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Una presidencia elocuente y liberadora

CREO que entre tanto despropósito como hemos sufrido en los últimos cinco años triunfales del vallisolateno leonés, mitad nieto

CREO que entre tanto despropósito como hemos sufrido en los últimos cinco años triunfales del vallisolateno leonés, mitad nieto franquista, mitad nieto Lozano -aquel militar fusilable a ambos lados de la trinchera-, bueno con infinito merengue retórico en sus intenciones, desastrosamente ruín, vago y calamitoso ... en sus resultados, nos tiene ya a muchos españoles muy agotados. Tanto que hasta sus periódicos de cabecera y masaje dicen que no quieren votarle la próxima vez ni los suyos. Comienza a surgir la elocuencia como las hiedras se abren paso por las grietas de un búnker abandonado, dedicado a la defensa a ultranza de la mediocridad prepotente e implacable. Zapatero emprendió con tanto entusiasmo el descubrimiento de una nueva realidad que sólo existía en su muy modesta cabecita para acometer la mayor destrucción habida en España en tiempos de paz, en todos los órdenes, desde la economía a las instituciones. Casi lo ha conseguido. Era cuestión de justicia que tarde o temprano -ha sido bastante tarde- acabara autodestruyéndose él con su mezcla de violenta arrogancia, desequilibrio general y desorden total en su propia melopea de ideas improvisadas. Ya sólo le quedaría la opción de ser malo con efectividad y optar seriamente por la represión de todo lo que no le convenga. Sería demasiada. Matar políticamente no le es ajeno, vive Dios, y lo hace con mucha parsimonia y eficacia. Toda su biografía política está sembrada de cadáveres. Muchos de los cuales, por cierto y gracias a Dios, gozan de excelente salud al haberse escapado al entorno tóxico y políticamente perverso del gran Timonel, polito excelso de la mentira. Pero aplastar ya a todos los que le votaron en su día y de paso a quienes jamás lo votarían es una operación que le viene grande a nuestro chico que combina la moda yeyé exclusiva de su Sonsoles, con sus trajes cortados por el sastre albanés de Enver Hoxha, siempre deseoso de que las manos incontrolables revelaran el auténtico talante de la percha. Venganza postrera.

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