancamiento económico, desempleo masivo y deterioro progresivo de los servicios públicos. La vida política se va a envilecer hasta niveles insoportables. El debate económico racional, y con él las posibilidades de recuperación, han caído víctimas de la incompetencia, la demagogia y la falta de escrúpulos de este Gobierno. Que no nos culpen a los demás si ellos han decidido sacrificarnos en el altar de sus propias obsesiones ideológicas.

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